Ya apuntábamos en un Editorial de la pasada semana que la mayor parte de la ciudadanía no tiene excesiva fe en esa nueva religión que es la Sociometría o la Demoscopia. Antes al contrario, pues los hechos han demostrado que las encuestas patinan o fallan más que una escopeta de feria. Y, principalmente, las que hacen referencia al sexo y a la política, que son asuntos en los que (casi) todos mentimos cuando se acerca el primer desconocido a preguntarnos al respecto.
Sin embargo, todo ello no obsta para constatar que algunos de esos sondeos con los que se nos machaca a diario desde los distintos medios de comunicación son en ocasiones asaz llamativos, por denominarlos de alguna manera y a bote pronto, independientemente de que su veracidad sea mayor o menor... o simplemente ninguna, como ocurre en la inmensa mayoría de los casos.
Recientemente se publicaba en la prensa nacional los resultados de una encuesta que venía a corroborar, una vez más y por si alguien albergaba alguna duda a estas alturas del esperpento, algo ya sabido de antemano hasta por el más despistado de la clase: el nulo interés que los jóvenes muestran por la política. Y si esos jóvenes son concretamente conejeros, mejor no hacer ni las cuentas, pues sólo hay que ver cómo va en aumento la abstención electoral en la isla más oriental de Canarias, que es a su vez la más abstencionista de todo el Archipiélago ya desde los albores de la democracia... y subiendo.
Pocos como ellos, los jóvenes, tienen tantas razones y motivos para abominar de la clase dirigente que nos ha tocado en desgracia. Según el sondeo de marras, hay un claro desprecio de la juventud hacia la casta de los políticos. Más de un 55% proclama su ausencia de confianza en institución alguna. Sólo un 5% cree representativo al Gobierno, y poco más de un 3% al Parlamento. Hacia los partidos políticos en general, apenas un 2,3% no muestra abiertamente su desprecio. Datos, ciertamente, más que significativos, y desalentadores principalmente para los propios políticos, que ya están tardando en ponerse las pilas -por decirlo en el mismo lenguaje juvenil- para hacerse merecedores de la confianza de una juventud que cada vez los mira a ellos, a los dirigentes públicos, con más desconfianza o recelo.
Ha escrito el filósofo Gabriel Albiac, uno de los intelectuales políticamente menos correctos del actual panorama del pensamiento español, que "la muerte de lo político como lugar ético es una evidencia para cualquiera a quien las mil humillaciones de la vida adulta no hayan envilecido. La resonancia del rechazo es moralmente crucial. (...) Sé que el futuro prometido es una coartada que todo lo legitima. (...) De entre todos los sujetos despreciables que pululaban en una Atenas al borde del abismo, Platón, hace casi 25 siglos, elige a la naciente especie de quienes convierten el gobierno en oficio retribuido: son el paradigma del mal. Platón enunciaba así, por primera vez, el principio de dignidad que excluye a los políticos profesionales del ámbito de los hombres nobles”.
El mencionado filósofo lo dejó dicho en su día y momento: "Yo, que antaño sentí la idea de dedicarme a la política, al dirigir la mirada a la situación y ver que todo iba a la deriva por todas partes, acabé por marearme. (...) La verdad es infaliblemente lo contrario de lo que dice el político”. O sea, justo lo mismo que piensa a día de hoy la inmensa mayoría de una juventud que está sobrada de razones para desconfiar de todos los políticos sin excepción. Esos mismos y malos actores que ahora vuelven a utilizar a los jóvenes como carnaza electoral, con sus mil y una promesas sobre ayudas para acceder a una vivienda. El globo del populismo más barato y temerario sigue hinchándose. Pero tendrá que reventar más pronto que tarde. Lo dice el otro filósofo de la calle: lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible.