El pasado fin de semana leí dos artículos en la prensa, uno en la regional y otro en la nacional, que me llamaron poderosamente la atención. Que vaya por delante mi reconocimiento por lo atinado de su contenido y que me perdonen sus autores porque tengo la memoria de un mosquito y soy incapaz de recordar en estos momentos sus nombres. Ambos articulistas coincidían en señalar lo extraño que se hace vivir en la sociedad del siglo XXI. En unos momentos en los que el trabajo absorbe el ochenta por ciento de nuestras vidas (todavía me tiemblan las piernas cuando pienso en el padre que olvidó a su hija en el coche y se la encontró muerta), contamos con un veinte por ciento de tiempo para dedicarlo a la familia, a los amigos y a las pocas aficiones que nos podemos permitir. ¿Dónde está el tiempo de la reflexión, del debate interior? No existe, al menos para la mayoría.
La televisión, que junto al fútbol es el opio del pueblo, se ha convertido en un instrumento de embrutecimiento mental que sin embargo nos saca a muchos de los problemas cotidianos. Mientras uno se planta panza arriba frente al aparato y se entrega con fervor al compulsivo cambio de canal, todos los problemas pasan de largo, se evaporan. No es tiempo tampoco para la reflexión.
Las preguntas de dónde somos, de dónde venimos y a dónde vamos no tienen significado alguno en esta sociedad desnaturalizada y deshumanizada que tanto nos desespera a algunos. Los más optimistas piensan que el hombre ha evolucionado, que está en su mejor momento. Los que somos realistas nos damos cuenta en seguida de que no es así.
Es obvio que en los países más desarrollados tenemos prácticamente de todo o de casi todo, contamos con la posibilidad de acceder no sólo a cualquier bien material sino intelectual, todo además bajo la fórmula menos mala de las posibles que es la democracia. ¿Qué nos pasa entonces, por qué la mayoría de la gente no es feliz, por qué tenemos tantos problemas? La respuesta a estas preguntas no es sencilla. Ni siquiera aquellos que tienen tiempo para la reflexión -creo que únicamente personas con trabajos flexibles que requieren poco tiempo y dan mucho dinero se pueden incluir en esta clasificación- cuentan con los argumentos suficientes para explicar lo que ocurre. ¿Estás en esta categoría? Si es así, enhorabuena. Personajes como Saramago, que se incluye entre los que tienen tiempo y dinero suficiente para pensar, son los únicos que inciden con notable inteligencia en la verdadera enfermedad del nuevo siglo. Eso no quita para que esté absolutamente en contra de su forma apocalíptica de verlo todo, incluyendo la Navidad a la que estamos nuevamente a punto de dar la bienvenida. Cómo pasa el tiempo. Es cierto que se ha exagerado enormemente el consumo, es cierto que hay mucha gente que vive en los países más pobres que apenas tiene un trozo de pan con el que llenar el hueco de sus estómagos. También es verdad que poco o nada se puede hacer desde aquí. Al menos poco podemos hacer los que llegamos con dificultad a fin de mes y no tenemos más poder que el que nos entrega la palabra libremente confeccionada y publicada. Gente como Saramago, sin embargo, sí puede y debe hacer más cosas. No digo que done toda su fortuna o los derechos de sus libros a los niños de Ruanda, pero sí que siga intentando influenciar en los que tienen en sus manos arreglar lo que parece inarregable.
En mi modesta opinión todo se resume en el ritmo de vida que llevamos en el teórico primer mundo. Todo tiene que ver con la falta de tiempo para relacionarnos con nuestros semejantes y el estúpido anhelo de cosas que creemos que van a mejorar nuestras vidas y que lo único que hacen es conducirnos directamente al círculo vicioso de tener que trabajar más para ganar más dinero con el que pagar esas cosas y las otras que desearemos más tarde.
No está mal que de vez en cuando nos paremos un segundo, miremos hacia el interior de nuestra alma -existe y es lo que nos diferencia de los demás- y descubramos los sentimientos que ahora se ocultan bajo el caparazón de la vida que nos ha tocado vivir y la que nos espera. Es probable que descubramos personas distintas, más parecidas a las que los que ya vamos teniendo cierta edad conocimos en el pasado. Nunca vi a mi abuela preocuparse por si mi abuelo tenía un coche mejor o peor, sencillamente porque no tenían; nunca la vi quejarse por lo viejo de su sempiterno vestido negro; nunca la oí hablar de que quería una casa más grande y mejor que la de su vecina Jacinta... Y sin embargo, sé que era muy feliz.
Por cierto, siento si te ha parecido blanda la breve reflexión que hoy me he permitido. Alguien me pidió que este artículo no estuviera dedicado a la política. He cumplido mi promesa. Ahora, el próximo, lo siento mucho, tiene que estar dedicado obligatoriamente a lo mucho que está pasando en la política de Lanzarote. Estamos terminando el año y hay que hacer un duro balance de la situación. Lo del tercer grado de Dimas, las evidentes diferencias que siguen existiendo en el tratamiento de las informaciones que tienen que ver con el Plan General siguen teniendo el pacto entre socialistas e independientes en vilo. Mañana escribiré sobre esto, porque hoy prefería reflexionar sobre el mundo que nos ha tocado vivir a aquellos que no tuvimos que soportar los horrores de ninguna guerra.