Por Antonio Guerra León
Cuando nace un hijo o un nieto nos regocijamos de una forma especial. El participar, aunque sea modestamente, en que la especie crezca y se multiplique es una de las más excelsas formas de sentirnos útiles en este jodido mundo. Todos hemos sentido alguna vez un orgullo, íntimo y personal, al escuchar con los ojos llorosos los primeros berridos de nuestros descendientes, aunque vengan sin un pan debajo del brazo (no todos los críos son como doña Leonor).
Por eso, al participar como colaborador en un nuevo "parto mediático" sentimos, aparte de una gran responsabilidad, que podemos ofrecer con total humildad a los lectores conejeros un poco de la tonga de experiencias que acumulamos en la sesera, más bien por la edad que por otras circunstancias, y aportar con honestidad, pues ya nos conocen, algo de información y, si se puede o se tiene, algo de gracia, distracción y alegría.
Acabado este breve rollo preliminar, debemos de pasar a felicitar, cómo no, a nuestro amigo Agustín Acosta Cruz, periodista de raza, por la valentía y el coraje que ha puesto en el empeño de sacar a diario a la calle un nuevo periódico en estas fechas tan complicadas. Tarea heroica que esperamos que culmine con gran éxito por el bien de todos nosotros, y en especial para su entusiasta promotor, que ofrece desde hace pocas fechas, con muchos sacrificios y renuncias, un bien inestimable para la isla de Lanzarote.
Pero, dicho lo dicho, debemos volver a la, en este caso, triste realidad, y no nos vamos a referir a ninguna catástrofe humana ni natural, que haberlas haylas a la patada, sino a la situación política de nuestras islas, retratada en el plúmbeo ambiente del llamado Parlamento Canario, recinto donde fuimos convocados hace unos días los votantes por los medios de comunicación para escuchar el análisis del estado de la nacionalidad, o como se diga, de la boquita de nuestros "sufridos" representantes.
¿Y de qué pensaban ustedes que se iba hablar en el hemiciclo?..., de cuestiones como que la mayoría de los habitantes de este archipiélago llegan con muchas dificultades a final de mes, que una tercera parte de los isleños vive todavía bajo el umbral de la pobreza, que las listas de espera para ser operados aumentan cada día y que los enfermos siguen tirados en los pasillos de las urgencias hospitalarias como sacos de papas, que tenemos la cesta de la compra más cara y los sueldos y pensiones más bajas del Estado..., ¡no mi niño, no! De eso no se habla.
La parafernalia parlamentaria, que duró tres días -eso sí, cobrando los diputados suculentas dietas-, estuvo principalmente dedicada a una cosa que a nosotros nos parece obvia y que debe adornar a toda persona de bien: "la ética". O es que ellos, los "padres de la patria", al pedir un código ético reconocen, mismamente, que no son suficientemente honestos para ocupar esos puestos tan importantes. Sí es así, ¡que baje Dios y lo vea! O que se manden a mudar.
Y es que, sufridos ciudadanos, si ellos mismos no creen en sus actitudes morales, como parece, cómo vamos a creer y entender sus palabras y leyes. Si el presidente del Gobierno afirma: "Que hay que marcar nuevas y rigurosas pautas de comportamiento a todos los servidores públicos", ¿qué debemos hacer los ciudadanos?, apartarnos de las urnas o rajarnos las venas. Sinceramente no lo entendemos. Además, y es que hasta para ponerse de acuerdo para sacar a flote el dichoso e innecesario Código, o sea, para parir los diez mandamientos parlamentarios para ser gente normal, por lo tanto mínimamente ética, tampoco hubo acuerdo ni entusiasmo en el pleno, dejando sus señorías la propuesta del señor presidente sobre la mesa para otro año..., o para cuando escampe en estas islas, suponemos, de la lluvia de corrupción y nepotismo que nos azota. ¡Qué Dios nos coja confesados! Amén.