1.- Uno es esclavo del paisaje que disfruta. Las ganas, el estado de ánimo, el optimismo se derivan del entorno. Así que yo ahora les escribo desde Tacoronte, que es un pueblo húmedo y de barranco, de frondosidades y de mar y montaña, como todos los pueblos isleños. Tacoronte me ha hecho olvidar a Santa Cruz, con su monótona falta de templanza, y abrazar de nuevo el campo. Me ha hecho olvidar hasta el Puerto de la Cruz, que yo pensé que iba a ser para mí inolvidable, y su escasez de aparcamientos. Así que estoy muy feliz aquí, convertido en un rural. A mi izquierda tengo al Teide y a mi derecha el paraje por el que corrió y disfrutó Óscar Domínguez , el pintor de mujeres raras, que imitaba -con tanto éxito- a Picasso . A mí de niño y de Tacoronte me impresionaban mucho las frondas de sus quebradas, llenas de caña y de laurisilva; un paisaje a borbotones que llegaba hasta la misma carretera.
2.- En Tacoronte las banderas son las ropas de los tendederos, que se mecen a todos los vientos y hay un fondo lejano, inevitable y azul que relaja en sentido. Trepan las enredaderas por las palmeras de dátiles inciertos y las casas solariegas, heridas en sus muros por el paso de los tiempos, se mantienen milagrosamente en pie, esperando presentes mejores. La decadencia de la sociedad tinerfeña se mide por el descuido de sus casas solariegas, antañazo llenas de vida y hoy moribundas y desdentadas. Sigue de guardia el cernícalo, esperando desde el aire a sus presas; inmóvil, zorro, expectante.
3.- Si Azorín hubiera visto este paisaje habría escrito una nueva "Castilla", partiendo de la fronda autóctona: la chimenea del vecino; el vino de la bodega; la viña en espaldera; las fuentes que no existen; la pausa en el tiempo; el pincel quieto del genial Óscar, el hombre que tanto trotó, como un burro lleno de vida, por los alrededores de su castillo. Pero Azorín nunca vino aquí, así que se lo perdió. Y no pudo trasladar a su Félix Vargas a estos parajes, silenciosos de día y de noche, turbados sólo por algún ladrido lejano. Esas frondas barranqueras se inclinan para ver pasar el tiempo en un lugar en el que apenas pasa algo alguna vez. No encuentro ahora con exactitud la finca donde viví de niño, aunque la intuyo cada vez que transito por los alrededores, camino de comerme unos churros con chocolate. Y así va pasando mi vida, para lo que gusten mandar.
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