No creo que nadie dude que Sadam Husein Abdelmayid Abdalgafar ha sido uno de los peores bichos que ha pisado este planeta de las preguntas sin respuesta. Ahora, no creo que haya una sola persona de bien en el verdadero mundo civilizado que no haya visto con verdadero horror su ahorcamiento a manos de los que se supone que quieren devolver la paz y la democracia a Irak.
El sábado me acosté espantado después de ver las imágenes servidas al mundo de un hombre al que han convertido en mártir de una causa que no existía. Sadam Husein nació el 28 de abril de 1937 en el seno de una familia árabe suní y en una pequeña aldea cercana a Tikrit, localidad que fue cuna nada menos que de Saladino, un magnífico guerrero kurdo que los más jóvenes conocerán por la película de Ridley Scott del “Reino de los cielos”. En lugar de morir encerrado en una celda cumpliendo el castigo a sus muchos crímenes cometidos a lo largo de décadas como dictador, a algún bestia sin juicio se le ocurrió darle la muerte de un guerrero capturado por las filas enemigas, una muerte que habría firmado el propio Saladino.
Todavía no me explico cómo puede haber gente que justifique el vil asesinato de Sadam Husein. Porque eso es lo que fue, un asesinato con premeditación, nocturnidad y alevosía. Lo del juicio justo y otras pamplinas similares que se las cuenten a otro.
Después de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York supe que el mundo cambiaría. No me equivoqué. Sin embargo, jamás llegué a pensar que la venganza de Estados Unidos se iba a desarrollar de una forma tan torpe e inhumana, que iban a llegar tan lejos. La misma persona que en su momento les sirvió para inventarse una guerra contra Irán ahora se ha convertido en la víctima de un sistema contra el que nos debemos oponer todos aquellos que seguimos creyendo firmemente en el derecho a la vida y que nos oponemos a la mesopotámica Ley del Talión, el ojo por ojo y diente por diente.
Por esa manía que tengo de cambiar de canal de forma compulsiva en busca de algo en la televisión que merezca la pena ver -qué difícil resulta-, me tropecé el sábado con las imágenes de Sadam Husein entrando en el patíbulo. Me parecía increíble que en pleno siglo XXI se aplicara un sistema tan primitivo para ajusticiar a un bárbaro. “¿Y para hacer justicia hay que matar a las personas?”, me preguntó mi sobrino de 14 años que tenía al lado en el sillón. “No, no están haciendo justicia, están haciendo el bestia, hijo”, fue lo único que alcancé a decirle.
Sadam Husein fue un terrible asesino, un vulgar vividor que lo único bueno que hizo en su vida fue comprar discos de Julio Iglesias. Después de ser capturado por Estados Unidos tendría que haber pasado el resto de sus días encerrado. Esos años le habrían servido para atormentar su cerebro con los horrores de los que había sido testigo y culpable directo. Ahora, después de que lo mataran, se ha ido al Más Allá sin saldar la deuda.
Las reacciones de los países del mundo teóricamente civilizado fueron en su mayoría timoratas y alejadas del pensamiento de la mayoría de los ciudadanos. En la Unión Europea (UE), faltaría más, se recordó la oposición frontal que existe a la pena de muerte. Y poco más. Lo lógico habría sido emitir un comunicado de enérgica condena de semejante tropelía, de un acto siniestro como pocos en el que participaron varios verdugos con el rostro cubierto por capuchones negros que imagino que tapaban la vergüenza que se debería reflejar en sus rostros. Eso si es que son gente con alma. Eso si no son de los muchos que no sólo apoyan una medida de este tipo sino que aplaudieron y brindaron cuando supieron que la cuerda había partido el cuello del derrocado dictador.
La semana pasada el eurodiputado socialista Manuel Medina realizó unas magníficas declaraciones en Lanzarote Radio que fueron reproducidas en este diario. En ellas habló de la huída en masa que está haciendo mucha gente de Estados Unidos, entre ellos sus hijos. Habló también del pequeño oasis democrático en el que se ha convertido Europa. No es extraño que algo así suceda, no es extraño que la gente quiera irse de un país en el que cualquiera puede llevar un arma por la calle y cualquiera puede terminar siendo asesinado en una cárcel sin que quede demostrada su culpabilidad sin resquicio alguno para la duda razonable. ¿Cuánta gente ha sido ajusticiada siendo inocente? Creo que hay mucha gente en Estados Unidos que debería pensar sobre estas cuestiones, que debería intentar cambiar las cosas. No es demasiado tarde, y nos harían un favor al resto de la galaxia.
Sé que habrá gente como mi amigo David que no estarán en absoluto de acuerdo con lo que he escrito. Me da igual, porque para eso es mi amigo.
Feliz 2007 para todos y gracias por molestarse en leer esta columna de opinión.