La Comisaría del Cuerpo Nacional de Policía de Arrecife se ha convertido por desgracia en las últimas semanas en todo un polvorín. A pesar de los esfuerzos del máximo responsable de una sede que tiene los días contados, Raimundo Villanueva, los funcionarios que día a día nos protegen se están viendo envueltos en grescas que, a buen seguro, no le hacen ningún favor a la Institución.
Tú, despierto lector, recordarás los sinsabores del caso Fonseca. Sin tratarse en absoluto de denuncias tan extremas, últimamente el comisario, y mira que le pone empeño por hacerlo bien y tenernos a los medios y, por ende a los ciudadanos bien informados, no gana para disgustos con sus hombres. Primero las quejas de un padre por la supuesta tardanza con que efectivos policiales acudieron a auxiliar a su hijo, herido de un balín; luego la denuncia de una vecina que decía que los policías que le atendieron “apestaban a alcohol”; sin olvidar la apertura de expediente sancionador a dos agentes por presunta extralimitación en el uso de la fuerza al detener a un inmigrante cuando estaban fuera de servicio o la reciente movida entre el comisario y el decano de los abogados, Francisco Torres.
Pero en Arrecife tampoco se libran de estas “quejas” los compañeros de la Local. Si no, acuérdense del caso de las balas desaparecidas o de la reciente denuncia de tres jóvenes por un supuesto abuso de autoridad. ¿Y qué decir de la situación que llevan denunciando, un día sí y otro también, los sindicatos de la Guardia Civil? Al parecer, esta profesión es una de la que más casos de bajas por depresión registra. Mientras los portavoces sindicales hablan de abusos de autoridad de los superiores, desde otros frentes se considera que el sufrir tan de cerca la lacra de las pateras es el origen de estas depresiones. Siempre es bueno denunciar irregularidades, pero si es que las hay.
Estas agrias polémicas no ayudan, en ningún caso, ni al ciudadano ni a los agentes y, por supuesto, tampoco contribuyen a crear una mejor imagen del Cuerpo. Mi suegro, Paco, al que hace algunos años, y ahora también, se le tiene bastante cariño por estas tierras, siempre me recuerda que en los tiempos en que ejercía como Agente de la Autoridad en realidad los vecinos los tenían como eso mismo, como un funcionario al servicio del ciudadano que verdaderamente representa a la Autoridad. “Ya no nos llaman más que maderos y picoletos”, me dice de cuando en cuando. Ese deterioro coincide con un corporativismo cada vez mayor.
¿Acaso se le tiene manía a quienes salvaguardan nuestra seguridad? Si bien es cierto que la profesión no es lo que era, los ciudadanos no debemos olvidar que son ellos quienes algún día quizás nos salven nuestra vida o la de un ser querido. Las medallas al mérito están por algo, supongo. Sin pecar de adulador, confieso que no me importaría que esa imagen se reestableciera. En la Isla sabemos que hombres como Raimnudo Villanueva, Fernando Rodríguez o Francisco Torres Stinga son imprescindibles pero, ¿y en Las Palmas y Madrid, se han enterado ya?