Por Antonio Leal Aguilar
La profesión periodística en la actualidad sufre un desprestigio total. Desde hace muchos años, trabajar en la redacción de un diario o en la de unos informativos televisivos ya no es marchamo de nada, la población considera que la prensa manipula, falsea y omite aquello que le conviene, cayendo por una pendiente de desprestigio y cobardía que abochorna a los profesionales. Sobre todo porque la mayoría de las veces el reproche es merecido.
Los medios ya no son lo que eran. Al menos los periódicos, por la información veraz de aquellos periodistas decididos a dar cuenta de la verdad contra viento y marea y cayese quien cayese. Eran los tiempos en los que los medios estaban en manos de pequeños propietarios, a veces de una sola persona o de una familia cuyo objetivo era informar sin supeditaciones al poder. Si se vendían muchos ejemplares tanto mejor, pero el objetivo no era ganar dinero sino mantenerse abiertos con una vocación de servicio público que desapareció en el momento en el que los medios descubrieron que dejando de criticar a determinado político o determinada empresa se ganaba dinero.
Así desaparecen las críticas y aparecen las omisiones y la censura. Hay asuntos de lo que es mejor no informar para no molestar al poder que paga las campañas publicitarias y mantienen a los medios.
Junto a esa dejación, o sometimiento a los intereses del poder, los medios ejercen una férrea censura en sus foros, que dan la impresión de estar todos controlados por agentes políticos, o por elementos del poder económico empresarial. Es raro que por un comentario crítico con las autoridades, o con el medio, llegue a publicarse. Es una manera de ejercer la censura para evitar que se plasme la opinión de los descontentos, a la vez que se consigue dar la impresión de que el sentir general está al lado del pensamiento más retrógrado y cavernario.
Ante ese panorama hay que tener mucha inconsciencia o muchos arrestos para oponerse desde una redacción a quienes pagan los sueldos que permiten sobrevivir porque con la dignidad profesional puedo asegurar que no se come. Así los periodistas se han convertido en trabajadores silenciados y empobrecidos sin dignidad, muchos de ellos víctimas de depresiones, porque saben que se venden por un plato de lentejas, existen otros periodistas sin escrúpulos que no les importa lo que la sociedad opine de ellos, mientras puedan llenarse los bolsillos.
En el presente muchos responsables de los medios digitales están perdiendo la dignidad de la información ya que están supeditados por el dinero. Desde que se dieron cuenta los políticos y especuladores, compraron también a los dirigentes de estos medios y la información veraz ha comenzado a morir del todo. Junto con la democracia, la libertad y la dignidad.
Esperamos ser atendidos debidamente y contar con su más que necesaria colaboración.