Por Miguel Ángel de León
Ni Sherlock Holmes pronunció jamás la manoseada frase “Elemental, querido Watson” (al menos no en ninguna de las novelas originales de Arthur Conan Doyle), ni Don Quijote le dice nunca a su fiel escudero “Con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho” en ninguno de los pasajes de la novela de las novelas de la literatura en español. La frase, que la suelen utilizar equivocadamente los que no han leído la obra cumbre cervantina para rajar contra la Iglesia, habla de una iglesia en minúscula porque se refiere al concreto templo del pueblo en el que se encuentran los dos desfacedores de entuertos, no de la institución eclesial. Lo de “hemos topado, amigo Sancho” también debe ser licencia poética, porque en el original aparece “hemos dado, Sancho”.
La Iglesia, con mayúscula (al menos la Iglesia española, Iglesia valiente), vuelve a estar levantisca de último. Y no me refiero precisamente a lo de la inmensa bobería de las fotomemeces del tal Montoya, el presunto artista de la rima peligrosa que ha descubierto la pólvora de la fácil provocación a estas alturas del siglo XXI (el mejor desprecio es no hacer aprecio, pero el obisperío hispano no aprende la elemental lección). Eso es mera anécdota. Carnaza para el periodismo facilón. El penúltimo mosqueo serio se lo habían agarrado los obispos españoles con el Gobierno psoecialista, en general, y con el recién dimitido ministro canario Juan Fernando López Aguilar, en particular, a cuenta del cuento del matrimonio entre homosexuales y la adopción de chinijos por parte de éstos. Y ahora andan de nuevo a la gresca con el Gobierno de Zapatero, al que algunos prelados (con perdón por la supina cursilería) acusan de intentar romper lo que va quedando de España y sus provincias de ultramar.
La doctrina de la Iglesia Católica, que tiene ya más de 2000 años de historia (y de histeria, en algunos casos concretos como el de la "Santa" Inquisición), empieza el tercer milenio con grandes lastres. No hablo por hablar ni a humo de pajas, líbreme Dios. Intramuros de esa secular institución siguen alzándose voces muy críticas, razonadas y razonables. Es el caso -un suponer- de Fernando Torres Pérez, sacerdote y uno de los más altos responsables de la orden claretiana en España, que critica abiertamente el pensamiento único que la jerarquía de la Iglesia Católica quiere imponer, así como el enmudecimiento al que se somete a los teólogos discordantes. Así de claro lo ha dejado escrito: “Nuestra Iglesia está acallando a los teólogos, reduciéndolos al silencio. Lo que sucede es que esos hechos no salen a la luz pública a causa del medio que la Iglesia ha escogido últimamente para silenciarlos. Hay que ser muy libre de espíritu para seguir diciendo lo que uno realmente piensa cuando en ocasiones el pan de cada día depende de esa cátedra que los de arriba te pueden quitar cuando menos te lo pienses. Este proceso lo sufren los afectados en silencio. Es tiempo de denunciar sin miedo esta situación. Es tiempo de rebelarse en nombre de la obediencia al Espíritu para que no hagan de la Iglesia un lugar de esclavitud. Y una Iglesia donde existe el miedo, donde las personas no se atreven a halar con libertad, tiene muy poco o nada que ver con el Evangelio de Jesús”.
Es palabra de sacerdote. Amén.
Con el patio interior tan revuelto, no parece que estén las cosas en la Iglesia española como para estar metiendo constantemente el hocico en casas o instituciones ajenas, a fe mía. Pero el obisperío -ese avispero- se la tiene jurada a Zapatero y a sus ministros (y ministras) infieles a la religión verdadera. (de-leon@ya.com).