1.- Odio el carnaval, tanto como manifestación sociológica -que me resulta tremendamente hortera- como en su aspecto gracioso y original, que no lo considero. Es decir, que desde ahora, y para muchos, seré el enemigo público número uno. Una vez descubrí que cierta murga había colocado dos fotos mía en las caras del bombo para darme con ganas cada vez que hacía sonar el instrumento. Yo lo entiendo, porque he sido durante años un poco verdugo de las murgas, desde que en la noche de los tiempos, junto al extinto Pepe Chela y al felizmente vivo Nicasio Ramos , les dimos pal pelo en un manifiesto lleno de buenas intenciones, pero malinterpretado. Las murgas estaban acostumbradas a que todos los jurados les bailaran el agua y nosotros reivindicamos la gracia y el espíritu trasgresor. Menos mal que nos fuimos de allí antes de que leyeran el veredicto porque nos hubieran corrido a gorrazos, tan vehemente como es el personal. Fíjense ustedes si las murgas tenían influencia que a las deliberaciones secretas del jurado asistía un comisario político, un gordo barbado al que echamos de la carpa porque no nos gustaba nada.
2.- A mí el carnaval me parece ramplón y poco imaginativo y, además, lleno de magos y de elementos barriada que tienen poca o ninguna educación. Hago las excepciones de rigor porque lo contrario sería injusto. Y ahora me preparo para que envíen cientos de e-mail insultándome, como es norma de la casa. Porque aquí hay gente que no discute, ni rebate, sino que agrede. El mismo año del manifiesto de las murgas fui jurado de la reina y cuando el locutor pronunció mi nombre se escuchó una tremenda pitada, que agradecí porque interpreté que lo que tenía que hacer cuando llegara el próximo carnaval era huir. Algo así como Wert con los premios Goya.
3.- Cuando llegaba la fiesta me mandaba a mudar a Nueva York, donde yo no tenía que escribir ningún manifiesto contra nadie. No sé si aquello sirvió para algo o no, no sé si las murgas han recuperado el espíritu de la Murga del Flaco o el de los buenos tiempos de la Fufa, pero nosotros, los del jurado, nos quedamos con la misma satisfacción que se siente después de plantar un pino. Y ahí empezó mi huida del carnaval para no escuchar más sandeces ni más rimas asonantes en las aburridas canciones murgueras.
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