Para una isla, un aeropuerto es algo más que lo que supone otro aeropuerto para un continente, pues es, junto con el puerto, nuestra única puerta de entrada (y de salida). Pero si esa isla, además, tiene una delicada economía que, de forma directa o indirecta, pende y depende del turismo en un 90% de la misma, entonces el Aeropuerto se convierte en algo todavía mucho más importante y vital. No hay que ser un lince para ver esa obviedad. De ahí la otra importancia de contar con unos servicios aeroportuarios algo más que dignos.
Es el Aeropuerto de Guacimeta, como ya se ha dicho y escrito con razón hasta la saciedad, nuestra primera y principal carta o tarjeta de presentación de cara a esos turistas que nos visitan a millares todos los días y a millones todos los años. Significa ello, en buena lógica, que ese recinto requiere de todas las atenciones y servicios como para hacerlo lo más útil y cómodo a todos sus usuarios potenciales, entre los cuales también estamos los residentes lanzaroteños, naturalmente, que no siempre viajamos precisamente por ocio o diversión, sino por necesidades laborales, sanitarias, universitarias, etcétera.
Con respecto a los aeropuertos, los dos de Lanzarote (en puridad sólo hay uno, aunque con dos terminales) han rozado en ocasiones lo catastrófico: desde las repetidas inundaciones que sufriera años atrás (que hizo que nuestra imagen turística cayera por los suelos, e incluso más abajo a la altura de las alcantarillas: las mismas que no funcionaron entonces ante la incredulidad de los turistas que sacaron más fotos en Guacimeta que en las Montañas del Fuego); el mal gusto y la clamorosa falta de servicios de la todavía recién inaugurada T-2, la terminal interinsular que apenas tiene unos años de funcionamiento; las huelgas laborales crónicas a las que tan habituados estamos ya todos los usuarios... o la verdadera catástrofe aérea que meses atrás estuvimos a punto de padecer cuando un avión tuvo que realizar un aterrizaje de emergencia y les dio un buen susto a los que en ese preciso momento circulaban por la carretera y a los trabajadores de la zona industrial de Playa Honda, por no hablar del que se llevaron la tripulación y los propios pasajeros. Afortunadamente, la catástrofe se rozó pero no se consumó. Demasiados sustos y disgustos, en suma, para un Aeropuerto que nos resulta tan necesario e imprescindible a los conejeros como el respirar.
Como recordarán nuestros lectores, recientemente se conmemoraban los 60 años del primer aterrizaje de un avión en Guacimeta. Aquel episodio se produjo en 1941, y está claro que desde entonces hasta hoy el Aeropuerto conejero ha sufrido una evolución casi meteórica. Hoy, el de Guacimeta es el octavo (8º) aeropuerto de España por lo que respecta al tráfico aéreo. Esa evolución vertiginosa queda reflejada con un solo dato: en su primer mes de funcionamiento se registraron ocho operaciones, frente a las casi 5.000 que se dan mensualmente en la actualidad.
Verdad es también que a muchos lanzaroteños no nos llama tanto la atención todos esos datos y cifras en torno a nuestra Aeropuerto, sino la imagen que el mismo nos devuelve, que viene siendo nuestro propio y fiel retrato actual: el de una isla que se ha desbordado a sí misma, a la que se le ha ido de la mano la mínima la cordura en tantísimas cosas. Pero como el derrotismo no conduce a nada bueno, nos gusta apuntarnos a positivos y pensar o soñar con la posibilidad de recuperar de nuevo el buen pulso político, urbanístico y ecológico de Lanzarote. Las agencias de publicidad siguen vendiéndonos como una “isla única”, y nos gusta creer que eso es algo más que mera propaganda... ¿O no?