domingo. 22.06.2025

Coincidiendo con el final de la anterior legislatura en el Parlamento de Canarias, cuando se aproximaban las elecciones locales de 2023, comenzó a escucharse un nuevo runrún en las calles de las Islas acerca de lo mal que estaban algunos territorios por culpa de lo que se definió como "saturación turística". La excusa para no haber dicho nada en los cuatro años anteriores, cuando gobernó la izquierda a través del conocido Pacto de las Flores, fue que hubo una pandemia, que la hubo, y que durante ese tiempo los políticos de turno sólo pudieron dedicarse a tratar de recuperar los niveles de ocupación perdida. Fue una falacia. En los dos últimos años de mandato del socialista Ángel Víctor Torres tanto él como su consejera de Turismo, Yaiza Castilla, componente del cuarto socio de gobierno, el que conformaban los integrantes de la Agrupación Socialista Gomera (ASG), no pararon de repetir lo contentos que estaban al haber conseguido no sólo recuperar los niveles de visitas turísticas de antes de la pandemia sino de incluso superar las cifras de 2019. En ese momento ni se articuló ninguna medida de contención, ni se metió mano al problemón que está suponiendo la proliferación de la vivienda vacacional ni por supuesto se habló de la ecotasa que ahora reclaman con tanto empeño algunos desde la oposición. 

Con estos antecedentes comenzó el actual mandato de Coalición Canaria (CC), Partido Popular (PP) y el apoyo nuevamente de la Agrupación que preside con mano firme y diestra Casimiro Curbelo desde La Gomera. Nadie con dos dedos de frente puede obviar que los niveles de ocupación turística en algunas islas, no en todas, han llegado a ser preocupantes. Y no por los turistas que vienen sino por lo que eso supone, un notable aumento de la población residente que acude a Canarias precisamente a la llamada de esa próspera economía que necesita mano de obra y un aumento del tráfico rodado. De ahí que en islas como Lanzarote, con muy buen juicio, desde hace décadas se esté advirtiendo sobre este problema que afecta con especial crudeza a Gran Canaria y Tenerife. El actual Gobierno que preside el nacionalista Fernando Clavijo es perfectamente conocedor de esta situación, y aunque tarde, porque es la segunda vez que gobierna, está tratando de sacar adelante medidas para combatir la proliferación de la vivienda vacacional, una más que necesaria Ley de Residencia y la posibilidad, entre otras cosas, de limitar la compra de vivienda residencial a extranjeros. ¿Suficiente? No si no se produce una bajada del turismo.

Con esta larga pero necesaria explicación se entiende, o algunos dirán que no se entiende, que desde el minuto uno se montaran manifestaciones para protestar por la saturación turística que insistimos que no afecta a todos los territorios por igual. Miles de personas salieron a la calle, seguramente que muchas de ellas con muy buena voluntad y otras claramente con fines políticos, para pedir un freno inmediato a la llegada de turistas y medidas concretas que impidan que el desarrollo del Archipiélago en lugar de sostenible sea insostenible. Fue y está siendo una pequeña parte de la población, con un éxito relativo en algunas islas y un fracaso estrepitoso en otras, tal vez porque la gente percibe la politización del mensaje, y tal vez porque se está lanzando al mundo un discurso erróneo que puede provocar un efecto perverso que ya ha tenido publicidad de la mala en no pocos medios nacionales e internacionales. La turismofobia está muy lejos de ser lo que realmente defienden los canarios, muy agradecidos como es lógico en su mayoría a lo bueno que ha traído el turismo a sus vidas, a las de las generaciones pasadas y a las de las generaciones futuras. 

Lo que está claro es que los mensajes cuando son negativos calan más. El de la saturación turística y el hartazgo general de Canarias desde luego. Y lo ha hecho de forma equivocada e injusta, porque no se puede permitir que mientras en islas como La Palma, La Gomera o El Hierro pelean cada día para que la gente les visite algunos tumben su esfuerzo simplemente utilizando lo que pasa en Gran Canaria o Tenerife, o lo que empieza a pasar en Lanzarote y Fuerteventura. Canarias es una Comunidad compleja, con ocho realidades muy diferentes que se deben analizar, sobre todo en un tema como este, de forma aislada. 

Karlos Arguiñano y el turismo en las Islas

Y el mejor ejemplo de esta situación se refleja en una persona que ya era "influencer" antes de que se adoptara en España el término anglosajón. Alguien que ha sabido convertir el mundo de la cocina con talento y gracia en un auténtico espectáculo. Millones de personas siguen cada día su programa en Antena 3, Cocina Abierta, un maravilloso espacio de unos veinte minutos en los que, junto a su hijo Joseba y su hermana Eva, ofrece cada semana una cátedra de cómo se cocina y de cómo se comunica. Karlos Arguiñano es mucho más que un cocinero, es un comunicador descomunal, que siempre trata de innovar y de entretener al personal que ve la tele o que compra sus libros. Mientras pica una cebolla o pela una papa, el hombre que ha hecho inmortal el precioso pueblo de Zarautz, aunque él siempre presume de ser Beasáin, reflexiona sobre lo divino y sobre lo humano. Esta semana, sin politizar el programa, soltó un rapapolvo a la lamentable clase política española que nos está tocando padecer. En general, sin nombrar a nadie y sin referirse a ningún partido. Pero también se ocupó del turismo, y lo hizo hablando de Canarias. Todos los días saca en una pantalla gigante imágenes en movimiento de un lugar de España. El martes le tocó a un singular risco de Tenerife. Aprovechando esa imagen, hizo una pequeña reflexión sobre lo que él cree que está pasando en las Islas con el turismo: 

“Están un poco hartos de tanto turismo, no me extraña, llevamos muchos años yendo a Canarias. No sólo nosotros sino toda Europa. Oh, al calorcito, al calorcito, y están los canarios parad, parad. Venga, a por todas”

Parecerá poca cosa, pero es mucho. Que alguien tan verdaderamente influyente se dirija a millones de personas en esos términos debe hacer reflexionar a más de uno. Alguien tan inteligente y viajado como Arguiñano le dice al mundo que en Canarias estamos "un poco hartos" de tanto turismo. Alguien de nuestras autoridades locales, si las hubiera o hubiese, debería dirigirse a Don Karlos para explicarle que eso no es así, que aquí los que están "hartos de tanto turismo" son unos pocos que creen que no viven ni directa ni indirectamente del número de personas que cada año nos visitan. Alguien debería contarle a Don Karlos, a quien todavía no se sabe por qué no le han nominado a uno de los grandes premios de este país, como el Príncipe de Asturias, que ese mensaje no se corresponde con lo que siente la inmensa mayoría de los residentes en el Archipiélago, mucho menos los pobres palmeros, que piden constantemente agua por señas y que están deseando que aumente lo antes posible el número de turistas que llegan a su maravillosa geografía, única en el planeta. En la Isla Bonita, en La Gomera, en El Hierro, en La Graciosa, en Gran Canaria, en Tenerife, en Lanzarote, en Isla de Lobos o en Fuerteventura, Don Karlos, necesitamos el turismo. 

Lo único que la gente sensata propone es que se regule y se controle, que bajen los niveles de saturación allí donde se ha desmadrado la cosa. Y para que eso ocurra, amén de las cíclicas crisis económicas que se producen en el mundo que ya se encargan de dar un manotazo de realidad a todos los que pancartean este asunto, no hay otro remedio que articular medidas inteligentes como la desclasificación de camas o los planes de modernización. En algunos lugares como Lanzarote estamos en ello. Es un trabajo complejo, difícil y de largo recorrido, que a ser posible se debe trabajar con discreción. Mientras, Don Karlos, a quien nadie le oirá jamás decir que en Zarautz o Guetaria están hasta el moño de recibir gente, en Canarias estamos encantados de que vengan los turistas, no estamos hartos. Ni mucho menos. 

Cuando hasta Karlos Arguiñano confunde la situación del turismo en Canarias
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