jueves. 01.05.2025

El decano de la prensa de Lanzarote y reconocido profesional de la información en la Isla, Agustín Acosta Cruz, se encargó ayer de ofrecer el pregón de las Fiestas de Puerto del Carmen de este año, un minucioso texto en el que hizo concienzudo repaso de los cambios que ha experimentado la localidad en los últimos años. Hariano de nacimiento y tiñero de adopción, ya que Puerto del Carmen es su lugar de residencia desde hace años, Acosta rememoró las experiencias vividas en las costas de Tías, en las que ha observado los cambios que el turismo ha ido imprimiendo en esta localidad tradicionalmente pesquera.

Precisamente este año se cumple el cuarenta aniversario de la etapa turística de Puerto del Carmen, una celebración que tanto el alcalde de Tías, José Juan Cruz, como Rafael Enrique González, concejal de Cultura, quisieron resaltar en esta ocasión. No hay que olvidar que esta actividad es la que ha hecho que se convierta en “el principal núcleo turístico de la isla más oriental de Canarias que, como sucede en la casi totalidad del Archipiélago, tiene en ese sector de servicios la base o el sustento principal de su actual economía”, como destacó el pregonero.

Pero al igual que apuntó a las virtudes del desarrollo económico, Acosta tuvo tiempo también para engrandecer las tradiciones de este antiguo pueblo marinero y “ensalzar las virtudes paisajísticas y humanas de esta singular y paradisíaca localidad”. Un discurso emotivo en el que se entremezclaron recuerdos propios, historia y hasta poesía, y que este diario les ofrece en su totalidad. Disfrútenlo.

PREGÓN DE LAS FIESTAS DE PUERTO DEL CARMEN DE 2006

No lo diré por mera diplomacia sino por reflejar la única verdad que ahora mismo leo en mi corazón: me colma de lógico y legítimo orgullo que las autoridades municipales de Tías hayan pensado en este lanzaroteño natural de Haría para pregonar este año de 2006 las señeras y señaladísimas fiestas patronales de Puerto del Carmen, la antigua y siempre entrañable localidad de la Tiñosa.

Vengo del norte insular a cantarle al sur sus bondades y sus beldades. Pero vengo sin haber caminado mucho, porque en realidad estoy aquí, vivo aquí desde hace años, lustros incluso, décadas ya. Vengo, con toda la humildad del mundo pero también con la más entregada pasión, a ensalzar las virtudes paisajísticas y humanas de esta singular y paradisíaca localidad, de cuyo fulgurante desarrollo turístico y poblacional me ha tocado ser testigo directo y privilegiado desde la atalaya del periodismo, esta subyugadora y envolvente profesión que obliga a los que caemos presos en sus redes para siempre a la vigilia permanente y a la curiosidad constante; esta labor agotadora que no conoce de horarios ni de reglas establecidas de antemano, y que es tan cruel en algunas ocasiones como vertiginosa y bella las más de las veces.

Precisamente por ejercer con desbordada pasión la profesión que abracé hace ya mucho tiempo, soy plenamente consciente de que en estos tiempos sin tiempo para nada, valga el pleonasmo y el aparente contrasentido, el mejor pregón es el pregón que menos aburre a la audiencia potencial del mismo. Por eso intentaré condensar todo lo que quiero contarles en el espacio más breve, sabedor también de que quienes escuchan o leen este modesto pregón saben de la localidad pregonada tanto o más que el pregonero.

Pero, por escueta o apresurada que sea la remembranza para no cansar a nadie o aburrir al más paciente, siempre nos ha de quedar al menos un fisquito de nuestro preciado y escaso tiempo para el recuerdo; un ratito para ejercitar la memoria, para activarla o removerla antes de que se estanque definitivamente. Ya sabemos lo que se dice, con gran verdad y sin ninguna exageración, de los pueblos sin memoria y de la condena a la que se ven sometidas las sociedades irremediablemente amnésicas. Los que ya tenemos cierta y avanzada edad conocemos de forma empírica que la fórmula más rápida y eficaz de la que se tiene noticia para rejuvenecer como por ensalmo es, precisamente, la de activar y avivar la memoria, desempolvando los mejores recuerdos de lo que fuimos, de aquellos tiempos que ya no volverán a ver nuestros ojos, pero sí la retina cerebral encargada, en efecto, de retener o rescatar de las garras del olvido lo mejor de nuestras vidas.

Este pueblo marinero ha devenido o se ha trocado en el principal núcleo turístico de la isla más oriental de Canarias que, como sucede en la casi totalidad del Archipiélago, tiene en ese sector de servicios la base o el sustento principal de su actual economía, el primer punto de apoyo de su mercado laboral. Es así como el actual Puerto del Carmen, topónimo que se ha impuesto al de la Tiñosa (aquel puerto natural de especial relieve en los años de esplendor del comercio de la barrilla, allá por el siglo XVIII), se ha constituido, en apenas unas décadas, en una suerte de reducto laboral para los naturales de la localidad en particular, del municipio de Tías en su conjunto y, por extensión, de toda la isla de Lanzarote, que encuentran en este bellísimo sitio que hoy pregonamos henchidos de lógica satisfacción el sostén económico para familias enteras de un sinnúmero de conejeros, así como de miles de trabajadores llegados allende nuestras fronteras más inmediatas. Y es también todo su conjunto templo privilegiado del ocio diurno de los adoradores del cálido astro rey que se desparraman y solazan por toda la magnífica zona de Las Playas, y, por supuesto, de los atrapadores placeres de la noche, con toda su privilegiada oferta de bares , restaurantes, discotecas y lo que no está ni en los escritos , tanto y tan variado es el menú para el festín de los sentidos de todos los visitantes de distintos y distantes puntos del planeta que ya tienen apuntados en su agenda, y llevan en su lengua, promocionándola cada vez que cuentan las maravillas de sus vacaciones a sus familiares y amigos, el nombre de Puerto del Carmen, el punto más cosmopolita de una isla ya conocida y reconocida en todo el mundo.

No lo he leído en ningún libro, ni me lo ha dicho ningún erudito. Me he enterado por los lugareños, los naturales del Puerto del Carmen, de la antigua Tiñosa, que la razón de que las fiestas en honor a la Santa Patrona de los marineros no se celebren aquí en la fecha exacta o precisa que marcan los almanaques (a mediados del mes de julio, justo el día 16, es la onomástica que nos ocupa), sino unas semanas después ya principiando agosto, se basa en el hecho de que se esperaba siempre al regreso de los pescadores de la zafra. Una vez de vuelta a casa los jornaleros del mar, ya estaban todos para saludar a la Virgen protectora. Y ya se podían surtir los asaderos de los deliciosos frutos arrancados al Océano, a este Atlántico sonoro que canta el poeta Tomás Morales: fulas, sardinas y mil y un pescados de los que daban buena cuenta todas las bocas del pueblo, allá cuando el turismo no era todavía ni un sueño ni una quimera, sino un total desconocido por estos lares isleños.

En los años cincuenta, en las vísperas ya de la inminencia del fenómeno turístico que inevitablemente había de cambiarle la cara o la fisonomía a aquella localidad tiñosera que conocieron los más mayores, los vecinos de otros pagos del municipio como Mácher o Tías bajaban hasta aquí muy de mañanita en camello, con sus sillas inglesas, o en burro. Otros llegaban hasta el puerto de la Tiñosa en el entonces afamado camión de Ferrer, con su andar renqueante y sus duros sillones de madera. Esas entrañables estampas y otras similares y contemporáneas de ellas son hoy inimaginables, casi imposibles de creer para las generaciones más jóvenes. Pero fueron una palmaria realidad cotidiana, de la que fuimos a su vez testigos todos los lanzaroteños que tenemos edad suficiente para saberlas verídicas y darlas por tan ciertas como el sol que nos ilumina cada mañana y que es nuestro principal cómplice -junto con la playa- en esta nueva cultura del negocio turístico.

Nos han enseñado los historiadores, esos guardianes fieles de nuestra memoria colectiva y de nuestra intrahistoria, que no por local y menuda es menos importante que cualquier otra, que antaño el espeso y plácido silencio del caserío de La Tiñosa apenas lo rompía, muy de tarde en tarde, el soniquete de los pescadores lugareños cuando hacían ringla ante las redes. Aquellos marinos tiñoseros solían estar medio año en la inmediata costa africana, allá por Cabo Blanco (en zafras como la de la corvina, a bordo de la flota insular), y los otros seis meses restantes los pasaban aquí, en su pueblo, entre los suyos, con sus mujeres y sus hijos, reparando chinchorros y barquillos. Al contrario que hoy, casi todo giraba en torno al mar. De ahí la lógica devoción mariana por la Virgen del Carmen.

De las mujeres de La Tiñosa de aquella época dejó escrito Agustín de la Hoz -cito textualmente sus palabras- que “es fuerte, gruesa, colorada y de gran salud”. Aunque no sé si con los patrones de la moda y la medicina actual se diría lo mismo. Tengo mis serias dudas. También añadía el historiador lanzaroteño, y es otra cita literal, que “las tiñoseras sienten un profundo desprecio por el índice de cosméticos y demás composturas femeniles con que se edulcoran las demás mujeres. Empero, a las tiñoseras les gustan los vestidos de vivos colores sin preocuparles jamás tal cual zagalejo les caiga bien o no”. Y tampoco estoy muy seguro si sus nietas o bisnietas siguen hoy aquellos patrones estéticos, aunque apostaría que también ahí se ha producido un gran cambio de costumbres, en vista de lo que veo a diario por estas calles.

Otros dos magníficos y siempre certeros referentes de la memoria son los olores y los sabores, que tienen la capacidad de trasladarnos en el tiempo y en el espacio en décimas de segundo, casi a la velocidad de la luz. Y yo aun recuerdo, casi de niño, el olor embriagador del pescado frito recién cogido del mar, las muñequitas de pan dulce, los roscos que nos sabían a gloria celestial a los más golosos, el vinito de la tierra... y otros olores y otros sabores que a buen seguro también muchos de los que ahora me escuchan evocarlos guardan igualmente en el más privilegiado y entrañable ángulo de su memoria. Al fin y al cabo, no es chica verdad que somos lo que comemos, como sentencia la antiquísima sabiduría popular.

Los oriundos de La Tiñosa fueron siempre personas poco manejables. Recordemos aquel triste capítulo de la construcción de una especie de muro de Berlín que pretendía separar el Puerto del Carmen turístico, emporio de riqueza, de La Tiñosa humilde. Los tiñoseros lucharon a brazo partido sin inclinar la cabeza frente a la sinrazón y lograron acabar con el proyecto, como cercenaron, en flor, aquella otra iniciativa que se hizo realidad para hacer de una de las caletas más bellas de Puerto del Carmen de uso exclusivo de los foráneos. En este caso, el disparate caciquil fue contestado con hidalguía y firmeza y se logró frenar el ímpetu de la gula irracional de los oligarcas. Los lugareños vencieron con honor a los todopoderosos mostrando que por encima del bienestar económico debe estar siempre el orgullo de un pueblo.

Pero no todo va a ser darle rienda suelta a la magua. Si nos adentramos en la raíz etimológica del nombre de la Virgen que da nombre a su vez a esta marinera localidad lanzaroteña, constatamos que Carmen significa “canto, poema”, y que proviene o está inspirado en realidad en el monte Carmelo, en la Galilea (“karm-el”, es decir, “viña de Dios”). El nombre fue popularizado fuera de España a partir de 1875 de una ópera homónima de Bizet. Pero, si se me permite el chascarrillo, aquí pregonamos a la del Puerto del Carmen conejero, y no la de Merimée, como se cantaba en aquella sobada copla española.

Nos enseña la Historia que los antiguos ermitaños que se asentaron en el Monte Carmelo, conocidos luego como los carmelitas, ya profesaban su profunda devoción a la Santísima Virgen. En el siglo XIII, cinco centurias antes de la proclamación del dogma, el misal carmelita contenía una Misa para la Inmaculada Concepción, que los congregados tenían como su Estrella del Mar (en latín, “stella maris”). Por la invasión de los sarracenos, los carmelitas se vieron obligados a abandonar el Monte Carmelo. Una antigua tradición cuenta que antes de partir se les apareció la Virgen mientras cantaban el “Salve Regina”, y ella prometió ser para ellos su Estrella de Mar. Repárese en que también por ese sonoro y hermoso nombre conocían igualmente a la Virgen, puesto que el monte Carmelo se alza, cual estrella y faro luminoso, junto al mar.

La devoción de los marineros viene asimismo de muy antiguo, pues antes de la era de la electrónica y la tecnología, dependían exclusivamente de las estrellas para marcar su rumbo en los procelosos mares u océanos. De ahí la analogía con la Virgen, que viene siendo la protectora que en el mar guía o conduce por las difíciles aguas de la vida hacia el puerto seguro que para los creyentes es Cristo. La Virgen con el niño Jesús en su costado izquierdo y portando el escapulario en su mano derecha ya son referentes universales en el imaginario cristiano.

Son incontables los cantos y los poemas - la mayoría anónimos - que se han entonado en honor de la Virgen marinera. Versos cantados y contados, en la mayoría de los casos, por hombres de la mar. Pero hasta eximios o egregios poetas de primerísimo orden y universal altura literaria le han cantado también a la Reina de los Mares. E incluso algunos de ellos, de muy poca fe religiosa y hasta ateos convictos y confesos, se han dejado atrapar por ese influjo mariano y marino, como es el caso del gran gaditano Rafael Alberti, natural de otro Puerto, el de Santa María, y autor del celebradísimo libro de poemas “Marinero en tierra”, un rendido enamorado de todo lo relacionado con el mar. Su soneto “Día de amor y de bonanza” es una de las más sentidas composiciones dedicadas a la Virgen a la que hoy homenajeamos en estas fiestas de nuestro Puerto del Carmen:

“Que eres loba de mar y remadora,

Virgen del Carmen, y patrona mía,

escrito está en la frente de la aurora,

cuyo manto es el mar de mi bahía.

Que eres mi timonel, que eres la guía

de mi oculta sirena cantadora,

escrito está en la frente de la proa

de mi navío, al sol del mediodía.

Que tú me salvarás, ¡oh, marinera

Virgen del Carmen!, cuando la escollera

parta la frente en dos de mi navío,

loba de espuma azul en los altares,

con agua amarga y dulce de los mares

escrito está en el fiero pecho mío.”

Como les confesé al inicio de este pregón, nací en el norte insular, en mitad del para mí más que entrañable palmeral de Haría, pero he sido y soy vecino de este pujante Puerto del Carmen desde hace ya muchos años. Tal parece que mi vida esté signada por una especie de triángulo emocional sobre la limitada pero hermosísima geografía lanzaroteña, cuyos puntos o vértices imaginarios parten desde Haría (donde nací), siguen hacia Arrecife (donde trabajo) y culmina ese dibujo en Tías, y más concretamente en este sitio de Puerto del Carmen (donde descanso, como tantísimos otros visitantes de medio mundo, pero no de forma fugaz como los turistas ocasionales sino de manera fija desde hace años, lo cual me lleva a considerarme como un vecino más de aquí, y así lo proclamo y lo difundo con sano y justificado orgullo allá por donde voy ante cualquier interlocutor, convirtiéndome de facto en otro más de los seguros propagadores dialécticos de las maravillas de esta localidad que, como les dije antes, hoy son cientos de miles repartidos por todo el orbe, hablando todos con el perfecto conocimiento de causa que tienen sobre el lugar los que ya han estado una o varias veces en el mismo, extasiados ante sus encantos humanos y paisajísticos.)

Este año, el alcalde del municipio y los miembros de la Corporación que preside han tenido a bien convertirme en pregonero de las Fiestas de Puerto del Carmen de 2006, esta marinera localidad tiense en la que tengo mi segundo municipio de adopción. A nadie le es dado elegir el lugar de nacimiento, pero sí el sitio donde establecerse. Y este hariano, henchido de natural orgullo y ejerciendo a la vieja usanza del pregonero clásico, les viene a decir que “de orden del señor alcalde, aquí y ahora las fiestas son llegadas”. Que sea enhorabuena para todos, naturales del lugar o visitantes del mismo. Unos y otros están invitados y convocados a disfrutarlas en paz y en la relativa armonía que permite el incontrolable jolgorio habitual de toda fiesta que se precie de tal y el buen juicio que ha de prevalecer siempre en todos en todo momento para paladear así, con la sabia mezcla de esos dos elementos, todas las celebraciones y todos los rituales propios de estas fechas, sin que tengamos que lamentarlos después de nada de lo hecho o vivido. Que así sea, que todos lo veamos... y que nos veamos todos, aquí mismo y con idéntico ánimo, el próximo año. Como dicen los más viejos de Lanzarote, “Dios quiera”.

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