Si uno sigue con atención las informaciones diarias de la prensa canaria se da cuenta en seguida de algo raro, de los numerosos accidentes que se están produciendo por el dichoso tranvía de Tenerife. Como no soy de Gran Canaria y no soy sospechoso de fomentar el puñetero pleito insular, me dispongo a escribir una crítica más o menos liviana sobre la instalación de este "elemento decorativo”, elemento decorativo de primera magnitud, eso sí. Espero que en El Día no propongan mi inmediata expulsión del Archipiélago.
El caso es que no hay un solo día en el que no nos encontremos con noticias que tienen que ver con incidencias provocadas por este cacharro. Conozco bien el asunto, sé de lo que hablo. Una vez estuve a punto de ser arrollado por un tranvía, y no se llamaba “deseo” precisamente. Supe entonces y sé ahora que es bastante peligroso. A algunos les costará entender esto. Y hablando de costar, no me extraña que muchos canarios estén que echan humo por las orejas por la inversión que se tuvo que hacer en Tenerife para la construcción del tranvía en cuestión. Es una obra faraónica cuya utilidad es bastante cuestionable. Estéticamente queda muy bonito y muy vanguardista, pero poco más. Está claro que hay otras mil necesidades que cubrir antes de tener un tranvía. Sobre todo en una Comunidad plagada de carencias donde además hay un porcentaje escandaloso de personas que viven por debajo del umbral de la pobreza. El que no lo crea, que se pase por la iglesia de San Ginés a eso de la una de la tarde; se topará con la realidad de las cosas, con la cantidad de gente que cada día va a comer a Cáritas.
El tranvía, insisto, es un elemento decorativo de primera magnitud para cualquier ciudad moderna. Las calles de San Francisco o de Lisboa no serían lo que son sin sus pintorescos tranvías. A los de Lisboa no les vendría mal una manita de pintura, todo hay que decirlo. Si uno se fija, son ciudades que tienen enormes cuestas, y en su momento tuvieron una utilidad evidente para la plebe. Sin embargo, además de hacer bonito hay que fijarse en la funcionalidad y en la peligrosidad de estos aparatos. Resulta prácticamente imposible controlar el paso del tranvía en todo su recorrido. Sus conductores tienen que estar muy atentos a cualquier incidencia, porque es bastante fácil que la gente cruce y se lo encuentre, al no haber protección de ningún tipo en las vías, o que otros vehículos se estampen a su paso. Tiene que pasar mucho tiempo hasta que la gente se adapte a su presencia. Eso o que Santa Cruz se convierta en una ciudad como son las del norte de Europa, en las que la gente va en bicicleta y tiene carriles específicos para rodar sin peligro.
Recuerdo perfectamente cuando pusieron el tranvía en Bilbao. La ciudad cambió el gris plomizo de su ahora abandonada industria por el dorado brillante del Gughenheim. Todo se llenó de luz. El verde de los montes que rodean el Bocho se hizo más verde, y el azul del cielo se hizo más azul. Reinventaron la ciudad, hasta el punto de que la convirtieron, a mi juicio, en una de las más bonitas de España, lo que para muchos lugareños era algo impensable. Casi nadie cogía el tranvía los primeros días. No era muy práctico en una ciudad pequeña donde todo el mundo va a pie a todas partes y donde el metro funciona muy bien. Luego, poco a poco, la gente, y sobre todo los turistas, se fueron animando. El caso es que como está pasando ahora en Tenerife, los periódicos locales se fueron llenando de noticias que tenían que ver con accidentes provocados por el tranvía. Como decía unas líneas más arriba, yo casi me lo trago a la altura de El Corte Inglés, en la plaza de España (ahora plaza Circular porque ya se sabe que en Euskadi está casi prohibido pronunciar la palabra España). Fue culpa mía, porque me metí en la vía, pero no me di cuenta. Como yo, mucha gente -despistada o no- que no repara en que están los raíles en la misma calle donde antes no había nada. Los más vulnerables, como siempre, los niños y los ancianos.
Es un artefacto tremendamente peligroso, y las autoridades de la isla picuda lo deberían tener en cuenta. A lo largo de la historia ha habido atropellos del tranvía que han terminado en tragedia. Si no recuerdo mal, el genial arquitecto catalán Gaudí murió atropellado por uno de estos bichos. Uno de la época, claro. El de Santa Cruz ya no podrá atropellar jamás a Gaudí, pero sí a otra gente. Deberían extremar las medidas de seguridad.