Por Miguel Ángel de León
Tal parece que fue ayer mismito cuando la mitad de los habitantes de Lanzarote optaron por no ir a votar en las anteriores elecciones para el Parlamento regional, el Cabildo y los siete ayuntamientos conejeros. Se diría que fue ayer, en efecto, y sin embargo ya tenemos otra vez esos comicios locales a la vuelta de la esquina del mes de mayo del ya más que inminente 2007. Así es como dijo el poeta que pasa el tiempo, tan callando. Y no se equivocó, a fe mía.
No se trata de ponernos filosóficos, el Cielo nos libre, puesto que todos los que no andamos muy duchos en la materia caemos invariablemente en la más estomagante cursilería cuando nos metemos en esa camisa de once varas. Además, los lectores que van buscando entretenida literatura filosófica no tienen necesidad de perder su precioso tiempo ojeando esta tribuna, cuando ya tienen en las librerías desde hace años “El mundo de Sofía”, la novela del noruego Jostein Gaarder que trata esos asuntos profundos como si fueran o fuesen cuentos para chinijos. Pero, en hablando de la velocidad con la que pasa el tiempo (Einstein y su cuasi insonsable teoría de la relatividad aparte), es lo cierto que da la sensación de que nos deslizamos actualmente por una especie de tobogán endemoniado. Vamos adquiriendo velocidad en un movimiento uniformemente acelerado. Un botón de muestra: la vida pública en España se despeña hacia no sabemos qué y hacia no sabemos dónde a un ritmo creciente que ha terminado por ser enloquecedor. No digamos ya la vida pública, publicada y publicitada de Lanzarote, la isla del tesoro (de unos pocos).
Incluso los más desmemoriados recordamos que, hasta no hace mucho tiempo, un acontecimiento político se mantenía en el centro de la atención popular durante varias semanas. Con más razón en una isla aislada de casi todo. Un mismo personaje, una misma situación se encaramaba y sostenía en la escena política con tiempo suficiente para mirarlos y remirarlos, para darles vuelta y vuelta en la parrilla del análisis periodístico, para desmenuzarlos incluso y darlos al lector masticados, como hacen algunos animales con la comida con la que alimentan a sus crías. Ahora, por el contrario, los acontecimientos, cada uno de ellos más sorprendente o terrible que el anterior, atropellan al comentarista, y mucho se han hecho viejos y han perdido importancia e interés de un lunes a otro lunes. Dentro de unos meses -un suponer- nadie se acordará de Miguel Ángel Leal. Total, que el ritmo de la actualidad no lo soporta ni siquiera el periódico de cada día.
Por preguntar que no quede, que es sana costumbre filosófica. Y nos podemos preguntar, ya puestos y metidos en harina, si estamos intentando alcanzar la Europa que llaman desarrollada y próspera, o si regresamos en realidad hacia la autarquía o la tribu etnomaníaca que ansían todos los nacionalismos separatistas españoles (españoles, sí, aunque les pese a los que reniegan de sí mismos). Al feliz y sonriente insensato José Luis Rodríguez “El Puma” (Zapatero, quise decir) no parece quitarle el sueño, ocupado como está en pazguatadas populistas como cargarse el idioma para darle gusto a trasnochadas y trasnochados feministas y feministos, pero otros muchos españoles (y españolas) sí tienen una lógica preocupación por saber qué va a ser finalmente de esta España ciertamente invertebrada, enfrentada, despeñada, acelerada, desnortada, despojada, esquilmada, desmoralizada, televisivamente anestesiada, desalentada, exhausta e irreconocible.
A mí que me registren, porque tampoco tengo ninguna respuesta para todo eso. Pero igual nos sacan de dudas los candidatos conejeros (y candidatas conejeras) que dentro de poco nos pedirán el voto y la confianza en su persona y en su labor. Ésos sí que se las saben todas. No hay más que verlos y escucharlos: nunca tienen dudas. Igualito que los tontos... y las tontas. (de-leon@ya.com).