lunes. 12.05.2025

Ya es la segunda vez que utilizo esta técnica para intentar atraer la atención de un mayor número de lectores. Me refiero a lo de colocar un título llamativo que ilustre la columna de opinión. La idea no es mía. Se la plagié hace tiempo a una columnista de la prensa provincial cuyo nombre ahora no recuerdo que tituló uno de sus artículos con el sugestivo nombre de “Tampax”. No puede haber nada que despierte más rechazo y más atracción a la vez entre los hombres que la menstruación o regla de las mujeres, con lo que imagino que fuimos muchos los que picamos el anzuelo y leímos algo que poco tenía que ver con el controvertido titular. En mi caso fue para descubrir alguna nueva técnica para sobrevivir a esa horrorosa semana en la que hagas lo que hagas o digas lo que digas te la cargas. Si tú eres de los que ha considerado que un artículo llamado “Tripas de cerdo” merece ser leído, me daré por satisfecho, y consideraré que el experimento ha dado resultado.

Como no tenía nada que contar sobre las tripas de cerdo, me dio por pensar en otro asunto. Más que nada porque el experimento era corto y necesitaba algo más para rellenar el espacio. Me rasqué la nariz en varias ocasiones como hacía Vicky el Vikingo y al final hallé lo que buscaba. Me acordé de un asunto que me hizo reflexionar hace un par de días. Estaba viendo la etiqueta de una botella de un conocidísimo refresco de cola -no voy a hacer publicidad gratuita- cuando me di cuenta de lo que ha cambiado el mundo en poco tiempo. Es cierto que muchos pensamos que se nos engañó en la infancia asegurándonos que en el año 2000 todos viajaríamos en naves siderales que surcarían el espacio de punta a punta a una velocidad de la luz que se ve con un montón de puntitos en perspectiva. También es verdad que el mundo más o menos sigue siendo igual que en la década de los ochenta, pero no deja de ser cierto que en algunas cuestiones hemos avanzado un horror. Bueno, volviendo a lo de la etiqueta de la botella de Coca Cola -vaya, se me ha escapado-, debo admitir lo perplejo que me quedé al comprobar que hace diez años habría sido incapaz de descifrar lo que me habría parecido un auténtico jeroglífico, un mensaje en clave. El anuncio decía más o menos algo así: “enviando cinco etiquetas c-coke podrás participar en un sorteo de 1.000 DVDs, 200 MP3, 70 Mountain bike, 60 Discman, 50 Play Station, 40 Game Boy Advance y 30 Pentium Media con ADSL y capacidad de 4 Megas; también puedes utilizar tu móvil para enviar un SMS al 5555 con la palabra clave `vota' y el mensaje que quieras, o un e-mail con tus datos y el código de barras que aparece en tu botella...” “¡¿Mande, pero qué es esto?!”, me pregunté inmediatamente.

En agosto de 2006 -sin noticias de Dios ni de las naves siderales- a algunos habitantes de este planeta nos cuesta entender algunas de las cosas que otros consideran normales. No digamos nada si se hubiera producido un salto en el tiempo y por error la botella del refresco en cuestión hubiera caído en las manos de algún científico de la década de los setenta con el pelo a lo afro y la corbata a lo Luis Aguilé llegándole hasta un poco antes de la rodilla. Inmediatamente habría desarrollado una interesante teoría sobre la existencia de vida inteligente en otro planeta. Y no habría sido para menos. La tecnología más avanzada que manejábamos los niños de aquella época eran las máquinas de videojuegos de los recreativos en las que dos palitos jugaban una especie de partido de tenis con una pobre pelotita, o esa en la que varios fantasmas se querían comer a una moneda dorada con boca, sin hablar de los rudimentarios “gualquitolkis” que construíamos con dos yogures y un hilo no demasiado largo.

Luego llegó el mayor avance, un ordenador que respondía al nombre de Spectrum que nos introdujo en el siglo XXI. Eso sí eran gráficos. Si lo vieran los niños de hoy en día, se partirían de risa.

En fin, que ni tripas de cerdo ni nada que se le parezca. De lo que hoy quería hablar es de los cambios que se producen en este mundo de locos, donde desgraciadamente la tecnología está sustituyendo a cosas que tenían que ver con la relación directa y afectiva entre los seres humanos. Sólo hay que ver lo poco que juegan los niños en la calle y lo mucho que lo hacen en casa con esas máquinas del infierno para darse cuenta de que algo no anda bien. No creo que sean ahora más felices intentando matar a los malos del Señor de los Anillos en la pantalla plana de un ordenador de última generación que cuando nosotros intentábamos darle una patada a un balón que era perseguido por otros doscientos niños más.

Tripas de cerdo
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