De economía no entendemos todos lo mismo, pero como a todos nos afecta, todos en buena lógica tenemos perfecto derecho a pronunciarnos al respecto, independientemente de que unos puedan sentar más cátedra que otros en tan farragoso asunto. Tampoco crea nadie que los economistas, los teóricos expertos o especialistas en la materia, son infalibles. Ni muchísimo menos. Antes al contrario. De hecho, aciertan menos que las encuestas electorales o el hombre del tiempo de la tele. Al final siempre acaba teniendo razón aquel sabio griego que al menos sabía que no sabía nada, lo cual ya era un buen comienzo empírico. Lo tiene escrito, precisamente, uno de esos un expertos en materia tan insondable, que es a su vez uno de los escasos cronistas de Economía que escribe con una más que meritoria altura literaria. Nos referimos a Luis Ignacio Parada, que parte de la idea -la citamos textualmente- de que “un filósofo es un ser encantador capaz de explicar cosas que nadie entiende con palabras que conoce todo el mundo. En cambio, un economista es un tipo indignante capaz de explicar cosas que conoce todo el mundo con palabras que nadie entiende". Ahí lleva el citado periodista más razón que un santo.
Podemos caer en la exageración cuando decimos, como solemos hacer en no pocas ocasiones (y sobre todo cuando nos dan mil y un motivos para ello), aquella frase hecha de que todos los políticos de Lanzarote son iguales (igual de malos, se sobreentiende). A lo peor exageramos, sí, pero, con exageraciones o sin ellas, después hay un dato objetivo que no admite doble lectura o interpretación, puesto que las matemáticas, si no nos engañaron los profesores en el Instituto, no mienten. Y las matemáticas, las cuentas que no son cuentos, dicen que prácticamente todas las instituciones oficiales de Lanzarote están a día de hoy casi en bancarrota, pizco más o menos, duro arriba o euro abajo. Y las que más en bancarrota están son, casualmente, las principales. Otros alegan que eso en realidad es una buena noticia, y que lo lógico y normal es que las instituciones estén endeudadas hasta las cejas. Lo que decíamos más arriba: son dos formas distintas de ver un mismo asunto, y mientras unos sólo ven la botella medio vacía otros alegan que en realidad está medio llena.
La alarmante falta de perras, por decirlo en el lenguaje de la calle, ha propiciado, en pleno verano de 2007, con todas las principales fiestas en su apogeo, que los distintos grupos de gobierno se agarren a ese argumento como excusa para tomar una serie de medidas consistentes, esencialmente, en recortar muchos actos o celebraciones (recortes que no censuramos, porque cierto es que en algunos casos estaban más que justificados). Pero también le han puesto muy fácil a los ciudadanos la crítica a esos gestos, pues tampoco se entiende que si el dinero en las arcas públicas es tan escaso, los flamantes dirigentes políticos de las mismas hayan tomado como primera medida, apenas recién llegados al cargo, la subida significativa de sus respectivos sueldos. Algo no encaja. O, por decirlo en conejero, algo no coneja en esta historia. La otra segunda medida importante tomada por esos mismos cargos públicos, aprobada también de forma unánime, fue marcharse de vacaciones, después de llevar desempeñando su durísima misión apenas unos días.
Todo eso por no hablar de otros temas recurrentes como los ya afamados asesores, que por lo general no asesoran nada (y menos mal, porque en tal caso acabaría siendo peor el remedio que la enfermedad), que no pasan de ser simples enchufados digitales en pago a determinados favores. Un reducto de individuos sin oficio, aunque sí con beneficio (al final de mes cobran todos unos sueldos que ya quisieran para sí la mayoría de los lanzaroteño de a pie), a los que se les paga de esas mismas y exangües arcas públicas unos emolumentos que también se han visto incrementados de forma y manera pareja con la subida salarial de los políticos, sus principales protectores.
Es lo de la otra frase hecha: el que menos corre estampa contra el piso al que va -o iba- delante. Estos son los bueyes que tenemos, y no nos dejan arar con otros. O los cambiamos todos de golpe y porrazo, o nos seguirán sirviendo para lo que nos han servido hasta ahora: para chuparnos la sangre, y encima cobrarnos por ello.
Visto lo visto hasta aquí, lo de Lanzarote sí que merece ser llamado, por hablar con entera propiedad, un verdadero “milagro económico”, y lo demás son boberías o cáscaras de lapas, por decirlo también en canario.