sábado. 10.05.2025

Por Miguel Ángel de León

Coloco el café sobre la agenda del año pasado para atender una llamada telefónica. Llama una candidata colgada (de las farolas y por ahí) para afearme mis modestas y periódicas llamadas a la abstención ante la inminencia del 27-M, que son sólo una simple reacción a la provocación de tanto altavoz callejero o mediático y de tanta foto con tanto figurín reclamándome parte de mi tiempo y mi voto. Logra enfadarme lo suficiente para que dé algún manotazo al aire. Al tercero o cuarto aspaviento derramo el café sobre la agenda. Cuando me dispongo a sacudirla (la agenda de 2006, se sobreentiende), cae una notita que se había quedado allí, cuasi olvidada. La leo/releo según la recojo del suelo. Contiene la atenta invitación de esa misma candidata para que participara o participase, allá por el pasado verano, como miembro del jurado de un concreto concurso de belleza femenina, que haberla hayla, a fe mía. Era otra prueba empírica de lo bien que me conoce la candidata de marras, que ha debido entender por la bragueta -por decirlo en canario- mis humildes críticas a ese insultante mercado de carne igual que mis argumentos para justificar las mil y una razones que existen para abstenerse.

Por si a algún otro edil (o edila, como dicen los más brutos) se le ocurre para el inminente verano repetir invitación semejante, me curo en salud y le prevengo sobre mi opinión, más que mala pésima, de esos montajes que se me antojan más que humillantes para las chinijas. Así de raro soy. Ahí seguidito resumo mi pobre impresión al respecto:

Los pesimistas, que son unos bobatos porque pretenden decir no más que lo que ven, creen que no hay nada más triste que un concurso de belleza. Ni más patético, ni más cutre ni más hortera. Ni más cruel, si encima hablamos de niñas que pueden estar muy bien formadas por fuera pero malamente por dentro, a la altura de la azotea. Alegan esos mismos pusilánimes que de ahí salen después traumas sicológicos para el resto de la vida de las candidatas a reinas de la clase, del baile, de los sangineles o de los carnavales, tanto monta. Pero la llevan clara esos cenizos, para mi gusto, porque esta batalla la tienen más que ganada ya los políticos, que trabajan para el pueblo, como a estas alturas no ignora nadie mínimamente informado. Y por eso le dan al pueblo lo que el pueblo quiere: pan y circo; o ron-mería y carnaval, tanto monta.

Verdad es también que no se puede despreciar así, por las buenas y frívolamente, un concurso cultural (de belleza, de acuerdo, pero profundamente culto, porque las muchachas no aprenderán nada pero enseñan mucho... y cada día más, pues existe la idea de que lo moderno es sinónimo de descaro, o a la inversa). Hay que ser justos, aunque luego el jurado no lo sea con las muchachas, pero hay que entender también que son muchas horas de difíciles deliberaciones, que no debe ser ni bueno para la salud de la persona humana, y ni siquiera de los políticos. Otro respetito ahí, por lo tanto, para los miembros del jurado, que se juegan la vida en su difícil y poco reconocida labor socio-cultural. Menos guasa con esta gente. Pero a mí que no me vuelvan a convocar para tamaña, difícil y cruel misión. No me considero a la altura ni creo dar la talla intelectual suficiente para tan complicada empresa.

NOTA AL MARGEN: Para que se me entienda tan mal, algo hay que no estoy haciendo muy bien. Fijo. (de-leon@ya.com).

Jurado que no
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