lunes. 12.05.2025

Por Miguel Ángel de León

Puestos a meterse en camisa de once varas y donde nadie los ha llamado, los políticos que ignoran sus límites y sus limitaciones quieren regular ahora hasta el lenguaje. Nada extraño, a fe mía, teniendo en cuenta que lo han intentado hasta con el sexo, que no es una obsesión exclusiva del Vaticano, esa multinacional del credo. Ahora les ha dado por el lenguaje políticamente estúpido (correcto, quise decir), y ahí se andan zapateros y zapateras, que creen que el idioma lo imponen los académicos de la Lengua, haciendo el ridículo mayúsculo. Prueba evidente de que no sólo es perfectamente compatible ser progre trasnochado (Aznar dixit) con tonto del culo (y de la cula), sino que tal parece que son sinónimos.

Mi abuela siempre llamó hormigos a las hormigas. Pasando de académicos. Y más a sus 96 años, que no está como para recibir lecciones de nadie, mucho menos de cuatro totorotas (y totorotos) metidos a reguladores políticos del lenguaje, que es esa patria mental que no admite dirigentes ni prohibiciones, pues sólo en el pensamiento anida la libertad más absoluta. Hasta vergüenza da decir o escribir tamañas obviedades, a fe mía. Pero los progres de pacotilla creen que pueden pescar votos a puntapala en ese río revuelto del lenguaje reglado por ellos mismos, para que parezca como que hacen o trabajan contra una presunta desigualdad que sólo anida en sus propios prejuicios y complejos. Lo escribía este martes Ignacio Bosque, miembro de la Real Academia Española y ponente de su Comisión de Gramática, en El País: “Muchas personas parecen entender que, al igual que en el Congreso se hacen leyes que regulan la convivencia entre los ciudadanos, en la Real Academia se crean las leyes del idioma. No es así. Las palabras no significan lo que significan porque lo diga el diccionario o porque así lo hayan decidido los académicos en conciliábulo, (...) sea con la participación de mujeres o sin ella. Las lenguas no son el resultado de un conjunto de actos conscientes de los individuos”. Un lector del mismo periódico decía que los que intentan combatir el uso de un lenguaje supuestamente sexista, que sólo existe en la mente de algunos acomplejados (y acomplejadas), mezclan las buenas intenciones con la ignorancia gramatical. “Feministas y feministos podrán decir lo que quieran, pero la gramática española [o el gramático españolo] se elaboró hace al menos un milenio y es intocable mientras no se invente o se cree un nuevo idioma o idiomo”.

Hay periodistas y periodistos que también se han pronunciado al respecto con mucho tino. Es el caso de la redactora de La Gaceta de Canarias, Luz Belinda: “Que yo sepa, el género lingüístico no tiene nada que ver con el género masculino y femenino. Son conceptos. Son ideas semánticas cuya comprensión no está al alcance de todos. (...) La directora del Instituto de la Mujer debería salir en los medios pidiendo lo que de verdad necesitan las mujeres: que dejen de considerarnos imbécilas -qué feo queda con a- y que trabajen en lo que de verdad importa”.

Case usted a los homosexuales que quieran ingresar en esa cárcel, porque en este mundo tiene que haber gente para todo, pero deje en paz el valor más universal que nos va quedando en este país: un idioma que ha dado una literatura excelsa (a pesar de Suso de Toro, el “escritor” de cabecera de Zapatero, que así habla como habla de mal y hueco) y en el que ahora se entienden y manejan cientos de millones de personas y personos en decenas de países, ajenos todos ellos a la manía reguladora de los que se meten en todo y todo lo acaban encharcando. (de-leon@ya.com).

Totorotos e imbécilas
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