lunes. 12.05.2025

Por Miguel Ángel de León

En alguna ocasión anterior he confesado aquí que sólo fui a votar en mi vida en una ocasión y que me he arrepentido mil veces por ello. Lo hice, siendo casi un chinijo todavía, cuando el PSOE ganó por primera vez aquellas elecciones con los diez millones de votos (entre ellos, el mío, muy mal empleadito), ilusionados con un cambio que se quedó en mero trueque. Y "más nunca, cristiano", por decirlo en canario antiguo.

Después me he dedicado a darles la vara y la tabarra a los sufridos lectores de este mismo y único diario impreso conejero, abogando por la abstención, por esa bendita abstención activa que en esta isla ya es, paradójicamente, el voto (o el antivoto, tanto monta), mayoritario. Cada vez que se acercaban nuevas elecciones, a cada paso hacia las urnas, en este mismito rinconcito impreso, este torpe juntaletras isleño lanzaba invariablemente su particular grito de guerra incruenta: "Vota por tu dignidad, abstente". Y más de uno me ha llamado de lo último por ello. Pero tanto me da que me da lo mismo. De demócratas de boquilla ando hasta la coronilla (con perdón por la rima). A los demócratas de salón que insultan a los que no imitamos mecánicamente sus acciones les digo lo de siempre: tanto daño me hagan como miedo les tengo.

Con la misma pasión y fe me he puesto a la labor de rescatar para esta columna periférica algunos de los párrafos más lúcidos que se han escrito por parte de los abstencionistas convictos y confesos que en el mundo son o han sido. Se sabe que el lema de los estoicos era “soporta y abstente”. Zenón de Citio, Cleantes y Crisipo pregonaban la entereza ante las adversidades y la desgracia. Años antes, Antístenes, Crates y Diógenes de Sinope enseñaban que hay que tener un desdén absoluto hacia las convenciones sociales; que hay que renunciar a los bienes materiales; que los honores públicos son despreciables. A todos esos personajes históricos, la Filosofía los bautizó con el nombre de cínicos, y hoy aplicamos ese adjetivo a quienes hacen alarde de no creer en la rectitud ni en la sinceridad, sobre todo por parte de los políticos. Desde entonces, hace ya veinticuatro siglos y pico, hemos aprendido que debemos aguantar las campañas electorales con la resignación de una estatua yacente, y las intervenciones de los candidatos con el desdén de las dunas ante la fuerza del viento. Allá por el siglo VI antes de Cristo dejó dicho el profeta Zoroastro, alias Zarathustra, que "en la duda, abstente".

En las vísperas electorales de 2003 en Lanzarote parecía llegada la hora de una verdadera y válida Alternativa para el 25 de mayo de aquel año. Yo me lo quise creer entonces, porque cualquier cosa nueva era mejor que lo que había instalado en el poder desde hacía décadas. Y, como yo, cientos de isleños que abandonaron por un ratito la abstención, o anteriores militancias socialistas, y se autoengañaron a conciencia con esa alternativa llamada, precisamente, Alternativa. Pero han vuelto los personalismos y los mesías que se creen iluminados o señalados por el dedo divino para ejercer de salvadores de no sé qué patria, o redentores de no sé qué pueblo. Ahora muchos de esos votos pueden seguir manteniendo la fe en ese proyecto dentro de medio año, y otros muchos -como el mío- volverán a engrosar las cada vez más repletas filas de la abstención. Tampoco a los desencantados se nos está dejando otra alternativa, para mi gusto. (de-leon@ya.com).

Alternativa
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