domingo. 11.05.2025

Si no me equivoco, ya se puso en marcha hace dos cursos la sexta (¿o fue la séptima?) reforma educativa de la conocida como Ley Orgánica de la Educación, la LOE, que afecta especialmente a la Educación Secundaria Obligatoria, la ESO, para los alumnos que antes eran de la Educación General Básica, la EGB, o del Bachillerato Unificado Polivalente, el BUP, esos que ya no podrán hacer el Curso de Orientación Universitaria, el COU, sino que hacen la Prueba de Acceso a la Universidad, la PAU. Semejante baile de siglas no es nada complicado si lo comparamos con el tremendo lío mental que tienen que tener los pobres estudiantes de hoy en día, los mismos que tienen que tener ya guardado el bañador y la plaistasion para preparar el estuche, los libros y todo lo que descoyunta la economía de sus sufridos padres.

Lo siento, pero es que lo de las reformas educativas no me entra, como sigo sin enterarme de las equivalencias entre la ESO y lo que estudiamos los que fuimos al cole con una goma Milán como elemento tecnológico más avanzado. Dependiendo de quién gobierne, resulta que uno no pasa de curso si catea dos o sí pasa cateando cuatro. Es decir, que si mañana se presenta una moción de censura contra José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy se convierte en presidente del Gobierno, que es mucho suponer teniendo en cuenta cómo se encuentra la relación entre el Partido Popular (PP) y los nacionalismos, los que creían que cateando cuatro podrían pasar de curso tendrían que repetir porque volverían a valer únicamente los dos suspensos. También si eso ocurriera la Religión, conocida como Reli entre la chavalería, volvería a ser asignatura evaluable y computable, porque ahora parece ser que se va a puntuar pero no va a computar, y se suprimiría la Educación para la Ciudadanía, esa asignatura que provocó que las Juventudes Socialistas hicieran el vídeo chorra del pijo del Lacoste.

Y lo de la asignatura de Religión y lo de los suspensos no es más que la punta de un tremendo iceberg, el que conforma el helado jeroglífico de la reforma educativa. Nuestros políticos se han olvidado de algo tan importante como son los niños. No se puede estar jugando como se juega con su educación, con su futuro. Al final lo único que se conseguirá con estas geniales ideas es lo que se barrunta ya en cualquier coloquio pero que nadie se atreve a decir abiertamente, que los hombres y mujeres del mañana serán más incultos y menos preparados que los del ayer. Es normal, la rebaja del nivel de exigencia docente mezclada con el lío de las reformas, sumado además a la deshumanización de una juventud a la que se está llevando por un camino absolutamente equivocado, son ingredientes suficientes para que el guiso salga salado y con sabor a hiel.

Pero coincido con Buenafuente -a este también le ha tocado la vuelta al cole, aunque en otro cole- en que lo más llamativo de la penúltima reforma es que los socialistas se han cargado una figura mítica y entrañable de los colegios de toda la vida, el repetidor. ¿Quién no ha tenido un repetidor en su vida, quién no ha coincidido en alguna clase con ese muchacho -es curioso, pero solía haber pocas repetidoras- que normalmente destacaba por encima del resto por su adelantado desarrollo físico y que aventajaba a la mayoría únicamente en las clases de gimnasia y en los partidos de fútbol del recreo, quién no recuerda a ese que se solía llevar todas las broncas de los profesores y luego la pagaba a puñetazos con el primero que pillaba por banda?

También coincido con el humorista catalán en que habría que cambiar el ridículo nombre de ESO por algo más sencillo y sonoro, para que los niños dejen de tener vergüenza al confesar que se pasan horas y horas estudiando “eso”. Es como el que nace en un pueblo de nombre horroroso como Guarroman -parece un superhéroe chungo, pero existe-, que procura cambiar de tema cada vez que se habla de los orígenes. Lo más lógico, y plagio también la propuesta televisiva, es que se le llame “cole”, para que los niños puedan decir orgullosos que estudian tercero de “cole” o segundo de “cole”, y no de “eso”.

Luego está lo de la evolución. Circula desde hace tiempo un correo por Internet en el que se recuerda cómo éramos los niños de antes, auténticos supervivientes si se nos compara con los niños de ahora, a los que, con todos mis respetos para sus padres -soy demasiado nuevo en estas lides para sumarme-, los estamos atontando. El instinto de supervivencia innato de cada individuo hace que sean innecesarios tantos remilgos como tienen hoy en día los padres, o es que ya se han olvidado de que cuando nosotros éramos pequeños desaparecíamos todo el día, íbamos en bicicleta sin casco, teníamos siempre las manos llenas de mierda o jugábamos a guerras de piedras sin que las bajas fueran más allá de un chichón o alguna brecha que se curaba con un par de puntos. Aunque me he desviado del tema, porque el tema era el de la reforma educativa. Mi propuesta es sencilla. No todo lo que se hizo en el pasado tiene por qué ser malo. Estoy de acuerdo con los que piensan que el siglo XXI debe ser distinto al XX, pero no estoy de acuerdo con los que se empeñan en desterrar las cosas que estaban bien hechas simplemente porque las hicieron otros. Hay que buscar el equilibrio y la sensatez que ahora falta. La letra ya no tiene que entrar con sangre a la fuerza, pero tiene que entrar. Y lo siento, pero tiene que haber repetidores.

Las insufribles reformas educativas
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