Hace tiempo estuve tentado de escribir un artículo sobre lo sencillo que resulta colarse en el Congreso de los Diputados y en el Senado, dos edificios aparentemente inexpugnables. No lo hice sobre todo por respeto a una persona que durante varios meses hizo posible que entrara y saliera de allí sin ningún tipo de problema. Sin embargo, el vídeo que ha grabado una agencia de publicidad -la misma que hizo popular el “Amo a Laura” dichoso- por encargo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) teóricamente para llamar la atención sobre el hambre en el mundo me ha hecho cambiar de opinión. Siento decirlo, pero basta con conocer a alguien que trabaje en el Congreso y entras con la gorra.
Me imagino que a estas alturas estarás familiarizado/a con las imágenes. Si no es así, te recomiendo que busques en internet el vídeo porque merece la pena verlo. Se trata de un montaje bastante currado en el que se ve a unos jóvenes encapuchados entrando en el Congreso de los Diputados con la misión de robar la silla en la que se sienta el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. La misión concluye con éxito, y sin conocer la verdad de la historia te hace pensar en lo sencillo que les resulta a los encapuchados entrar y salir del vigilado edificio. La verdad de la historia no es otra que el vídeo es falso, y que las únicas imágenes reales del interior del Congreso de los Diputados se grabaron porque un funcionario dejó pasar a los encapuchados colándolos como familiares. Ni se llevaron la silla del presidente ni saltaron por una de las ventanas.
Entiendo más o menos lo que se pretendía con el vídeo, y entiendo que la agencia de publicidad va a conseguir todavía más fama y dinero del que ya tenía. Entiendo además que se busque un escándalo como el que se organizó este lunes -en todas las tertulias radiofónicas no se hablaba de otra cosa- para llamar la atención sobre un problema tan importante y en el que los gobiernos del mundo parecen no querer caer jamás. Ahora, lo que no entiendo es que un funcionario de carrera se juegue un puesto de trabajo más que fijo por hacer algo así, sobre todo con lo jodido que está hoy en día llegar a ser funcionario y con lo jodido que está tener un trabajo tan fijo y tan bien pagado. Me encantaría entrevistarlo, para ver si es que le falta un tornillo o realmente está involucrado al cien por cien en la lucha contra el hambre en el mundo. Me imagino que Manuel Marín, que cuentan los cronistas del hemiciclo que estaba más cabreado que un mono sin plátano, hará todo lo posible para que esa persona sea expulsada de la casa de todos los españoles.
Lo más importante para mí del vídeo es lo que encierra detrás de lo evidente. Y detrás de lo evidente está el hecho incuestionable de que se puede acceder al interior del Congreso de los Diputados con relativa sencillez. Basta con tener un contacto dentro para que uno pase sin más. Insisto en que durante un año entero yo mismo lo hice. No tuve más remedio, porque es más fácil entrar en el Congreso acompañado de alguien de confianza que conseguir una acreditación. Cubrí la información parlamentaria de okupa, pero la cubrí.
Un amigo diputado con el que solía quedar a la puerta del imponente edificio de la Carrera de San Jerónimo -el soborno consistía en un par de cortados en la cómoda y barata cafetería del hemiciclo- advertía a los dos policías de la puerta que era un conocido suyo, y así, sin más, me plantaba en la entrada del Congreso, donde después de pasar mi maletín por el escáner de la Policía Nacional me colocaban una pegatina en el pecho que indicaba que era un visitante y tenía vía libre para caminar por las plantas como supongo que va Pedro por su casa.
Fue en mis primeros paseos, mientras intentaba descubrir la diferencia entre la cafetería y las cocinas de los bajos, mientras intentaba averiguar dónde puñetas estaba el despacho de Paulino Rivero y el de Gabriel Mato, cuando comencé a reflexionar sobre la falta de seguridad que tenía el edificio. Nadie jamás me preguntó qué hacía allí. A nadie se le ocurrió preguntar por qué entraba y salía del ascensor con cara de despistado.
Lo mismo que digo del Congreso lo digo del Senado, con la diferencia de que la acreditación de la Cámara Alta me llegó bastante antes. Con ella colgada del pecho ya no tenía tanta emoción la cosa, porque cuando estás acreditado dejas de ser furtivo.
Mucho me temo que después de la grabación del vídeo van a cambiar las cosas. Ya no será tan fácil que entren los “acompañantes”, ni de los funcionarios ni de los políticos. Y me parece bien. Lo que estaba pasando hasta el momento era un auténtico disparate. Se jugaba con fuego, y digo bien, con fuego. Tengo tanto de pirómano o de terrorista como Santa Teresa de Jesús, pero si hubiera querido, con un simple mechero podría haber hecho volar por los aires todo el edificio. Y como yo, cualquiera que entre acompañado hasta la puerta.