sábado. 10.05.2025

Por Miguel Ángel de León

En verdad les digo que no entiendo cómo los ninguneados y vejados vecinos de la calle José Antonio y zonas aledañas de la caos-pital lanzaroteña no se han levantado todavía en armas contra un Ayuntamiento que no sabe hacer cumplir las propias normas que dicta, después de años aguantando todos los fines de semanas de Dios el diablo de la escandalera callejera que montan los niñatos que no saben mear lo que beben (simple y simplón “familiaje”, como los llama el canario viejo). Me confieso semihabitual de la zona, más por empeño ajeno que propio, pero no me habrán cogido nunca bramando en la calle, por mucho que haya sido el güisquito trasegado. Empero, la mayoría parece que si no le hace llegar a todo el vecindario su mal gusto musical, con la radio del coche a todo volumen y las ventanillas abiertas a las cuatro y pico de la madrugada, no termina de divertirse.

Les hablé aquí, a mediados de semana, de las intenciones judiciales de parar el relajo carnavalero/callejero que se padece en Santa Cruz de Tenerife, como es triste fama. Y unas horas después de escrita aquella columna se daba a conocer una noticia que fue portada en todos los medios de comunicación de España y parte del extranjero: “Un juez suspende las fiestas callejeras del carnaval de Tenerife porque el ruido molesta a los vecinos”. Eso es lo justo, que el juez haga justicia... para cabreo de los que berrean, mosqueo de los que sacan rédito electoral a los escandalosos -que siempre son mayoría- e inexplicable espanto e incredulidad de unos periodistas que parecen tener asumida la misma mentira en la que cree a pie juntillas toda la fauna política: la mayoría siempre tiene razón. Es la exageración de la estadística de la que hablaba Jorge Luis Borges.

Con todo y pese a todo, estoy más que convencido de que el juez no se saldrá finalmente con la suya, ante la montonada de intereses económicos de los ventorrilleros, la presión política y la demagogia mediática de dar al vulgo lo que el vulgo quiere. “Una mala noticia”, anunciaba el jueves una tonta en la tele. ¿Mala para quién, mi niña? Para los vecinos afectados no creo. Para la turbamulta, claro: la mayoría chicharrera quiere el carnaval, y mayoría, en el cerebro del político en pleno celo electoral, es sinónimo de más votos. Tanto da que se lesionen derechos ciudadanos elementales y teóricamente sagrados, como el del descanso: el Ayuntamiento santacrucero -como el arrecifeño, tanto monta- estará con los escandalosos, que son más y atesoran más votos potenciales.

En el carnaval de Arrecife, la mayoría (al grito de “ande yo caliente”) es claramente insolidaria con la minoría afectada por la insufrible escandalera, formada en esta ocasión por los cientos de vecinos de las zonas colindantes con El Almacén y por ahí. Y encima tiene que escuchar a la graciosa graciosera alegando que “la fiesta” no se traslada de lugar “porque es una tradición”. Nuestros antepasados los majos tenían como tradición el sacrificio de los chinijos. ¿Hay que retomar la salvaje tradición, para no perder las ancestrales esencias, cristiana? Hasta los romanos acabaron con los espectáculos de los gladiadores y de los leones merendándose a los cristianos (los correligionarios de la concejal vivacartagenera), que eran muchísimo más divertidos, con diferencia, que mil carnavales juntos.

Un problema no menos grave problema es que los lanzaroteños de hoy también tienen y mantienen viva otra maldita tradición: la de votar a auténticos inútiles (e inútilas, por decirlo en el lenguaje políticamente estúpido). (de-leon@ya.com).

Con el ruido a otra parte...
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