lunes. 12.05.2025

¿Se puede abordar o analizar el fenómeno de la inmigración ilegal sin caer en el fanatismo o bordear el sectarismo ideológico? Se puede, desde luego, y sobre todo se debe. Ante esa clandestina avalancha humana, que acostumbra a incrementarse además coincidiendo con los últimos días del verano y el inicio del otoño -época en la que estamos ahora mismo-, no sirve de nada el partidismo, el echar siempre la culpa al del otro bando: el PP al PSOE, el PSOE al PP, los nacionalistas al Gobierno central, el Ejecutivo nacional al Gobierno regional, y vuelta a empezar con ese juego tan idiota como suicida, pues mientras discutimos si son galgos o podencos, como el la afamada fábula, el problema social sigue creciendo. Ese tira y afloja, esa guerra de banderías, no nos lleva a ningún sitio, como no sea el precipicio.

Balones al suelo, por utilizar una imagen futbolística. Se le pueden poner todos los paños calientes que se quiera, y se puede presumir de ser muy progresista, muy solidario, muy políticamente correcto, pero la realidad es la que es, así se quiera reconocer o se pretenda maquillar: a día de hoy, uno de los principales problemas que afronta Canarias en general y Lanzarote en particular es -junto con el de la vivienda y la sanidad- el fenómeno de la inmigración irregular. Ni guerras intra o interpartidistas ni otras pendencias políticas. Hay lo que hay. El que quiera verlo sólo tiene que abrir los ojos y desparramar la vista, por decirlo en canario. Y el que no, pude seguir haciéndose el loco y mirando hacia otro lado. Ojos que no ven, corazón que no siente.

Ese hecho y esa problemática objetiva, que mantiene a las islas desde hace ya años en las portadas de toda la prensa nacional e internacional, no nos ha de llevar nunca a posturas tan extremas como ridículas, del mal estilo de los lamentables sucesos manifiestamente racistas que se registraron hace ahora un año en San Bartolomé de Tirajana (Gran Canaria) o Garachico (Tenerife). Ni tanto ni tan calvo. No caigamos en el amarillismo tremendista de algunas portadas insulares ni en los alarmismos injustificados y mentirosos de algunos líderes políticos ansiosos de pescar en el río revuelto de la xenofobia, a donde es tan fácil llevar -y ahogar allí- a las masas no avisadas o poco formadas y fácilmente manipulables con el miedo al otro, al extranjero. Quietas las cabras, no nos vayamos a cargar el corral entero una vez que se encabriten y se desmanden. Hay un punto intermedio entre la apatía y la radicalidad, que pasa por el análisis sosegado de la situación y la búsqueda de soluciones inteligentes y prácticas, que no causen daños a terceros (“efectos colaterales”, como dicen los cínicos padres de las guerras).

No se afrontan los problemas creando más problemas. No se soluciona nada acudiendo a las posturas extremas y a las soflamas destempladas. Esa vereda o atajo sólo conduce al abismo. Los mensajes incendiarios pueden despertar la bestia de la xenofobia, del racismo todavía larvado, porque los bajos instintos son muy traicioneros: se sabe cómo se empiezan a manifestar pero nunca los estropicios -cuando no los holocaustos- que acaba cometiendo. ¿O es que hay que volver a recordar la historia y la histeria reciente del siglo XX? ¿Qué otra lacra que no fuera la de los prejuicios racistas produjo el Holocausto judío del que todavía hoy se avergüenzan todos los alemanes, incluso los que no tuvieron arte ni parte directa en aquella barbarie humana, si exceptuamos a los cuatro descerebrados o cabezas rapadas de turno?

Todos los gobiernos implicados (el de Canarias, el español y la supranacional Unión Europea) están llamados a tomar medidas con respecto a esta grave crisis inmigratoria que está teniendo como escenario unas islas minúsculas vecinas de un inmenso continente repleto de hambrientos que buscan lo que ha buscado siempre el hombre en toda la historia de la humanidad: la comida o el sustento allá donde esté, por encima de convenios, leyes o tratados internacionales. Tampoco es un episodio inédito en la reciente historia de Canarias, pues pocos isleños pueden decir ahora que no tienen o tuvieron algún pariente cercano que se vio obligado a salir de su acotado terruño en busca de una vida que mereciera el nombre de tal.

Inmigración: reflexión y objetividad
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