lunes. 12.05.2025

Por Miguel Ángel de León

No hablo de los pactistas ni de los p-ACTORES de la degradada y degradante política lanzaroteña actual. Ni una línea le dedicamos aquí en su día a esa orgía obscena del reparto de la tarta institucional, pues cuando las fieras se pelean entre ellas por la comida conviene apartarse a un lado y dejar que los animalitos den rienda suelta a su salvaje y primitivo instinto. Ahora, los pactos y repartos en Cabildo y en la capital conejera se han ido al carajo. Estamos en tiempos de vísperas electorales. Tiempos bobos, pues. Ni caso a lo que te cuenten.

Hablo del habla. Porque, en hablando de la degradación generalizada que está sufriendo el idioma español por parte, principalmente, de políticos y periodistas (a día de hoy, sus mayores y peores), se lamentaba precisamente un periodista, corresponsal de guerra, novelista y académico de la lengua (recomiendo sus columnas contra-corriente en la revista dominical de ABC), Arturo Pérez-Reverte, de ese empobrecimiento: "Es como si tuvieras un capital que lo malgastaras corrompiéndolo. Tenemos la lengua más hermosa y más potente del mundo y la estamos dejando pudrirse de esta manera tan infame".

Francia es un gran país porque es el único capaz de aguantar a los franceses, como es triste fama, y a su afamado chovinismo, que es marca de la casa. En los últimos años, el idioma francés se ha visto contaminado por el idioma del actual imperio gringo, que es la auténtica y única madrepatria universal. Estamos ante una enfermedad lingüística causada por el mismo virus que se ha colado igualmente en el español y en prácticamente todas las lenguas del planeta, porque en todas partes cuecen habas y la papanatería, como la idiocia o la burricie, es un fenómeno mundial. Y como las cosas se han puesto así de feas, los franceses han caído en la cuenta de que si no reaccionan a tiempo pierden para siempre su cuasi gutural idioma, al que quieren defender de esas malas influencias o compañías externas. Y, al menos por ese lado, uno tiene que sentir "sana envidia". Hasta tal punto se han autoimpuesto los franceses esa noble intención idiomática que han llegado, incluso, a estudiar la posibilidad de castigar con severas multas a quienes en adelante sigan pisoteando o menospreciando en su propia patria el idioma de Jean-Baptiste Poquelin (Molière para los amigos y demás personas piadosas). Si en España hiciéramos algo similar, y si destináramos luego el dinero de las posibles multas por cada infracción lingüística a los más necesitados (un suponer), aquí acabaríamos con los pobres en menos de lo que canta un gallo afónico.

Ahí es nada la cosecha de multas que se puede hacer entre tanto camping, off the record, play-off, stand by, off shore y mil y una burradas más que se escuchan o se leen a diario en cualquier sitio, salidas de la boca de lenguatrapos o de la pluma cambada de totorotas o papanatas metidos a periodistas huérfanos de personalidad y ayunos de sentido crítico y de una mínima autoexigencia profesional.

En verdad, tienen más razones y motivos los franceses que los españoles para guardar y hacer guardar su lengua, puesto que el muy diplomático francés es un idioma en evidente peligro de extinción, mientras que el español está en franca expansión (incluso en el gran país sin nombre de los gringos), a pesar de los mencionados lenguatrapos. Ha dicho repetidamente el maestro Umbral, que anda de último un poco más malo de lo habitual y con la salud en almoneda (lleva varios días sin firmar su columna en la contraportada del diario El Mundo), que "la otra manera, vil y servil, de asimilar el inglés es la de los locutores y los cursis de siempre, que copian tanto como ignoran". Nada nuevo bajo el sol de la estupidez humana. (de-leon@ya.com).

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