Miguel Ángel de León
Me juran los que entienden y prestan alguna atención a la mascarada que la próxima semana ya empiezan este año los carnavales en esta pobre islita rica sin gobierno conocido. Vayan mis felicitaciones para los adictos al disfraz y al ruido, y mi más sincero sentido pésame para todos los que tendremos que aguantar con cristiana resignación la matraquilla, no sólo en los lugares oficialmente designados para ello (por donde no nos dejamos caer los de esta otra cofradía anticarnavalera ni hartitos de vino), sino en medios de comunicación y por ahí. Paciencia... o salir a escape de la isla, que es lo que más nos apetece a algunos durante estas fechas fatuas y frívolas.
Me interesa el Carnaval tanto como nada (o casi lo mismo que una novela de Antonio Gala, no les digo más), y por ello tanto me da que salga bien, mal... o peor, como dicen que ha sido el caso de todos estos últimos años en Arrecife, de la mano de la sin par concejal graciosera. Lo que no entiendo es que la gente se extrañe de que las últimas ediciones carnavaleras de estos primeros años del tercer milenio hayan sido, todas sin excepción, muy caóticas: el Carnaval, por definición, es puro caos... y si encima se celebra en Arrecife, la caos-pital conejera, con más razón y motivo.
La gente sigue quejándose por las esquinas de este Carnaval arrecifeño troceado, dividido, impersonal y ajeno. Pero no entiendo tampoco qué personalidad propia puede tener algo que es mera imitación foránea, puritita importación cutre, tal que la gala de los travestidos y similares. No le pidamos peras al olmo ni duraznos a la rama de batatera. Éste es el Carnaval "conejero" que queda: importado, impuesto e impostor. Por eso empiezan los lugareños a desertar del mismo, cada año un poco más. Por eso la "masa espectadora" es, preferentemente, peninsular o extranjera, por aquello de la novelería, que es vicio muy humano y fácilmente entendible.
A pesar de la visión deformada e interesada de los habituales heraldos de la institucional adulonería mediático/mediocre, a los carnavaleros de toda la vida no los engañan, pues distinguen como nadie el Carnaval de la carnavalada. Pero es lógico que termine desembocando en mera carnavalada algo que es dirigido y manejado por los mismos políticos que llevan a Arrecife proa al marisco. Justo el mismo rumbo que lleva el Carnaval capitalino, a decir de los entendidos en la festiva mascarada.
Carnaval dividido, repartido y disperso. Falta de respeto político a vecinos (votantes, pues) que no pueden dormir durantes varias noches y que no tienen una segunda casa -como las autoridades municipales- a donde huir.
Acumulación de desastres, desorganización y despropósitos a punta pala. Por inercia va el rebaño detrás del pastor. Por inercia acude la gente al Desfile de Carnaval. Por inercia sigue la moda el que anda huérfano de personalidad propia. Inercia y rutina, dos magníficos ingredientes para obrar el milagro de un Carnaval frío y desangelado, sin alma propia, sin pulso ni latido.
"Esto está muerto", repiten cariacontecidos los arrecifeños más viejos al paso de los participantes inanimados en cabalgatas o entierros de la sardina, también rebautizado como desfile de muertos vivientes. A esto se ha quedado reducido el Carnaval que dicen que alguna vez tuvo vida propia y sello original en Arrecife: a cenizas, como las que terminarán esparcidas un año más por el la Playa del Reducto cuando concluya el Carnaval de 2007, para regocijo de los que sólo pedimos silencio e intentamos huir del mundanal ruido que organiza y costea las propias instituciones públicas que parecen estar al servicio sólo de algunos ciudadanos: los más enganchados a la contaminación acústica.(de-leon@ya.com).