Siento tanto respeto por el periodismo que practican los caricaturistas de los diarios como por el que hacen los redactores. En una pequeña viñeta algunos dibujantes consiguen retratar con sentido del humor, ironía y mucha mala leche la realidad social que nos toca vivir. Les basta con un par de imágenes y dos o tres frases ingeniosas. Debo decir y digo eso sí que no todos son buenos. Hay algunos paquetes cuyos nombres no voy a reproducir por respeto al medio en el que publican que habría que deportarlos a Siberia. Me refiero a esos que por más que te esfuerzas no consigues entender, esos que además de dibujar rematadamente mal no tienen ni puñetera gracia. No es el caso de Ricardo, uno de los dibujantes de El Mundo que mejor trabaja este oficio, quien por cierto no ha perdido en absoluto después de su divorcio laboral con Nacho, que era el otro cincuenta por ciento del mejor binomio del gremio. Ricardo ha estado sembrado en muchas ocasiones, pero guardo en el recuerdo dos viñetas que tratan dos meteduras de pata del Gobierno socialista de nuestro visitante vacacional ZP: en una se veía a un señor que enseñaba a una ilusionada pareja lo que parecía una maqueta a escala del piso que se suponía que querían comprar. Para su sorpresa lo que les enseñaba el señor no era una maqueta, era el piso en sí, uno de esos en los que la ministra Trujillo pretendía meter a la gente, cosa que no sé si todavía pretende porque la cosa de las hipotecas y el precio de los inmuebles no está precisamente como para que ahora nadie se meta a invertir; en la otra se veía a un grupo de inmigrantes que acudía por vigésima vez a una delegación del Gobierno para intentar regularizar su situación y que se sorprendía cuando el funcionario de turno les advertía de que el nuevo requisito que se les exige para pasar al mundo de los legales no es otro que aprenderse la letra de la canción de la antepenúltima ganadora del Eurojunior, el “Antes muerta que sencilla”. Genial, dos retratos sarcásticos y perfectamente conseguidos de parte de la verdad que nos está tocando vivir en estos días inciertos.
Han sido muchos sus aciertos. Pocos sus errores. Tiene además algo bueno que no tienen muchos: sus inteligentes ataques no siempre van contra los mismos. A la gente del Partido Popular (PP) -y eso que trabaja en un periódico donde su director ha confesado en varias ocasiones ser íntimo de Aznar- también les atiza con bastante frecuencia. Esta semana nos regaló a todos otra muestra de su genialidad. Una viñeta que reprodujo este diario en su edición del jueves en la que se veía una fotografía de Tony Blair y todos los que han hecho el milagro de la paz en Irlanda sentados en un cómodo sillón de un saloncito no menos confortable. Al fondo, dibujado, Mariano Rajoy dando brincos y gritando aquello de “¡Rendición en mi nombre no!”. Arte, puro arte.
Deteniéndome brevemente en este último análisis de la actualidad informativa, el tema de la paz irlandesa, me gustaría hacer un comentario con el que tiro piedras contra mi propio tejado, al haberme confesado en no pocas ocasiones un “juancarlista” convencido. Me ha parecido una metedura de pata tremenda no del Rey sino de la gente que le asesora que se permitiera el lujo de introducir una opinión política en un corro de periodistas sobre cuestiones que evidentemente no le competen. Igual que en este país se respeta hasta límites insospechados a la figura del Jefe del Estado -casi nadie se atreve a criticar abiertamente nada que tenga que ver con la Familia Real-, el Jefe del Estado no tendría que dar motivos para la crítica.
Independientemente de que pueda o no tener razón en su afirmación de que hay que propiciar el diálogo para hallar la paz en este tipo de procesos, las opiniones políticas del Rey se deben reservar únicamente para sus reuniones privadas. De lo contrario, abriría una peligrosa veda para que todo el mundo pueda opinar también de él y de su familia, lo que no creo que convenga al equilibrio de este país.
El Rey no es más que un diplomático de máximo nivel en el mundo, la imagen de España en el interior y en el exterior, una especie de árbitro de la contienda que en todo momento debe mantenerse neutral. Como los jueces que se decantan por opciones más progresistas o más conservadoras, haciendo este tipo de declaraciones el Rey pierde imparcialidad. Sólo le faltó decir que es del Barcelona.