Tony Judt impartió una conferencia en la New York University el 19 de octubre de 2009 ¿Qué está vivo y qué ha muerto en la socialdemocracia? Con la perspicacia política que siempre le caracterizó dijo: “Si la socialdemocracia tiene un futuro, será como una socialdemocracia del miedo. En lugar de tratar de restaurar un lenguaje del progreso optimista, debemos empezar por familiarizarse de nuevo con nuestro pasado reciente”. Acertó de pleno, porque recurrir a la idea de progreso, si observamos la historia reciente y el mundo actual, es improcedente. En 1991, Cristopher Lasch publicó The True and Only Heaven (El verdadero y único cielo) una obra dedicada para lanzar un ataque frontal contra uno de los pilares básicos de la izquierda, la idea de progreso. ¿Cómo es posible-se preguntaba - que personas serias sigan creyendo en el progreso, pese a las numerosas e importantes refutaciones que invalidan tal idea? ¿Cómo era posible la persistencia de la fe en el progreso al contemplar el siglo XX repleto de calamidades? Si el progreso perdía su núcleo ético y normativo para la izquierda, ¿cómo era posible que tal ideología política que había estructurado su proyecto político en torno a ese núcleo pudiera sobrevivir? Y las preguntas de Lasch adquieren mucha más fuerza si tenemos en cuenta que era un intelectual de izquierdas.
Tal denuncia era extraordinariamente relevante, no era marginal ni periférica, ya que apuntaba al mismo corazón de la identidad de la izquierda. A conclusiones parecidas, aunque no asimilables a las de Lasch en el ámbito político, llegaron otros 2 autores. Beck con el libro pionero de 1986 La sociedad del riesgo. En él se decía que en nuestro mundo, construido en torno al dogma de la seguridad tecnológicamente garantizada, los riesgos, las amenazas a nuestra existencia, y sobre todo su percepción, han aumentado de modo inquietante. Y en buena parte esto es fruto directo de la actividad humana, en particular de los artilugios tecnológicos construidos para garantizarle un mayor control de la naturaleza; para producir esa seguridad que está cada vez más amenazada. Era un golpe mortal a la idea de progreso tal como la expresaba el desarrollismo y también la izquierda. Giddens en Más allá de la izquierda y de la derecha, sirviéndose de la sociedad del riesgo, pone en duda la idea de que el desarrollo histórico, gracias a la disponibilidad de recursos y a la creciente posibilidad humana de controlar las fuerzas de la naturaleza, pueda avanzar de lo peor a lo mejor. Es más el mundo que vivimos está lleno de incertidumbres y de dificultades, además de ser imprevisible. En definitiva que la idea de progreso no puede mantener sus promesas, una de las claves de la identidad de la izquierda. En base a lo expuesto resulta comprensible que Judt para potenciar el papel político de la socialdemocracia, actualmente en declive, recurra al miedo, ya que la marginalidad de la SD tendría que producir un gran miedo en una ciudadanía medianamente concienciada. Judt como gran historiador recurre a esta disciplina, en concreto las enseñanzas del siglo XX, que parece hemos olvidado. Nos dice que estamos inmersos en una nueva era de inseguridad. La última de estas la analizó magistralmente Keynes en Las consecuencias económicas de la paz (1919).
Después de décadas de prosperidad y progreso en la época anterior a 1914, merced a la globalización económica, ya que el comercio se internacionalizó, nadie esperaba que esto pudiera finalizar dramáticamente. Pero sucedió. Nosotros también hemos vivido una era de estabilidad y seguridad, y la ilusión de una mejora económica indefinida. Pero todo esto ha quedado atrás. En el futuro previsible tendremos inseguridad económica e incertidumbre cultural, menos confianza de nuestros objetivos colectivos, en nuestro bienestar ambiental o en nuestra seguridad personal que en cualquier momento desde la Segunda Guerra Mundial. No tenemos idea de qué clase de mundo heredarán nuestros hijos, pero ya no podemos engañarnos a nosotros mismos pensando que pasará parecido a nuestra manera tranquilizadora de proceder. Tenemos que hacernos la misma forma en que la generación de nuestros abuelos respondió a desafíos y amenazas similares. La socialdemocracia en Europa, las respuestas del New Deal y la Great Society aquí en los EE.UU. fueron respuestas explícitas a las inseguridades y desigualdades de la época. Pocos en Occidente tienen edad suficiente para saber exactamente lo que significa observar cómo nuestro mundo se desmorona. Nos es difícil concebir una ruptura completa de las instituciones liberales, una desintegración total del consenso democrático. Pero fue precisamente esta ruptura lo que suscitó el debate Keynes-Hayek del cual nació el consenso keynesiano y el compromiso socialdemócrata: el consenso y el compromiso en el que crecimos atractivo ha sido oscurecido por su propio éxito.
La primera tarea de los disidentes radicales de hoy es recordar a su público los éxitos del siglo XX, junto con las posibles consecuencias de nuestra carrera sin freno para desmantelarlos.
La izquierda, por ser muy contundente al respecto, tiene cosas que conservar. Es la derecha la que ha heredado el ambicioso afán modernista para destruir e innovar en nombre de un proyecto universal. Los socialdemócratas, característicamente modestos en estilo y ambición, tienen que hablar con más firmeza de las ganancias anteriores. El surgimiento del Estado de servicios sociales, el siglo largo de construcción de un sector público con bienes y servicios que ilustre y promueven nuestra identidad colectiva y nuestros propósitos comunes, la institución del welfare como una cuestión de derecho y su provisión como un deber social: estos no son logros menores.
Que estos éxitos no eran más que parciales, no nos debería preocupar. Si hemos aprendido algo del siglo XX, al menos debería ser que cuanto más perfecta es la respuesta, más terribles son sus consecuencias. Mejoras imperfectas de las circunstancias insatisfactorias son lo más que podemos esperar, y probablemente todo lo que debemos buscar. Otros han pasado las últimas tres décadas desentrañando y desestabilizando metódicamente estas mejoras: esto nos debería irritar mucho más de lo que estamos. También nos debería preocupar, aunque sólo sea por motivos de prudencia: ¿Por qué hemos ido tan deprisa en derribar los diques trabajosamente construidos por nuestros predecesores? Tan seguros estamos de que no hay inundaciones por venir?
Una socialdemocracia del miedo es algo por lo que vale la pena luchar. Abandonar los trabajos de un siglo es traicionar a los que vinieron antes de nosotros, así como a las generaciones por venir. Sería agradable – pero engañoso-decir que la socialdemocracia, o algo parecido, representa el futuro que queremos pintar a nosotros mismos como un mundo ideal. Ni siquiera representa el pasado ideal. Pero entre las opciones disponibles para nosotros en el presente, es mejor que cualquier otra cosa a mano. En palabras de Orwell, cuando reflejaba en Homenaje a Cataluña sus experiencias en la Barcelona revolucionaria: “Hubo muchas cosas que yo no entendía, en algunos aspectos ni tan sólo me gustaban, pero reconocí inmediatamente que era un estado de cosas vale la pena luchar “.
Creo que esto no es menos cierto en cuanto a recuperar la memoria del siglo XX, de la socialdemocracia.