viernes. 29.03.2024

Pocas veces tiene uno la suerte de tropezarse en la vida con auténticos caballeros. Quedan pocos. Me siento afortunado, porque un día me di de bruces con uno de ellos en uno de los sitios más raros donde alguien puede encontrar a este tipo de seres, en la política. Su nombre es Marcial Martín, y este lunes se ha convertido en noticia para algunos. No para mí. Hace tiempo hablé con él de su posible retirada. Me confesó que estaba cansado, sobre todo porque su enorme corazón le había dado un susto de muerte, nunca mejor dicho. Algunos miserables que no le conocen especularán con todo tipo de estupideces, pero lo cierto es que el alcalde de San Bartolomé deja la política activa porque no se siente con fuerzas para seguir. Necesita descanso, y estoy convencido de que su familia se lo va a agradecer.

Hacía mucho tiempo que no escribía. Casualidades de la vida, este lunes estaba a punto de encender el ordenador con la intención de redactar con las prisas del momento un artículo de despedida cuando sonó mi teléfono móvil. Era Marcial. Me llamaba, porque es un caballero, para agradecerme el trato que le he dispensado como periodista durante todos estos años. No hacía falta que me llamara para algo así. Ni mucho menos. Hay la suficiente confianza entre ambos como para que ese gesto sobrara. Pero un caballero no descuida los detalles, y éste lo ha sido.

Me resisto a creer que Marcial va a dejar la política de forma definitiva. Es más, llevo años defendiendo que tanto él como José Juan Cruz están obligados a liderar un proceso de regeneración interna en el PSOE que devuelva a la formación con más seguidores en Lanzarote al lugar del que jamás debió partir. Tanto él como José Juan están obligados a darle una patada en el culo a los modos y maneras que un buen día se instalaron con la llegada de la horda de “independientes” que asaltaron el poder orgánico de la formación como el que asalta el consejo de administración de la Coca-Cola. Se lo dije por teléfono, y se lo escribo ahora. Da igual que se tome unas vacaciones, pero si no lo hace de forma directa, tiene que colaborar para hacerlo de forma indirecta. El proceso se ha iniciado, y no debe detenerse.

Cuesta hoy en día escribir bien de alguno de nuestros representantes públicos –en broma le he dicho a Marcial que ha tenido muy mal gusto al robarle protagonismo a su compañero Casimiro Curbelo-, y son pocos, muy pocos, los que con su marcha me obligarían a hacer un ejercicio que poco o nada apetece hacer con los calores del verano. Marcial ha sido, es y será una de esas personas que tienen algo tan básico como es la educación, la buena educación. Jamás le he escuchado pronunciar una palabra más alta que otra; jamás he escuchado de su boca algo que no estuviera medido, sopesado, incluso cuando ese algo era una puñalada hiriente contra el adversario de turno; jamás he sentido en su comportamiento la falsedad que siento con otros que incluso me tratan con la confianza que jamás han merecido y que jamás tendrán.

San Bartolomé pierde un gran alcalde, y Lanzarote uno de sus mejores políticos. Alguien sensato, dialogante, fiel a sus principios, recto en su comportamiento, amigo de sus amigos, honesto, honrado, socialista de verdad… Tendrá sus defectos, como los tenemos todos, pero no son aplicables a lo que ha sido su paso por la actividad política. Seguramente habrá alguien que no está de acuerdo con lo que escribo, pero lo que tiene que hacer es razonarlo y justificarlo. De momento me quedo con mi versión, que es la que he conocido.

Andrés Stinga entró este lunes en nuestra radio. Le faltó un segundo más de antena para echarse a llorar. ¿Cuántas personas conseguirían que un tiarrón de casi dos metros se derrumbase de esa manera simplemente porque tiene que explicar la marcha de un amigo? Eso lo consiguen muy pocos, y uno de ellos es Marcial Martín.

Marcial Martín, caballero de la política
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