Si Torquemada levantara la cabeza, probablemente se daría con la tapa de la lujosa caja de pino en la que imagono que le enterraron. Porque a este tío se le dio cristiana sepultura, a un tío que le iba la marcha, que le molaba eso de la carne churruscada a la brasa de hoguera.
Para situarnos en el tiempo y conocer más al personaje, sobre todo para los más jóvenes que no estaban en el mundo cuando este señor comenzó a hacer de las suyas, me limitaré a exponer que Tomás de Torquemada fue un pájaro que nació en 1420 y murió en 1498 -bicho malo nunca muere, o muere tarde-, que se dedicó al reconocido oficio de la época de monje inquisidor. Entre otras cosas, fue prior del monasterio de Santa Cruz en Segovia, pero su gran chollo lo encontró al convertirse en confesor de los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, los del tanto monta. Por recomendación de la propia Isabel, esa reina que culminó la Reconquista en Granada haciendo llorar al pobre Boabdil y que por lo visto estuvo varios años sin cambiarse de ropa interior -menuda cochina- por exigencias del guión de la época, el Papa Sixto IV lo designó primer inquisidor general de Castilla en 1483. Animado por sus soberanos, reorganizó la Inquisición fundada en 1478 hasta que consiguió, ya por 1487, ser nombrado Gran Inquisidor para toda España por el Papa Inocencio VIII, logrando, como se ha hecho siempre a lo largo de la historia, expulsar a los judios -banqueros de la época- para evitar que reclamaran a los soberanos la enorme deuda que habían contraído con ellos. Religioso profundo y celoso católico, estaba convencido de que los no católicos y los falsos conversos eran capaces de destruir a la Iglesia y al país, por lo que utilizó la Inquisición durante los 11 años siguientes para investigar y castigar a marranos (falsos conversos procedentes del judaísmo), moros, apóstatas y otros a una escala sin precedentes. Como en otros sistemas judiciales europeos de la época, la tortura se empleaba para conseguir declaraciones y pruebas, persiguiendo un amplio abanico de delitos que incluían la herejía, la brujería, la bigamia y la usura. Cerca de 2.000 personas fueron quemadas en la hoguera durante el mandato de Torquemada. Vamos, una joya este dominico.
Bueno, pues si Torquemada levantara la cabeza, prosigo, se daría cuenta de que su obra tiene grandes continuadores. Siento decirlo que muchos de ellos se encuentran dentro de esta depauperada profesión de periodista de la que disfruto por no sé cuánto tiempo, probablemente hasta que me aburra de ella o hasta que de una vez por todas caiga en la cuenta de que no merece la pena esforzarse tanto para conseguir nada.
Cuando uno ve los programas de televisión que ahora lo pueblan todo, cuando se exhiben en esos culebrones de rosa intenso tantos y tantos intrusos que se autodenominan como periodistas sin haber pisado en su puñetera vida una facultad de Ciencias de la Información y sin saber hacer la o con un canuto, cualquiera que tenga algo de cariño a la profesión siente verdadera vergüenza. Mucho más cuando te paras a ver las entrevistas que se hacen. Más que entrevistas son auténticos interrogatorios propios de la Inquisición de Torquemada. El sistema es el siguiente: se sienta a un invitado que previo pago ha aceptado que le digan y le pregunten sobre cualquier cosa frente a un grupo de estos supuestos periodistas; un moderador, que suele tener poco que ver con los pobres redactores de un diario y bastantes menos luces que un barco pirata, por poner un ejemplo sencillo, se encarga de iniciar la cacería; el grupo de perros amaestrados que se supone que hacen de periodistas inician el interrogatorio, sometiendo a un auténtico acoso a la víctima de turno, que, como va cobrando, tiene que aguantar lo que le echen. Encima, para más coña, la mayoría de los sabuesos terminan posicionándose claramente a favor o en contra del reo porque son amigos o enemigos de sus amigos o enemigos. Una gozada.
Eso por lo que se refiere a la prensa del corazón, lo que antiguamente, en tiempos pretéritos y mejores, era la crónica social. En la otra prensa, en la teóricamente más seria, pasa algo peor. El ejemplo lo tenemos en programas como 59 Segundos, donde todavía no he conseguido ver un solo periodista “independiente” que no ponga claramente de manifiesto quién paga su sueldo. Las críticas a la actualidad política son siempre bicolores: o se apoya lo que dice el Gobierno del PSOE o se apoya lo que dice la oposición del PP. No hay término medio. No hay periodistas libres y objetivos, y cuando parece que los hay, que no defienden ni al PP ni al PSOE, resulta que trabajan para medios financiados por partidos nacionalistas.
Todavía hay algún ingenuo que ve un agujerito abierto a la esperanza. No es mi caso. De lo contrario no se explica que se haya organizado nada menos que el I Congreso Internacional de Nuevo Periodismo, que se celebra desde este jueves en Valencia. Allí, creo que para nada, se va a hablar sobre temas tan interesantes como las transformaciones que ha de procurarse la prensa de pago de papel para seguir siendo competitiva ante lo que viene, sobre cómo atajar a quienes quieren aprovecharse en detrimento de la libertad de expresión y de la verdad de las nuevas vías de la información o sobre el lugar que debe ocupar el periodismo ciudadano y personalista.
Me parece una apuesta seria y ambiciosa, aunque poco realista. Porque luego está lo que hay de verdad, el periodismo real del siglo XXI. Insisto en que el periodista de hoy en día se ha dejado seducir por el hechizo de la fama fácil y del dinero rápido, y quiere ser entre otras muchas cosas el protagonista de las noticias. Craso error. Por eso, cuando se hacen las entrevistas, no se pregunta al entrevistado, se le acosa y se le intenta derribar, poniéndose como ejemplos de la moral de la que adolece la mayoría de la gentuza que se entrevista. Muy triste. Pero así es la Inquisición; a quien le guste, bien, y al que no, pues a la hoguera.