Por Miguel Ángel de León
Con motivo del Día de San Valentín de los c. (comerciantes, se sobreentiende), vuelve a los teléfonos móviles la cascada de estúpidos o estólidos mensajitos en serie. En serio, muy cabreante. Como si uno no tuviera o tuviese cosas más interesantes que hacer o que leer. Y encima, casi todos a una, pateando el diccionario e insultando la lengua de los padres y abuelos del mensajeadicto de turno. Se puede entender y hasta disculpar lo de ahorrar letras o signos de puntuación por pura economía de espacio y de bolsillo, pero ese no parece ser el caso del que escribe -un suponer- amor con hache (gracias por el sms, Hisabel, héchate halgo hen mi onor, guhapa), sobre todo cuando consta que la remitente tiene unos estudios y se le supone unos conocimientos, como el valor a los soldados allá cuando existía una cosa que llamaban servicio militar a la Patria, o nombrete similar.
Lo escribía domingos atrás Valentín Puig en el suplemento dominical del diario ABC, donde también mora y enamora mi amor platónico del columnismo, cuyo nombre me ahorraré para que no me tiemble el pulso sobre el teclado: “Quién sabe en qué medida da pereza pensar si es que hemos repudiado la ortografía y la sintaxis. Escribir sin ortografía es como conducir en estado de ebriedad, sin distinguir la línea continua de la intermitente, entre el rojo y el verde y el ámbar. Recúrrase por una vez más al intervencionismo para un plan quinquenal contra las faltas de ortografía”. Apoyo la enmienda a la totalidad, y creo que ya está tardando el Ministerio de Cultura, si lo hubiera o hubiese, en hacer suya esa iniciativa sobre el carnet (de periodista, por ejemplo) por puntos. Ya me estoy imaginando las colas frente a la Facultad de Periodismo de turno de todos los que se hayan quedado con la puntuación a cero por una puntuación gramatical rematadamente chapucera.
Hay lugares comunes que, de tanto escucharlas, algunos incautos acaban dando por válidos y verídicos. Una de esas frases hechas afirma, y cada vez con mayor contundencia, que la juventud española actual es, con mucha diferencia, la mejor preparada que ha conocido nunca este país. ¿Alguien se lo cree? Yo tampoco. Lo apuntaba con mucho acierto el lector de un periódico: “Ayer leí un reportaje que incide en la mentira mil veces repetida, aunque no por ello menos mentira, de que la juventud recién salida de las universidades españolas es, hoy por hoy, la mejor preparada que ha existido en España. Salvedades, todas las que se quiera; no lo niego. Pero en general, ni de lejos. ¿Preparada para qué? Quizá no sería mala idea aparcar algunas falacias. No es verdad que la mayoría de los jóvenes emergidos de cualquier centro superior posea la sapiencia suprema que se pretende atribuirles. Casi siempre tienen una formación teórica bastante desconectada de la realidad. De igual forma, es falso que dominen idiomas. Los más adelantados chapurrean el inglés, pero a cambio de expresarse muy mal en español. Basta oírlos hablar en televisión, o leer lo que escriben en la prensa -cuando escriben-, para comprobar hasta qué punto mixturan la sintaxis de una y otra lengua. El resultado final es una penosa ristra de desacatos a la gramática, suficiente para evidenciar el tamaño del embuste que alguien les ha inculcado -sus propios docentes, los políticos, incluso los medios de comunicación-, y ellos se han creído sin objeción porque les convenía”.
La del infinitivo conclusivo, popularmente denominado infinitivo radiofónico, es una batalla que sé perdida de antemano, pues aunque el repelente fenómeno es de reciente aparición ya ha hecho metástasis en el cuerpo informativo y se han rendido en la lucha incluso escritores o periodistas que algunos tienen como principales. Si escuchar ese mal uso y abuso del verbo ya duele al oído, leerlo causa arcadas al mínimo buen gusto literario. Lo recuerdo, entre otras bocas que se equivocan, en la Icíar Bollaín, cuando la joven actriz y directora recogía un Premio Goya: “Decir, para acabar...”
Acabáramos, vive Dios. Seguro que la muchacha está dentro del conjunto de lo que hoy se conoce como “juventud mejor preparada”. Píquemelo usted menudito, cristiano, que lo quiero para la cachimba. (de-leon@ya.com).