domingo. 11.05.2025

Me parece que la visita de los Reyes a Canarias es una magnífica oportunidad para rescatar la filosofía política que me ha acompañado desde que tengo uso de razón, desde que mi madre se sorprendía cuando bien chico me pillaba escuchando los debates parlamentarios que se daban en la tele. Era la época en la que el color era un lujo que muy pocos nos podíamos permitir.

Un republicano juancarlista como yo no se puede abstraer del debate nacional, ahora regional, mucho menos después de la interesante y acalorada discusión que se produjo este viernes en la redacción de este modesto diario: ¿monarquía o república? Pues ni una cosa ni la otra: “juancarlismo”.

Resulta insólito que después de los años difíciles que nos tocó vivir a todos aquellos que nacimos antes o durante la dictadura franquista, a los que por tanto nos tocó vivir de cerca lo que ya en los libros de Historia se conoce como Transición, se enrede tanto el personal en debates ciertamente absurdos. Cualquier persona con la cabeza más o menos bien amueblada entiende que la monarquía no es más que una entelequia, una figura abstracta que se esconde bajo el eufemismo de una Jefatura del Estado que no es tal. Los republicanos combaten a muerte algo que no existe. Nadie en su sano juicio puede llegar a creer que en la España actual estamos gobernados por un rey, o que su único hijo varón, por el mero hecho de serlo, nos va a seguir gobernando. Mucho menos que el nuevo retoño, Leonor, por ser la primera hija del heredero, va a regir los destinos del país dentro de cuarenta o cincuenta años.

La Constitución Española de 1978 nos ofreció a todos la posibilidad de vivir gobernados por un sistema conocido como monarquía parlamentaria. Ajeno a debates lingüísticos, habría que entender que en este caso es el sustantivo el que se subordina al adjetivo. El Parlamento es lo verdaderamente importante, y no la monarquía. Existen unas Cortes Generales, existe un Ejecutivo elegido libremente por el pueblo que es el que toma las decisiones para el pueblo. Los Reyes no son otra cosa que nuestros embajadores en el mundo, unos señores a los que se les paga un buen sueldo por ser nuestra imagen. En términos más prácticos, más propios del mercantilista siglo XXI, podríamos decir que España es una gran multinacional que tiene contratados a unos altos ejecutivos que son de la misma familia y cuyo contrato de momento es indefinido. Como además resulta que lo están haciendo muy bien, no hay razón para que les despidamos.

Los republicanos juancarlistas, que somos unos cuantos, somos personas convencidas de que la lógica nos tendría que llevar a un sistema en el que no existan personas que estén por encima de nadie por razón de cuna, por muy azul que sea su sangre. Pero también somos personas que defendemos el papel jugado por un personaje que pasará a la Historia con letras mayúsculas: Juan Carlos I. Fue un personaje fundamental en la Transición, alguien a quien Franco eligió a dedo para sucederle al frente de la Jefatura del Estado, que a pesar de llegar así estuvo muy bien asesorado y entendió perfectamente que el cambio que necesitaba España pasaba irremisiblemente por la democracia. Algunos, sin ninguna prueba, le acusan de estar detrás del Golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Yo no sólo no creo que sea así sino que entiendo que su posición como Capitán General de todos los ejércitos hizo posible el milagro de la rápida rendición de nuestras por entonces agitadas tropas. Si hubiera participado directamente, si el tiempo demuestra que fue así, debo rendirme entonces ante la magnífica campaña de imagen que se montó, porque desde entonces hay pocos españoles que no quieran a alguien que supo frenar un desastre que nos podría haber conducido a otra guerra civil.

Está muy bien por tanto, en los tiempos que corren, que el debate siga abierto en todo el país, debate al que hay que asomarse con absoluta tranquilidad y con toda la calma del mundo. Los inmovilistas se llevarán las manos a la cabeza, pero si fuera por ellos todavía tendríamos emperadores. La cosa no es para tanto. El Rey sigue siendo fundamental en la España actual. No sólo es nuestra imagen en el mundo, es la persona que equilibra perfectamente la tirantez de las fuerzas. Me parece ingenuo pensar que el Ejército está dormido, que no existen elementos de la ultraderecha dentro de sus filas. Me parece ingenuo pensar que no pasaría nada si se cambiara la Constitución y nos convirtiéramos en una república. Si los ingleses, que en democracia nos dan mil vueltas a todos, mantienen a una monarquía tan polémica como la suya, con “camilas parkers” y “dianas de gales”, será por algo. Y será porque resulta más práctico y menos polémico que tener un presidente de república y un primer ministro de distinto partido político. Que se lo pregunten a los franceses.

Una de las mayores detractoras de la monarquía española de la redacción del periódico, Jana García, fue precisamente la que dio en la diana del debate, la que a mi juicio, entiendo que sin querer, determinó perfectamente el papel que juega la Casa Real en la vida de los españoles. ¿Qué hubiera pasado si en lugar de la Familia Real hubiera sido gente del Gobierno o de la oposición los que hubieran estado presidiendo los funerales del 11-M, qué habrían dicho o hecho en ese momento los familiares de las víctimas?

Apoyo al Rey y apoyo a su descendencia. Eso sí, siempre y cuando sea un/una juancarlista más quien nos represente en el exterior y no nos salga británica o monegasca. Todo tiene un límite.

Nota: Agradezco los correos que he recibido por el denso artículo que escribí sobre mi particular forma de ver el nacimiento de la moratoria turística. Creo, leyendo el correcto contenido de algunos -qué gusto da que la gente razone sus críticas y no eche mano del insulto fácil cuando no le gusta la opinión de un periodista-, que se ha podido interpretar mal lo que a lo mejor torpemente quise expresar. En ningún caso estoy ni estaré en contra de la moratoria turística; al contrario, soy un firme defensor de la medida, pero con matices. Tampoco creo haber criticado o cuestionado la actuación de los actuales servicios jurídicos del Cabildo, puesto que me consta que heredaron el tremendo marrón en el que les invitaron a participar después de que se iniciara el desastre. Mucho menos cuestiono la decisión del Partido Socialista, la aplaudo y aplaudo a sus dirigentes por lo valientes que fueron. Ahora, al opinador iluminado que injuria sin ton ni son sólo le digo una cosa: nos veremos en los tribunales de justicia. Dicho y aclarado queda.

Los republicanos juancarlistas
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