sábado. 10.05.2025

Por Miguel Ángel de León

No la conozco de nada, pero la telepredicadora me insulta como si me conociera de toda la vida. Envalentonada al verse respaldada por un micrófono y una cámara, la ignorante (no es un insulto: ignorante es la que ignora) afirma, ufana, que “la abstención es un acto de cobardía”. Y se queda tan fresca, tan ancha y tan pancha, después de llamar cobardes a millones de españoles que están llamados -por su propia conciencia y honor- a no ejercer su derecho (que no su deber) a votar el próximo domingo. No ha caído en la cuenta la boba alegre (esto es un canarismo) del valor que hay que tener para decirle al alcalde actual, al que puede llegar a serlo y a los actuales y futuros concejales de tu municipio que no vas a votar por ninguno de ellos, con dos... razones, y alguna más. Se lo dices a la cara a todos, sin excepción, y pones por pasiva tu nombre y tus dos apellidos, que quedan perfectamente registrados en el censo como vecino de la localidad que no fue a votar. Ya eres uno de los malditos. Ya estás marcado. Ya te han señalado todos los candidatos (y los que van de reserva, y sus respectivas familias y amigotes) con el dedo. La llevas clara. Te la estás jugando.

Los que sí acudieron ante las urnas pudieron votar a todos o a ninguno (haciéndolo en blanco, o colocando un voto nulo), pero no están fichados en el Ayuntamiento como miembros de ninguna resistencia cívica (me ha tocado ejercer como vocal de alguna mesa electoral en alguna ocasión anterior y sé lo que me digo). Véase entonces quién arriesga más, quién pone más en peligro su futura existencia, quién va a ser mirado con otros ojos por parte del nuevo/viejo equipo de gobierno que sabe, de antemano y a ciencia cierta, que tú no votaste por ninguno de sus integrantes/intrigantes.

Votar es muy cómodo. Y muy fácil. Eso lo hace cualquiera. Pero no votar conlleva un riesgo cierto y evidente. No quiero hablar ahora de valentía o cobardía por parte de unos u otros. Ya he dicho aquí que la principal diferencia entre el abstencionista y el votante es que el primero respeta al segundo, y que no siempre ocurre igual al revés. Los fundamentalistas del voto parecen predicadores (o telepredicadoras, como la ignorante de la caja tonta ya mencionada), y se niegan a entender que puede haber gente que no acepta comulgar con determinadas ruedas de molinos que se les antojan atragantadoras (no las voy a recordar aquí y ahora de nuevo porque ya las hemos nombrado en anteriores columnas, y de hecho están en la mente de todos los que tienen ojos en la cara y ganas de ver, además de mirar).

Ignora la telepredicadora que sólo el voto de los abstencionistas es el que no es secreto. Hasta en eso estamos en desventaja, por no hablar de la cancha que se le concede al pro abstencionista en los medios de comunicación (ninguna), y del ninguneo o desprecio que sufre por parte de políticos y de periodistas que ejercen de simple eco de aquéllos... y así y todo, sin publicidad ni abanderados o abogados de su causa, el antivoto arrasa comicio tras comicio. ¿No tiene eso un mérito añadido?

La nuestra sigue siendo la isla más abstencionista de toda Canarias desde las primeras elecciones democráticas. Y nadie se jacta de ese triunfo, ni lo usa para mercadear u obtener cuotas de poder. ¿Es chico orgullo saber que uno no está solo en ese movimiento contracorriente, a pesar de los mil y un desprecios e insultos? Desde aquí se lo digo a la telepredicadora: toda esa gente se merece al menos un respeto. Justo el que ella no ha sabido tener hacia parte de una audiencia que tampoco se la merece a ella. (de-leon@ya.com).

Cobarde eres tú, guapa
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