El método CER (Captura, Esterilización y Retorno) se ha convertido en el estandarte de las asociaciones felinas y del lobby animalista urbanita. Presentado como una herramienta ética para controlar los gatos callejeros, en realidad está consolidando un auténtico problema sanitario, ambiental y vecinal. Y se los digo yo que vengo de un país donde esto se instaló desgraciadamente hace mucho tiempo.
Las asociaciones de gatos han logrado imponer un discurso cargado de emociones y sentimentalismo. Hablan de “proteger” y “cuidar” a estos animales, pero lo que consiguen es perpetuar el problema. Alimentar colonias en la vía pública no es un gesto de compasión, es irresponsabilidad disfrazada de buenismo.
La imagen romántica del gato callejero oculta la realidad: cada colonia es un foco de suciedad, ruidos, olores y conflictos de convivencia. Y más grave aún, supone una amenaza directa para la fauna autóctona. Los gatos son depredadores feroces y oportunistas que diezman aves, reptiles y pequeños mamíferos. En un territorio tan frágil como Canarias, el impacto sobre especies endémicas es devastador.
Basta con observar lo que sucede en Las Palmas de Gran Canaria. Allí las colonias felinas han crecido sin control, generando quejas constantes de vecinos, pérdida de biodiversidad y un entorno urbano degradado. En lugar de actuar con firmeza, las instituciones, presionadas por el lobby animalista que moviliza mucha masa de votos han optado por proteger estas colonias bajo el paraguas del método CER. Las Palmas se ha convertido en una ciudad sucia e infestada.
El resultado es un problema enquistado: las colonias no desaparecen, se consolidan y crecen. Y cada abandono de un gato doméstico, lejos de corregirse, se diluye en la permisividad del sistema.
La reciente Ley de Bienestar Animal, inspirada en este discurso urbanita ha agravado aún más la situación. Las trabas legales para gestionar colonias de gatos, controlar palomas, gallos o ratas, van en contra del sentido común y de las demandas vecinales.
En nombre de la “protección animal” se condena a barrios y pueblos a convivir con plagas urbanas, entornos sucios y fauna salvaje en retroceso. Se prioriza la ideología del buenismo sobre la salud pública y la conservación ambiental.
Quienes realmente aman a los animales deberían ser los primeros en reconocer que las colonias felinas no son una solución, sino un síntoma de abandono y de gestión fallida. Mantener gatos en la calle no es protegerlos: es perpetuar su sufrimiento y condenar a la biodiversidad que los rodea. ¿Por qué no se creen santuarios para todos los gatos en cada municipio para que no estén?
El buenismo tiene un coste muy real: barrios degradados, fauna autóctona en riesgo y vecinos desatendidos. Lanzarote no puede seguir el mismo camino de Las Palmas de G.C donde la inacción y la presión de colectivos minoritarios han llevado a una situación límite.
Es hora de que las administraciones recuperen la valentía política y pongan en marcha medidas eficaces de control, sin miedo al discurso emocional de ciertos colectivos. El CER ha fracasado. Lo que se necesita es una política seria, científica y responsable que defienda el bienestar animal real pero aún más la calidad de vida de los ciudadanos y la protección del entorno.
En conclusión, las colonias felinas no son un símbolo de compasión sino de dejadez. Mientras se siga cediendo al chantaje emocional del lobby animalista, nuestras ciudades y pueblos seguirán llenándose de gatos, palomas, tórtolas, ratas y gallos sin control. Y quienes pagarán las consecuencias serán los vecinos y la biodiversidad de nuestras islas.