Por Miguel Ángel de León
Faltaba redondear las reiteradas meteduras de pata anteriores sacando las manos a pasear y agrediendo al que se limitó a cumplir con su trabajo. Sí, hablo de agresión porque me fío de lo que me dicen testigos presenciales y oculares de la penúltima barrabasada protagonizada por el innombrable de siempre. Las supuestas provocaciones previas no justifican nada. Uno se sabe comportar en público o no, y debe saber que tiene una responsabilidad añadida cuando se ostenta tan graciosamente un cargo público, aunque de sobra sé que malamente puede ser representante de nadie el que apenas alcanza a representarse a sí mismo.
Ya se lo dije hace un tiempito aquí mismo al mismito personaje: no te voy a quitar la razón porque no la tienes. Nunca la tuviste, y ahora menos que nunca. También sabía de antemano que era pedir un imposible, por ser quien eres, sugerirte que mires por una vez por encima de tu propio e injustificado rencor, que lo llevas escrito en la cara, a flor de piel, y que no culparas a los trabajadores por hacer su trabajo, esa labor que tú no cumples desde tu regalada poltrona (antes al contrario: das el peor ejemplo, una y otra vez).
Aunque sea inútil, hay que repetirte los consejos como a un niño que no alcanza a calibrar el valor de lo que acaba de romper: ten un poco de vergüenza torera. No conozco a los trabajadores a los que señalas desde tu privilegiada, ventajosa y ventajista posición, pero te conozco de sobra sin conocerte en persona (ni ganas): llevas muchos años haciendo como que haces como para no saber ya de qué pie cojeas (de ambos, ya está visto). Conocimiento más que suficiente entonces para intuir quién no lleva ni tantito así de razón en este conflicto que tú y sólo tú, junto con tu inconsciencia e insensatez de siempre, has generado, por tu absoluta falta de altura de miras, por tu odio al que sí trabaja, por ese indisimulable rencor que guardas a los que te han señalado públicamente tu error y -ahora- tu agresión. De mal en peor. Peor que mal.
La vez anterior te perdonaron los tuyos. Y tú ufano, como si hubieras recuperado la dignidad de la que sigues huérfano. Aquella fue la crónica de una exculpatoria sentencia anunciada y presentida por todos, pues todos sabemos cómo se maneja este negocio vil. ¿Qué otra cosa cabía esperar de los que ya no esperamos nada? Te exoneraron de culpa tus mismos cofrades (no los llamo correligionarios porque ni ellos ni tú tienen religión fija, sino cambiante y arribista) de siglas. Y tú jactándote por las esquinas del final de aquella farsa, como si no supiéramos todos que te habían perdonado la vida, el puesto y el sueldo por el simple o simplón hecho de ser, para los que son como tú (vividores de la política), “uno de los nuestros”. Al final eres el que menos culpa tienes; la gran culpa se la achaco a los que te mantienen.
Y encima te descolgaste, en el colmo de la desfachatez, reclamando daños y perjuicios (“prejuicios” se te escuchó decir en los medios, siempre tan escrupuloso en el manejo de la lengua). En vez de dejar eso quieto, te empeñaste en hacer más ruido. Y venga a hablar el que más tenía que callar. En vez de ponerte a pescar cabosos, más golpes a la lapa. En lugar de aparcar el vuelo corto del rencor, que no lleva a ningún sitio decente, te emperraste en comportarte como el chinijo al que le han quitado el caramelo de la boca sólo por un ratito (mes y pico o mes y poco de inmerecido sueldo).
Nadie había atentado entonces contra tu dignidad (si la hubiera o hubiese), excepto tú mismo, que está claro que la tienes en muy poca estima. ¿A qué venía entonces reclamar daños a tu buena imagen, cuando no has parado de dejarla tirada por los suelos, entre saltos de siglas, nula efectividad política, mal ejemplo como consejero, nula efectividad política y -ahora- la presunta (ya, ya) agresión? ¿No será que te dolió más el dinero no cobrado durante aquellas semanas de baja forzada -que no sincera dimisión- que ninguna otra afrenta a tu persona o a tu nula labor?
No te voy a sugerir que aproveches la Semana Santa para hacer penitencia. En el pecado ya la llevas. (de-leon@ya.com).