viernes. 02.05.2025

El otro día, una productora me llamó para que hablara del hotel Mencey; para una serie de la tele. Aunque ya no acepto estas cosas, el tono de la productora me gustó y dije que sí. Tuve que posponer la cita 24 horas, por lo del cólico. Pero ya en cámara hablé de Robert Maxwell, de Noelia Afonso, de Ernesto Lecuona, del general García Escámez y de mí mismo y de mi leyenda favorita: que me bebí, durante mis dos años de estancia en el hotel, toda la cosecha del 70 de Martínez Lacuesta, embotellada especialmente para Entursa, la empresa que explotaba el Mencey. No dije nada de los cubiertos de plata y de alpaca que los camareros de entonces me regalaban, cuando también en los hoteles ataban los perros con longaniza. Todavía tengo cucharas antiguas de HUSA que son tan pesadas que ya me cuesta usar. Conservo gratos recuerdos del Mencey, de mis charlas con Celia Cruz, de mis tertulias al atardecer, en la terraza porticada, con toda clase de gente; y existe una anécdota que no sé si he contado. En los tiempos primeros de La Gaceta de Canarias, alguien propuso mi nombre para dirigirla. Y me convocaron a una comida una serie de empresarios, a los que acompañaba Jerónimo Saavedra. Los empresarios empezaron a hablarme de que era mi oportunidad, de que tenía que sentar la cabeza, de que no se me iba a presentar una oferta igual. Y yo, callado. Me llenaron tanto la cabeza de dudas que me levanté y les dije: “¡Váyanse todos a la mierda!”. Subí a la junior suite en la que vivía, llené la bañera con espuma y así estuve hasta que alguien que asistía a la comida subió a mi habitación (la puerta siempre estaba entornada por el día) y me encontró allí, relajado. Le entró un ataque de risa y me entendió. Años después dirigí La Gaceta.

Publicado en el Diario de Avisos

Un rato en el Mencey
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