lunes. 12.05.2025

Por Miguel Ángel de León

Algo positivo tendrían que tener estos macropuentes festivos como el de la Inmaculada Constitución. Si no pierdes mucho tiempo acudiendo a actos oficiales en donde se rinde supuesto homenaje a la dichosa Carta Magna (tampoco estuve este año en Yaiza para escuchar las frases hechas y el discurso hueco de todos los años), te alcanzan las horas para releer -un suponer- esa parte de las memorias inéditas, hasta hace muy poco tiempo, de don Pío Baroja, recién publicadas en 2005. Doy fe lectora de ello, y tengo todavía el regusto de su literatura fresca y directa. Para quienes también gusten de tamañas exquisiteces, estará de más que les recomiende el libro porque seguro que ya lo tienen... y además piensan leerlo, que es algo que no siempre ocurre, como es triste fama, en estos tiempos de perdición catódita o catatónica.

El mejor aprovechamiento de las vacaciones pasa, entre otras veredas, por la oportunidad que nos da para mandar al cajón del olvido de nuestra memoria la degradada/degradante actualidad política insular (desgobierno cabildicio, peleas intestinas en el seno de casi todos los partidos/rajados: PSOE, PP, Alternativa...) y, de rebote, rescatar algo de la buena literatura no contaminada por las impresas pazguatadas cotidianas de cuyo nombre no quieres ni volver a acordarte. Bien se podría aprovechar estas fechas vacantes, entonces, para repescar a su vez la lectura siempre provechosa de la obra -un suponer- del mencionado Baroja, al que confieso que yo mismo, lector suyo convicto y confeso desde hace décadas, tenía también casi abandonado, entre tanta bobería elevada a la inmerecida categoría de asunto de interés.

El otro maestro y cuasi inventor del columnismo impreso actual, Francisco Umbral, le suele decir de todo menos bonito (que tampoco es que fuera o fuese el caso, puestos a contarlo todo) al anárquico y anarquista escritor vasco que, por abominar también en su día de los nacionalismos, hoy es poco menos que un apestado a ojos del PNV y otros etnomaníacos del ciego ombliguismo endogámico, como le ha sucedido también al inmenso Miguel de Unamuno. De hecho, en su polémico libro “Las palabras de la tribu”, Umbral despelleja, aunque por motivos más literarios que políticos, al huraño escritor de la boina que también tuvo tiempo de ser o ejercer como panadero, académico y actor cinematográfico. Lo más suave y diplomático que dice Umbral de Baroja es que fue un escritor descuidado. Pero ando convencido de que la simple reproducción de unas líneas cogidas al azar de las tantísimas que salieron de la pluma del autor vasco nos bastará para reconciliarnos con alguien que -inevitables filias o fobias personales aparte- se ha ganado a pulso y merecidamente la eterna gloria literaria. Por ejemplo, tal que así describe Baroja a La soberana masa: “El hombre fuerte ante la soberana masa no puede tener más que dos movimientos: uno, el dominarla y sujetarla, como a una bestia bruta, con sus manos; el otro, el inspirarla con sus ideas y pensamientos; otra forma de dominio. Yo, que no soy hombre fuerte para ninguna de estas dos acciones, me alejo de la soberana masa para no sentir de cerca su brutalidad colectiva, ni su mala índole”.

Hoy, la soberana masa, por aquello de que la mayoría sólo es un número mayor y no necesariamente mejor, decide que los programas televisivos de mayor audiencia sean los que son (juzguen ustedes, si los ven). ¿Y qué pensaba Baroja sobre el periodismo español? “Nuestros periódicos dan la medida de nuestros periodistas. Cuando los máximos prestigios son Miguel Moya, Romeo o Rocamora, ¿cómo serán los mínimos?”.

¿Y quiénes son hoy los “máximos prestigios” de la prensa española? ¿Superan en algo a los Miguel Moya, Romeo o Rocamora de los tiempos de Baroja? La respuesta queda en el aire. (de-leon@ya.com).

La utilidad del puente
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