domingo. 07.09.2025

Francisco Javier Borrego y la toga que se le cayó por el camino

Hay silencios que dignifican y palabras que retratan. Lo de Francisco Javier Borrego, exmagistrado del Tribunal Supremo y del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, es de manual. Se subió a un atril, en un acto de Vox, y decidió que lo más inteligente que podía aportar al debate sobre identidad de género era ridiculizar a las personas trans con un chiste barato: “Me llamo Francisca Javiera y me siento mujer”.

Bravo. Un aplauso para este señor que, tras décadas en la judicatura, cree que hacer mofa de colectivos vulnerables es la mejor forma de justificar su paso por la historia. Que la toga le queda grande ya lo sabíamos, pero que ahora se vista de bufón rancio no sorprende: el personaje es coherente con el escenario.

La ironía, cuando es brillante, incomoda al poder. La suya, en cambio, incomoda a cualquiera con dos dedos de frente. Porque mientras él convierte la dignidad de miles de personas en un chascarrillo, las vidas trans siguen marcadas por la discriminación, los suicidios y la falta de derechos reales. Y que un exjuez se permita banalizarlo no es un gag, es un síntoma: el de una derecha cavernaria que aplaude estas salidas de tono porque le sobran los derechos ajenos.

Señor Borrego, nadie le discute su derecho a opinar, pero sí el tufo a desprecio que destilan sus palabras. Usted no está en la barra de un bar ni en una sobremesa de cuñado, estaba en el Congreso, donde se supone que se construyen leyes para proteger, no para humillar.

Quizás el problema no sea que se sienta "Francisca Javiera", sino que nunca se ha sentido juez de todos, sino solo de unos pocos. Por eso, aunque su currículo figure en letras doradas, su legado quedará en minúsculas: el de quien cambió la balanza de la justicia por la carcajada de un auditorio retrógrado.
 

Francisco Javier Borrego y la toga que se le cayó por el camino