sábado. 20.04.2024

De mi anterior opinión sobre “Guernica. El cuadro”, del pasado ocho de octubre, varios lectores me han dicho (ah, no vayan a creer que han sido más de cinco) que les ha parecido que el opinante no remató su opinada reflexión con un desenlace más contundente sobre algo trascendental, al dejar caer en su exposición, ni más ni menos, que la significativa idea de un cambio de nombre en una obra pictórica de fama mundial.

Han querido decirme que no me he mojado lo suficiente sobre un tema, que cuanto menos resulta controvertido, ante el engaño que supuestamente hemos venido sufriendo durante ochenta años. Que en su opinión de lectores, les faltaba la conclusa idea o pensamiento más explícito acerca de esa descripción que invita a pensar en la artimaña sufrida.

Alguno, incluso, me lo dejó caer como si de una cobardía por mi parte se tratara. Eso me sorprendió, pues a veces, creo, me he pasado en algún comentario llamando la atención sobre cuestiones varias, no tanto por las formas, que también, y que pueden ser más o menos de cierto agrado o desagrado, sino por el fondo de lo planteado.

Primero agradecerles que se hayan tomado la molestia de leer, y también sus comentarios de viva voz. No sé si les convencerá esta conclusión, pero por mí, que no quede.

Debo decir, que la idea del cambio de nombre del cuadro de Picasso, en ningún caso es original mía, Dios me libre. Hace tiempo son varios los que han opinado sobre eso y dando también sus razones, aunque yo, sin conocer todavía de esas otras posibilidades interpretativas cuando contaba los diecinueve años, ya había comentado que no veía en el famoso mural la representación de un bombardeo.

En resumen.

Este humilde opinante e ignorante crítico artístico, (la poca Historia del Arte en un C O U, no dan para mucho) quiere indicar que conocidos algunos detalles históricos, no le parece que el Guernica fuera el resultado de una inspiración espontánea, y ni mucho menos, una donación altruista del artista, como se nos ha venido inculcando, o al menos, esa es la idea que yo había tenido hasta ahora.

Se le adelantaron 50.000 Francos para inspirarse y se le compró por otros 150.000 el cuadro acabado.

Los que saben de eso, calculan que en total, a día de hoy, serían unos cien mil €uros. Allá por el año 2.000, unos dieciséis millones de Pesetas.

Hay quienes aseguran que no ganó nada el famoso pintor, que todo ese dineral, fueron exclusivamente gastos. Claro que son otros los tantos que no se creen la tanta generosidad, ni material tan costoso.

Las Pesetas hoy €uros las cobró en Francos, moneda del país donde vivió mientras en España unos y otros se pegaban tiros, tiraban bombas, pasaban hambre y morían estúpidamente defendiendo lo indefendible. El artista no tomó partido por ninguna de las estúpidas ideas enfrentadas en un país con demasiados estúpidos. Cobró y muy bien su presencia mediática en un pabellón realizado en Francia por el Gobierno de la Republica de España.

Todavía hoy sobran demasiado la estupidez y la ignorancia exhibida de manera obscena, presumiendo las mediocres intelectualidades en los Parlamentos de una España quebrada, demasiado inculta desaguando soberbia, cuando más universidades, institutos, colegios y escuelas de su historia jamás ha tenido.

Esta España de hoy, con futuro económico incierto, donde los economistas se han convertido en charlatanes vendiendo recetas de un crece pelos que a ellos los tiene calvos y a la mayoría de los ciudadanos rascando bolsillos vacíos para pagar impuestos, porque hay que sostener sí o sí, el inventado y excesivo entramado político y administrativo de un país que presume de comprar en el extranjero el trigo para alimentarse, no nos dejará ir muy lejos. El conflicto puede estar servido de nuevo. ¡Ojalá que no!

Así que el genial pintor no pisó España mientras duraron esas batallas sin sentido disparándose de verdad, y no jugando a la guerra como hacían los niños imitando a los mayores.

De aquella España enemiga de sí misma le llegaban las noticias de cómo iban muriendo fusilados sus amigos de uno y otro bando. Los amigos que se quieren tanto se acaban matando. Y morían, caramba, ¡cómo morían! Otros salieron corriendo y muchos quedaron atrapados en las cárceles de un lado y del otro. En aquella España rota de ideas enfrentadas y de religión sí, de ateos no, de ateos sí, de religión no, de todo podía pasar. Amigos de repente enemigos. Enemigos de pronto amigos.

Pero él, en París, a lo suyo y lo de él. Y en Francos, por supuesto, que era la moneda con la que compraba el pan y el vino.

Nada reprochable, lógicamente, pues ya llevaba viviendo en esa ciudad desde 1904. No vivía allí exiliado, ni fugado, ni renegado de una España imbécil de cuya nacionalidad nunca se desprendió. Del Carnet del Partido Comunista sí. Los más cercanos vieron como lo hizo trocitos y no le inspiró ninguna obra. Vivía allí desde que tuvo uso de razón sobre el comercio del arte y las posibilidades que ofrecía la capital francesa como proyección artística. Fue su decisión 33 años antes del bombardeo de Guernica, nada que ver con un exilio, ni con la huida de una guerra incomprendida.

El París ocupado de los nazis lo soportó y lo toreó con maestría. No se fue. París era su casa, su vida, sus amantes, su negocio. Le ofertaron irse a Nueva York, pero no marchó.

Prefirió quedarse. Aseguran que algún mando de la alemana hitleriana le dejaba leña para la estufa y algún que otro rejo para sus inspiraciones. Pocos rejos, desde luego. Esa etapa no destacó precisamente por su producción artística. Pero aun así, comentan, se pasaba los días y las noches en su estudio.

Rumores no confirmados airean que se ha pedido sin demasiada convicción la reclamación del Guernica por parte del Gobierno Autonómico Vasco. Que España debiera donarlo al Guggenheim bilbaíno por tratarse de una obra inspirada en una acción de guerra en uno de sus pueblos más conocidos e inspirador del también cambio de nombre de su Estatuto de Autonomía. A la Ley Orgánica 3 / 1979, de 18 de diciembre, de Estatuto de Autonomía para el País Vasco, se la conoce mucho más por su otro nombre impostado de Estatuto de Guernica.

Pero ya también voces vascas muy autorizadas dudan de que el Guernica, el cuadro, represente ese bombardeo del que nos han venido bombardeando mediáticamente durante los últimos ochenta años. Pues también observan que en esos 27 m2 de tela (7,75 X 3,50) en primera línea destaca el cuerpo de un torero muerto, más que el de un habitante de un pueblo bombardeado, pues el resto de los figurantes con expresiones de dolor y llanto están todos vivos.

Ya no se creen los muchos vascos que el cuadro represente ni siquiera el posible bombardeo de la plaza de toros del pueblo, donde los aficionados tratarían de salir despavoridos y una bomba mata al torero y le parte en dos el estoque. No era lógica una corrida de toros aquel lunes 26 de abril de 1937, pues tampoco coincidía con las fiestas patronales de San Roque. (16 de agosto) Y lo absurdo, todo indica que en Guernica no había y no hay plaza de toros.

Pero si se trata de ver lo interpretable de lo que nos muestra el mural, y nos dicen que tenemos que sentir y observar el sufrimiento de un pueblo bombardeado, pues con mucho esfuerzo lo podremos llegar a intuir. No se vislumbra una calle destrozada y ardiendo con gente corriendo procurando esconderse. Pero bien también pudiera tratarse de una cuadra con toro, caballo, y gente diversa escapándose de ese chafusno inmundo destrozado por las bombas.

En ningún caso pareciera una obra abstracta en la que contemplando a un toro, a un caballo, a unas personas que lloran y a un torero muerto, tengamos que interpretarla como el bombardeo de un pueblo. Pero si hay que interpretarlo, pues nada, lo interpretamos, pero no convence.

El Guernica no es igual a esa humedad aparecida en una pared que nos muestra a Jesús, a la Virgen María, o a cualquiera otra imagen reconocida, y en cuya abstracta transpiración podemos llegar a imaginar la imagen que queramos que vean. No. En ningún caso el Guernica trata de una obra abstracta interpretable. Es una realidad constatable. La de un torero muerto. Punto.

En mi infravalorada creencia, la Comunidad Autónoma del País Vasco no debiera reclamar el Guernica, pues se evidencia un cuadro que no la representa en nada. En todo caso, sí debería hacerlo la Comunidad Autónoma de Andalucía.

Ese cuadro es andalusí por los cuatro costados. Malagueño. El artista que lo inspira es de Málaga. Granadino. Está basado en los poemas de Federico García Lorca: “la cogida y la muerte”; “la sangre derramada”; “cuerpo presente” y “alma ausente” de su obra “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”. Sevillano. Es un contundente homenaje al famoso y polifacético torero.

La verdad de la verdadera Memoria Histórica debiera recuperar su verdadero Título, ese que dicen que supuestamente tenía originariamente el cuadro: “Recuerdo a mi amigo Sánchez Mejías”.

Además, sería rememorar a todos aquellos artistas, escritores, poetas, toreros y andaluces, a los que una obra pictórica con su ficticio nombre de “Guernica” ha ocultado y marginado durante estos ochenta años.

Y para acabar, lo que nos causa un poco de risa a los incrédulos: Alguien se atrevió a decir, ni más ni menos, ““que PICASSO no pintó el Guernica como protesta exclusiva contra el bombardeo de esa población concreta, sino que es un grito que denuncia todas las guerras del mundo””.

Pues ya te vale.

Guernica. Conclusión
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