sábado. 10.05.2025

Por Miguel Ángel de León

Un buen/mal día le arrebató la capitalidad insular a Teguise, no sé si con merecimiento o no. Y otro día, hace ya algunos lustros, pasó de ser capital a caos-pital lanzaroteña, esta vez con toda justicia en la designación. Capital de domingos desérticos y desangelados, donde todo el que puede huye de la ciudad fantasma, porque ésta tiene todos los inconvenientes de una gran urbe (aunque Arrecife aún no lo es, en el estricto sentido de la palabra) y ninguna de las ventajas de la misma (¿dónde está -un suponer- ese auditorio?). Es cierto: Dios hizo el primer jardín y Caín la primera ciudad. Esta última, por lo tanto, nacía con el pecado original. Y así hasta hoy.

Quienes tenemos la inmensa suerte de vivir fuera de Arrecife empezamos a compadecernos, cada día un poco más (o como dijo el cursi: hoy más que ayer e infinitamente menos que mañana), de los vecinos de la bicentenaria ciudad conejera. Porque también quienes no vivimos en Arrecife (ni el Cielo lo permita nunca) sufrimos, de una manera u otra, su propio y creciente caos cada vez que caemos en la maldita tentación (casi siempre por trabajo; casi nunca por devoción) de "bajar al Puerto", como siguen diciendo los más viejos en San Bartolomé, distrito batatal.

Para mal de males, los conejeros nos hemos creído que estamos y nos movemos sobre una isla-continente tipo Australia o similar, y por eso ya nadie va a pie a ningún lado sino que llega motorizado incluso hasta casi el interior de los establecimientos (a veces no queda más remedio, también es verdad, puesto que en el exterior no se puede aparcar ni una bicicleta). Y así hemos llegado al colapso circulatorio actual, para negocio de los aparcamientos y “un eurito ahí, colega” de los aparcacoches que ni te aparcan el coche ni te lo vigilan ni leche machanga, como es triste fama.

Gracias a que ya está bautizada, Arrecife no es la cinematográfica ciudad sin nombre, aunque no tenga ni nombre lo que allí se ve, valgan verdades, pero va camino de convertirse en la ciudad sin ley. Poquito a poco, todo se andará, sin prisas pero sin pausas, como dijo el político en celo electoral, siempre tan original. Con tiempo y tabaco, todo lo que sea susceptible de empeorar acaba empeorando siempre. Lo dice la ley de Santo Tomás: lo que está mal, peor se pondrá. Y también lo ha repetido toda la vida de Dios mi abuela (97 años ya): “Eso no se aguarece, para mi gusto”.

“La mejor marina de toda Canarias”. Tal que así aseguran muy seguros algunos optimistas -incluso los que no han salido nunca de Lanzarote- que es la de Arrecife. Vale, vamos a dar por buena la leyenda. ¿Pero dónde está el paraíso que potencialmente podía ser la capital de esta pobre islita rica sin gobierno conocido? Hablo a ojo del vecindario bípedo, claro, porque me consta que las ratas arrecifeñas sí que han encontrado en el antiguo Puerto su paraíso terrenal, y de último se están poniendo literalmente las botas, las muy capitalinas. Véase no más lo gordas y lustrosas que están. Doy fe: la otra madrugada me recorrí a pie prácticamente toda la ciudad por una apuesta que no viene al caso mencionar, desde Argana Alta hasta El Reducto, y me encontré por el camino con más roedoras que cristianos, a lo peor porque eran las 4 de la madrugada de un día laboral. Mientras turistas y residentes huyen en masa de la caos-pital o patito feo de la isla de las maravillas sin cuento, las ratas empiezan a ser mayoría. Y ya ni siquiera se esconden o esperan a la noche para pasearse por los lugares más céntricos y frecuentados de la que cada día que pasa se les antoja más su ciudad, o su suciedad, por hablar con mayor propiedad.

Ni les hablo de las autoridades políticas (si las hubiera o hubiese), o de los que aspiran a ser tales, para no hacernos mala sangre en estas vísperas electorales, cuando todos -tirios y troyanos- parecen haber dado con la fórmula milagrosa (secreta o ignota hasta ayer mismo) de las mil y una soluciones para las mil y una necesidades de la capital del caos. Y yo voy y me las creo. (de-leon@ya.com)

Capital del caos
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