Por Miguel Ángel de León
En países con muchísima más tradición democrática que España no existe el pomposamente denominado Día de Reflexión, que suele coincidir aquí con el sábado víspera del domingo electoral. Como ya se ha demostrado la manifiesta inutilidad de ese invento, es probable que esa hueca denominación deje de existir... casi coincidiendo, pizco más o menos, con el día y hora que se apruebe lo de las listas electorales abiertas, que sigue en veremos y nadie ha sabido explicarnos aún qué problema hay para jugar a la democracia a tiempo completo, que no parcial. Total, que hay que esperar sentados.
Uno tenía por sana costumbre, en los Días de Reflexión de anteriores citas electorales, dejar esta columna en blanco, para que nadie me pudiera tachar de intentar arrimar el ascua a ninguna concreta sardina o bandería. Pero, en vista de que otros lectores veían en ese gesto una simple excusa para ahorrarme el trabajo de escribir (y no digamos ya la empresa que me paga por hacerlo), llevo ya varias citas electorales sin repetir la maniobra, que tampoco escenificaré allá por el último sábado del mes de mayo del año en curso. Lo que no voy a poder evitar en 2007, porque me conozco un fisquito, es mi otra fea costumbre de decir lo que pienso con respecto a los falsos mitos del deber cívico de votar o de la supuestamente antidemocrática actitud abstencionista, pese a que está recogida en la en la mismísima, inmaculada -ejem, ejem...- y sacrosanta Carta Magna (Constitución para los amigos y demás personas piadosas). Mentiras, las justitas.
Ahorita mismo nos quejamos por el hecho de que, puesto que estamos en vísperas electorales, todo se politiza bastante más de lo habitual, y los protocandidatos se ponen más pesados de lo que es común en ellos, que ya es decir. Al final, cuando acabe la campaña electoral que de facto ya tenemos encima, muchos se quedarán con el “mono” o síndrome de abstinencia de palabrerío hueco, pues masoquistas haberlos haylos que se quedan enganchados a esa droga dura y destructiva que son los sabios y profundos razonamientos que los lumbreras de la política nos regalan en las mil y una provechosas entrevistas que les hacen para que hablen sin decir nada: toda una montaña de palabras hueras que por suerte se las acabará llevando el viento o la más leve brisa del alisio insular. Como Dios aprieta pero no ahoga (en caso de duda, que se lo pregunten a Sadam Husein), las filosóficas frases de los candidatos no pasan nunca a la posteridad. En caso contrario, ni el Papa podría dudar entonces de la existencia del Infierno.
Con todo y pese a todos ellos, no debemos defraudar a esa gente que, en pleno celo electoral y aunque no nos conocen de nada, se permiten el lujo y la confianza de cartearse alegremente con todo hijo de vecina y se toman la modestia (la molestia, quise decir) de pedirte no más que el voto, que es una nadería si se compara con todo lo que ellos te dan a lo largo y ancho de la tortuosa legislatura. Con lo que hay que tener cuidado, empero, es con esa costumbre de aconsejarle a la ciudadanía que se piense y medite bien su voto: el que lo haga, no sólo no acudirá a votar sino que saldrá a escape de la isla, en vista de lo que hay. Tengo para mí que la reflexión, si es auténtica y profunda, conduce inevitablemente a la abstención.
Mientras tanto, Zapatero -embustero-, continúa en Babia, ese lugar leonés, como el presidente por accidente, que también es Reserva de la Biosfera, igualito que esta pobre islita rica sin gobierno conocido. De él ya sólo escuchamos de último sus repetidos y mosqueantes lapsus freudianos. ¿Y qué otra cosa se podía esperar del rey del eufemismo y del discurso tan inflado como absolutamente hueco? Está claro que a algunos sí les hace falta, más que un día, todo un año o una legislatura de reflexión. (de-leon@ya.com).