sábado. 10.05.2025

Por Miguel Ángel de León

Han vuelto a trincar copiando, por enésima vez, a la “autora” (del delito) Lucía Etxebarria. La mujer es multi-reincidente, como es triste fama. Pero todavía se sigue llamando a sí misma escritora, como la tal Ana Rosa Quintana y otras explotadoras de negros (literarios). Lo contaba el viernes de la pasada semana en el diario El Mundo (que sigue subiendo en difusión y lectores, según el último sondeo que está a punto de hacerse público, justo lo contrario que el maniqueo y ultrasectario El País, que va en caída libre) la redactora Sonia Aparicio: “Lucía Etxebarria reconoce que utilizó los trabajos del psicólogo valenciano Jorge Castelló en su último libro”. Que los utilizó sin citarlos, se sobreentiende. A la mujer se le olvidó otra vez mencionar la fuente de la que bebía, fusilaba o copiaba alegremente en su último libro, que no he leído ni Dios lo quiera pero que se llama “Ya no sufro por amor”.

[En este punto hago un paréntesis que estimo más que necesario: ¿Puede alguien con algo más de medio dedo de frente comprar un libro con semejante título, por mucha mercadotecnia o publicidad que tenga detrás? En tal caso, es la empírica constatación, para mi gusto, de que hay gente para todo, porque no se puede titular ni de manera tan cursi peor ni adrede, a fe mía]

Retomo el hilo. Con lo bonito que es citar la fuente, el medio o el libro del que tomamos prestado una frase redonda (que están cada vez más caras), un verso vibrante o un neologismo original, y lo poco que le gusta a la tal Lucía portarse con un mínimo de ética literaria o creadora. He perdido ya la cuenta de las veces que ha sido denunciada por plagiaria descarada y reiterada, y sigue en sus trece. No escarmentar en cabeza ajena tiene delito, ciertamente, pero no hacerlo en cabeza propia no tiene ni nombre.

Etxebarria fue demandada en julio del año pasado por “apropiación indebida” y “vulneración del derecho de propiedad intelectual”. Ante la denuncia, la literata (no se me ría nadie, por favor) ha optado esta vez por reconocer el robo intelectual y ha llegado a un acuerdo con el demandante, mediante el cual se “reconoce que se documentó para su libro en los trabajos del psicólogo valenciano”. La intercontextualización, como la llegó a llamar en su día y momento otro caradura del plagio elevado a (malas) artes.

Pese a todo, no es la “original” Lucía Etxebarria la que más plagia en este mundo traidor. Ella es la que peor plagia, que es distinto, porque su talento no le alcanza para trocar o disimular textos ajenos en letanías propias. ¿Quiénes son, entonces, los que más copian? Acertaron: los políticos. ¿Qué copian? Aparte de frases hechas, discursos huecos y verdades a medias (“La verdadera encuesta será la del día de las elecciones”; “Hay que ir a votar porque es un deber”... y otras simplonadas), se fotocopian los programas electorales, esas mentiras en colorines impresas en papel caro. Claro que da igual: nadie los lee. Claro que da lo mismo: nadie los cumple.

Teniendo en cuenta que todavía no ha aprendido a escribir (excepto por cuenta ajena) con gracia ni soltura alguna, me imagino a la Premio Planeta (por si había alguna duda de que ese galardón lo puede ganar cualquiera, y que está tan bien remunerado como cubierto de fango, dudas y sospechas de fraude), me la imagino a la novelista (¿?) de vuelta a la escuela para aprender las nociones literarias más básicas:

-Seño, que Lucía me está copiando el examen...

-¿Otra vez, señorita Etxebarria?

Otra vez, sí. Y las que le quedan a la muy fresca... (de-leon@ya.com).

Copiando, que es gerundio...
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