A estas alturas de la evidencia, ya casi no cabe hablar de esa posible crisis turística larvada que se vive en Canarias en general y en Lanzarote de forma y manera muy particular. Las larvas ya se han desarrollado, o en el mejor de los casos están muy crecidas, y el bicho empieza a mostrar su verdadera y aterradora cara... ésa que casi nadie quería ver, y ni siquiera pensar en ella.
Sólo las autoridades políticas, muy dadas a ocultar los hechos hasta que éstos acaban desbordándonos a todos, se empeñan todavía en negar lo obvio. Están en su papel: no es políticamente correcto reconocer un fracaso en la gestión turística del Archipiélago o de la isla. Pero los políticos no van a engañar más con sus componendas y sus paños calientes a los que sufren en carne propia las primeras consecuencias de esa crisis turística que ya no es presunta o supuesta sino real como la vida misma.
Sólo hay que escuchar a unos (los cargos públicos) y a otros (los empresarios o profesionales del ramo) para columbrar o deducir a las primeras de cambio que alguien miente... y no parece que sean precisamente estos últimos, porque el resto de los ciudadanos también tenemos ojos para ver y oídos para escuchar esas mismas lamentaciones, esas palpables regresiones, esa mala hora que atraviesa el sector de servicios en Lanzarote.
Es una verdad de Perogrullo (por lo tanto, una perogrullada): Si en Canarias el turismo tiene la importancia que todos sabemos que tiene, en Lanzarote esa importancia se multiplica, en tanto que nadie ignora que nuestra dependencia de ese sector es absoluta, puesto que más del 90% de nuestra economía pende y depende del mismo, de forma directa o indirecta. En otras islas del archipiélago cuentan todavía con otros recursos, y por ello su dependencia de este penúltimo monocultivo es relativamente menor.
Así de claras las cosas, parece igualmente evidente que cualquier recesión turística que afecte a Canarias en su conjunto va a tener mucha más incidencia, obligatoriamente, en una isla como Lanzarote, en donde ya apenas nos queda el recuerdo de otras actividades como la pesca, la agricultura o la ganadería, que hoy sólo son algo apenas testimonial, con mucho y con suerte. Todos sabemos, además, lo delicado y lo susceptible de cambios inesperados o bruscos que es el turismo. Y en Canarias lo hemos comprobado recientemente: si hay conflictos bélicos en algún punto distinto y distante al Archipiélago, nos puede venir bien (aunque suene incluso egoísta o poco solidario) porque nos evitamos un posible competidor; pero basta incluso la celebración de un Mundial, una Eurocopa de Fútbol o unos Juegos Olímpicos, para que los visitantes habituales o potenciales de las islas se "olviden" de Canarias. Esta última es al menos la excusa o la principal justificación a la que se han agarrado tradicionalmente los analistas y los empresarios del sector para intentar explicar o justificar concretos baches o bajones turísticos que se ha experimentado recientemente en Canarias. Y si algo tan veleidoso y delicado es capaz de conducirnos de la gloria al infierno en cuestión de días, nada digamos cuando la crisis turística es de fondo, y tiene un mayor calado, pues sus razones son en esta concreta ocasión tanto endógenas (cuyos culpables están aquí, en el país) como exógenas.
No es ningún descubrimiento de última hora la constatación de que el turismo no es algo que dependa exclusivamente de cuestiones externas. El turista se ha vuelto muy exigente y no se conforma con cualquier cosa, y si aquí no tenemos la "casa" medianamente presentable (que no es sólo tenerla limpia, sino renovada), difícilmente vendrá alguien a visitarla... y mucho menos se la recomendará a otro alguien. Y el boca a boca sigue siendo el mejor -o el peor- medio de publicidad positiva o negativa.