lunes. 12.05.2025

Por Miguel Ángel de León

Como ya han dejado los deberes hechos y la isla arreglada, la inmensa mayoría de los políticos que sufrimos por aquí abajo aprovechan (como si fueran maestros, ellos que no alcanzan la categoría ni de malos aprendices) esta tonta semana inútil de la Inmaculada Constitución para tomarse un inmerecido descanso allende nuestras fronteras más inmediatas. El problema no es que se vayan, sino que vuelvan. Que encuentren tanta paz vacacional como la que dejan aquí.

Mientras, la niña (la Constitución Española actual) ya no es tan niña. Se ha hecho adulta y va ya para la treintena, pero ni siquiera así me causa un gran respeto la pomposamente denominada Carta Magna. En eso no soy nada original, ni el único ni el primero que no sacraliza el texto constitucional de marras. Voces mucho más autorizadas, como la del filósofo Javier Sádaba, han dejado escritas al respecto algunas frases que son más que ilustrativas: "Uno puede estar en desacuerdo con las normas fundamentales del país en el que vive por tres razones. La primera porque tales normas no se aplican como se debe. La segunda porque considera que las normas, se apliquen o no, son tan deficientes en algún punto que deberían modificarse esos puntos concretos. Y la tercera porque se está en desacuerdo no ya con éste o aquel punto sino con todo el proceso, y con el consiguiente contenido, que dio lugar a las leyes en cuestión. Hace falta ser bastante ignorante para tachar, sin más, a estos últimos de antidemócratas. Existen montones de individuos, con una exquisita actitud democrática, que piensan que las Constituciones que les ha tocado soportar chocan con su conciencia. Se puede ser antisistema corrupción, antisistema monárquico o anti muchos sistemas más y, sin embargo, ser un demócrata. O, precisamente, por ser un demócrata estar en contra de todo aquello que, a su parecer, haga degenerar la democracia. Existen problemas dentro de los límites de la democracia que todos los días se discuten. Puede ser el paro o puede ser la ley electoral [ahí nos duele a muchos canarios de la periferia archipielágica]. La democracia se hunde cuando en su origen o por degeneración se la vacía hasta la caricatura. Y de tales peligros o realidades conviene hablar con frecuencia y en plena libertad. Que el jefe del Estado sea inviolable en todo lo que haga es algo que repugna a muchos demócratas". Esto último es sólo un suponer, claro, y yo ni quito ni pongo rey, nunca mejor dicho. Se puede ser incluso abstencionista convicto, confeso y convencido (con perdón) y ser tan o más demócrata que el que cree que democracia sólo es sinónimo de votar cada cuatro años.

Este nuevo aniversario de la Constitución que "nos otorgamos los españoles a nosotros mismos", como repiten una y otra vez los más originales, no parece que llegue en el mejor de los momentos para ella, y dudo mucho que esa efemérides acabe siendo en un futuro no muy lejano algo más que otra fecha pintada en rojo en el almanaque. Hasta hoy, a la ciudadanía tanto le ha dado ocho como ochenta a la hora de prestarle la más mínima atención a las “celebraciones” precedentes del 6 de diciembre. Además de los empalagosos artículos periodísticos de siempre y los rutinarios "reportajes en profundidad" de turno, si gozáramos de una Constitución que se hiciera o hiciese respetar, su celebración sería, a estas alturas de la andadura constitucional, algo más trascendente y menos frívolo. ¡Chacho, corre que se marcha el avión! (de-leon@ya.com).

Inmaculada, pero menos
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