sábado. 10.05.2025

Por Miguel Ángel de León

No falla: según se aproximan las vísperas de Semana Santa llega, pareja y aparejada, la matraca anual de las acampadas (“camping” en inglés o en el infraidioma de los españoles equivocados de idioma). Antes nos daban la vara y la tabarra semanasantera los curas y ahora los cara-vanistas y demás fauna fosilizada que no se ha enterado aún en qué tiempo vive y en qué minúscula islita reside. Un muermo para morirse el falso debate de marras, para mi gusto.

Este miércoles, 21 de marzo, el listillo de turno ya tenía plantado su caravanón con antena parabólica para ver boberías justo al lado, pegadito, a la entrada (o salida, según sople el viento) de los aviones en el aeropuerto. Magnífico primer saludo y recibimiento, nada más aterrizar, para los miles de visitantes de esta pobre islita rica sin gobierno conocido, presunta Reserva de no sé qué Biosfera y teórica abanderada de un tipo de turismo que llaman sostenible. ¿Cómo se sostiene esa caravana en un sitio en donde está prohibido cualquier tipo de acampada? Las quejas, al maestro armero, que las autoridades políticas, si las hubiera o hubiese, están a otra cosa... y además saben que los campistas cafres también dan votos.

Se repite todos los años por estas fechas, en efecto, el mismo falso debate o artificial polémica sobre las “dichosas” acampadas playeras. Ya tengo asumido que moriré sin entender el por qué de ese debate tan absurdo. Siempre el mismo ceremonial, vamos a llamarlo “informativo”: en vísperas de Semana Santa -y del verano- todos los medios se apuntan a originales y hablan y no paran de lo que la gente va a hacer antes de que la gente ni siquiera haya pensado en hacer nada, y que al final acaba haciendo porque la masa es muy llevadera, como es triste fama.

Puestos a contar verdades o hacer confesiones, aprovechando la efeméride religiosa y cristiana, confieso humildemente que nunca entenderé, por más años que viva, qué hace un conejero del siglo XXI acampando varios días o semanas frente a la playa, disfrutando de las incomodidades de la naturaleza. El que menos tiene aparca dos coches frente a su casa, o dentro, si posee garaje propio, y lo más lejos que puede estar un lanzaroteño en su isla de la playa más cercana son diez o quince kilómetros, a todo meter. Puede prescindir incluso del coche y ejercer el sano ejercicio de caminar, que es el secreto de la longevidad: “Poco plato y mucho zapato”. En los continentes, en la Península española y por ahí se puede entender la afición por la acampada playera, pero en una cagadita de mosca en la geografía planetaria, tal que Lanzarote, no tiene explicación lógica, salvo la de la pura novelería y el mimetismo muy propio de primates.

Pasada la Semana Santa, los más hipócritas del lugar se llevan luego las manos a la cabeza ante la evidente y apestosa suciedad de las playas o zonas de acampadas, culpa de debazos/debasos y hediondos/jediondos domingueros. Si a la masa le dices que hay que colocarse un candado en la oreja o dos boliches en la lengua, la masa -sobre todo chinijos poco formados a la altura de la azotea- va y lo hace, pues carece de criterio propio o personalidad, como su propio nombre indica. Pero de ahí a esperar que se le diga a la masa que quienes la integran se comporten como personas y no como animalitos, y desear encima que hagan caso, es tanto como pedirle peras al olmo o duraznos a la rama de batatera. Ganas de perder el tiempo, para mi gusto.

Parece como si los estuviera viendo y escuchando ya a los políticos (y a los periodistas que gustan de repetir las simplonadas de aquéllos): “Y después de los carnavales, la Semana Santa y las acampadas, la fiesta de la democracia: todos a votar”. Lo peor de las mentiras no es que se digan, sino que se las lleguen a creer los mismos que las dicen. No cito a Twain (periodista y sin embargo, o precisamente por ello, escéptico ante todo convencionalismo político) porque ya no me cabe. Me bastará con volver a sugerir su lectura. Mano de santo contra tanta babiecada y tanta supuesta corrección política. La Semana Santa también es una buena excusa para la lectura... en casa, claro, antes que en la caravana contaminante que se carga la costa por la cara de cuatro cafres. (de-leon@ya.com).

Acampa en tu casa, cafre
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