miércoles. 24.04.2024

Antonio Guerra León

La verdad es que no estamos muy seguros de que ocuparnos casi a diario de ciertas personas sea interesante para los lectores, por lo que este cura de pacotilla pide perdón y se deja arrastrar de nuevo por ese pecado cotidiano de leer el largo rosario (carajo, que eclesiásticos estamos hoy) de tantas cuentas, vulgo chorradas, que sueltan a diario nuestras políticas y políticos en una franca y competitiva carrera para ver quién dice la mayor tontería del momento.

Y todavía calentita en el caldero de nuestro inoperante Parlamento Canario, tenemos que escuchar las terribles soflamas insularistas de nuestra apreciada Nardi Barrios, hija insigne del populoso barrio del Toscal chicharrero y trasplantada a la isla redonda, donde en las cuevas pintadas de Gáldar, templo de los valientes aborígenes de Tamarán, fue signada y bendecida para siempre como importante adalid de ese pueblo tan puteado por Tenerife para pedir ante los padres de la patria, con escasos alardes oratorios, un montón de dinero para Las Palmas, pues, como todo el mundo sabe, esta ciudad tiene casi el doble de habitantes que Santa Cruz. Sin embargo, la "niña" olvida que el resto de la isla picuda también dobla en ciudadanos censados al resto de la de Gran Canaria. Simple cuestión aritmética.

Esta cuestión cabreó mucho al alcalde santacrucero don Miguel Zerolo Aguilar, que tuvo que salir de su natural y habitual compostura desganada para decirle a la cara a Nardi que sólo estaba haciendo todo ese paripé insularista y amarillento para encender todavía más el fuego del "pleito insular a la vista de las próximas elecciones". Cuestión ésta que, por otra parte, es una obviedad. A pesar que el Parlamento determinó no de nones a nuestra excelsa paisana, ésta en el fondo logró lo que más quería por ahora: salir hoy en todos los periódicos como una Pantoja cualquiera pero sin peineta, lloros ni moquillos.

Siguiendo con las niñas, no podemos olvidarnos tampoco de nuestra especial debilidad política, nuestra Espe, chulona madrileña del PP donde las haya. La pobre confiesa que no llega a final de mes con su sueldo de más de ocho mil euros cada treinta días como presidenta de la Comunidad de Madrid. La mencionada cifra no sabemos cuántas pesetas serían hace unos años, pues nosotros, como pensionistas, a partir de una par de cientos de euros ya no sabemos contar.

Y es que esta señora en un encanto, sobre todo para las revistas de la asadura, que la sacan a todas horas como una vedette de circo, pues su atrevimiento ha llegado -¡qué valor Esperanza, volver de nuevo a las Termópilas!- hasta ponerse ese último traje diseñado, en un alarde de ingenio, por la no menos intelectual mesetaria Ágata Ruiz de la Prada, con sus estrellitas doraditas y su canesú, extraídas de la bandera púrpura de la Comunidad, en un gesto valiente repleto de patriotismo pueblerino propio de la tierra de los gatos, como se conoce a los madrileños. Esta actitud de la susodicha ha llevado al inefable Rajoy, puro habano en boca, emulando al Conde de Romanones... y dos piedras, para decir medio mosqueado aquello tan manido de: ¡joder, qué tropa!

Y para que no nos traten de antifeministas tenemos que traer a estas líneas una cuestión que colma todavía más el vaso de la presunta corrupción inmobiliaria en nuestras islas; cuando nos hemos enterado de que el ex alcalde de Haría, Juan Ramírez Montero, había comprado unos terrenos a las 24 horas de otorgarle una licencia a una empresa cuya administradora única es su esposa. ¡Y creíamos nosotros que ya habíamos visto de todo en esta vida!

Por lo que visto lo visto, y teniendo en cuenta la proximidad de las fiestas y para olvidar tanta barbaridad y caradura del personal, hemos decidido el que escribe y su médico de cabecera dedicar estos días de jolgorio y alegría al total desenfreno y locura... al sexo, las drogas y el rocanroll hasta que el cuerpo aguante. Hasta pronto.

¡Es que son como niñas y niños!
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