En este periódico no podíamos obviar un feliz acontecimiento literario que nos afecta y regocija sobremanera. Nos referimos a un texto donde se acopian las muchas vicisitudes y formas de vivir de aquellas generaciones de los años cuarenta y cincuenta, donde muchos jóvenes emprendieron con muchos esfuerzos una nueva vida y una nueva senda. Un libro que va a ver la luz por estos días en las librerías y establecimientos del ramo, siguiendo la estela de otro texto anterior de gran éxito titulado Chiquillos de los 40, y editado por el Centro de la Cultura Popular Canaria como el presente, pero que esta vez deja aparte la niñez de sus actores para pasar a penetrar en los modos de vivir de una pléyade de muchachos medio locos que descubren, asombrados, la inesperada llegada de la pubertad y la adolescencia en tiempos muy complicados para todos, y donde su autor nos ha regalado las siguientes consideraciones.
–Don Antonio Guerra León, ¿dónde y cuándo nació usted?
-Soy nacido y ensolerado entre las viejas piedras del casco lagunero, y vi la primera y mortecina luz del día el 22 de diciembre de 1935, desde una ventana de una vieja casona de la calle Juan de Vera que todavía se conserva intacta, justo enfrente del Bodegón Tocuyo, cerca del antiguo Hospital de Dolores y a dos pasos de la Plaza de la Catedral. Yo siempre digo que mi verdadera patria son esas calles del Jardín, San Agustín, Remojo, Carrera, Herradores, Los Álamos, Plaza del Cristo y Callejón de Briones, donde pasé mi infancia y tal vez, como dice el poeta, también mi memoria y mis recuerdos.
–¿Qué es para usted este nuevo libro?
-En principio satisfacer una necesidad de escribir, más o menos bien, sobre una generación que por aquellos años lo pasó bastante fatute por causas de todos conocidas, fin de una guerra civil, europea y mundial, y que nos cogió a todos los chicos con el pie cambiado en un momento muy especial de nuestra existencia.
–¿Cómo se vivía en La Laguna por aquellos años?
-Pues muy mal, con muchas necesidades y hasta hambre en casi toda la población, aunque nosotros tratábamos de orillar todas estas maléficas circunstancias con bastante alegría y aprovechábamos cualquier circunstancia festiva, juegos callejeros, parrandas, coros, deportes y otras tonterías, para pasarlo lo mejor posible. Siempre contamos con los apoyos inestimables de nuestros padres, profesores y vecinos, que de forma solidaria nos ayudaban con mucho cariño a salvar ese difícil cambio de tercio que supone pasar de enano a jovencito.
–¿En qué se parece la ciudad actual con aquella de los años cincuenta?
-La Laguna es una ciudad muy especial y difícil de descifrar, pues contiene un ambiente y un espíritu casi mágico que deja siempre una huella indeleble en todas las personas que la han habitado, aunque sea temporalmente, estudiantes, militares, curas, funcionarios, etc., etc. Aunque si pensamos en su aspecto urbano creemos, sinceramente, que debemos estar orgullosos de su nuevo semblante y carácter cultural, deportivo y festivo que posee en estos momentos, después de muchos años de abandono y desidia difíciles de olvidar, donde se cometieron fuertes y tristes atentados a su patrimonio y fisonomía tradicional. Y aprovecho la ocasión para invitar a los conejeros, y lectores de este digital de todas las latitudes, para que se den una vuelta por la vieja ciudad, donde serán bien recibidos.
–¿Es verdad que los laguneros tienen fama de santurrones?
-Hombre, yo no diría tanto, y menos por estas calendas tan alejadas de lo eclesiástico, pero si es cierto que siempre ha mantenido sus costumbres religiosas con orgullo pese a tanto cambio generacional, y sostienen una particular forma de ser bastante socarrona y crítica, heredada tal vez de una sociedad algo cerrada y clerical, gracias a Dios dejada atrás hace muchos años.
–¿Qué destacaría usted de ese nuevo libro?
-En principio que intenta llevar a los lectores las muchas vivencias de aquellos años, y pasa, aunque sea de puntillas, por los acontecimientos más importantes que nos dictan las pocas neuronas que nos quedan en la cascada memoria, colegios, institutos, noviazgos, casorios, servicio militar, cirilas, chivatas, baloncesto, fútbol y otros sucesos más o menos importantes que acontecieron por ese tiempo entre La Laguna y Santa Cruz, principalmente, comentando todo de forma amable y con muy poca dosis de nostalgia por un pasado que fue muchas veces bastante tenebroso.
–¿A quién le ha dedicado ese escrito?
-Aparte de a una persona muy querida desaparecida hace poco tiempo y a su familia, a todos nuestros padres y madres que tanto sufrieron con nuestras boberías y ruindades, y a los numerosos compañeros de la época; por desgracia muchos de ellos han dejado este mundo.
–¿Y de su último cuento canario, El Cabrero, que impresión sacó?
-Aunque no tuvo la resonancia mediática del anterior, debo decir que es lo más que me ha reconfortado como escribidor, aunque sea ocasional, y es que el cuento es muy difícil de expresar y calibrar, aunque en este caso, los protagonistas fueran personajes muy familiares de nuestros alrededores, ubicados en paisajes muy conocidos de nuestras medianías laguneras.
–¿Seguirá usted colaborando en el periódico Crónicas de Lanzarote en su sección de opinión?
-Efectivamente, aunque lo tengo un poco abandonado después del fallecimiento del añorado hombre de paz en la tertulia televisiva El Higo Pico, Agustín Acosta, pero dispuesto siempre a colaborar con ustedes, que siguen con tesón la estela inigualable de nuestro amigo que en la Gloria está, pese a todas las limitaciones y problemas que conlleva el empeño, para toda la redacción mi agradecimiento y reconocimiento, y me gustaría presentar este nuevo libro por esas tierras conejeras donde tengo muchos amigos, oiga, si hay salud y medios.
-Pues hasta aquí y de forma bastante apresurada hemos llegado al final de esta breve entrevista con el autor de Zangalotes de los 50, texto ideal donde los canarios, en general, podrán encontrar muchos momentos para la sonrisa y otros para el olvido o la tristeza, como pasa siempre a lo largo de una larga vida, y que puede servir también como esplendido regalo en la próximas celebraciones de la Fiesta del Libro y Día de la Madre, aunque para leer un libro siempre es bueno cualquier momento. Gracias
-Ha sido un placer.