martes. 13.05.2025

Leo el titular del periódico que tengo entre las manos y creo que es el día de los Santos Inocentes. “Aumentan la pena a un condenado de 30 a 33 años por ser fan de Larry Bird”. Miro el reloj, confiando en que no se me haya vuelto a estropear el calendario. Pues no, no es 28 de diciembre, es 19 de mayo. Vuelvo a leer la noticia por si tuviera truco y me aseguro de que viene de una agencia con redactores más o menos cuerdos: “Un hombre solicitó que se le aumente una condena a una duración superior a la que habían acordado sus abogados y la fiscalía para que la duración de la pena coincida con el número que lucía el ex jugador de baloncesto Larry Bird en su camiseta. Los abogados llegaron a un acuerdo para una condena de 30 años por un delito de intento de asesinato y robo, pero Eric James Torpy solicitó que su pena fuera de 33 años para igualarla al número del ex jugador de los Celtics de Boston. `No había visto algo así en 26 años en los tribunales', reconoció el juez del distrito de Oklahoma Ray Elliott”. Toma, ni él, ni yo, ni nadie del planeta.

De todas las noticias tontas que he leído en los últimos meses, tal vez años, esta se lleva la palma, la de oro, la de plata y la de bronce. Se necesita ser tonto para estar tres años más en prisión por semejante cuestión, y se necesita ser tonto para permitirlo. No creo que las condenas se tengan que ajustar a caprichos, ni al de los jueces, ni al de los propios condenados. Para que nos entendamos, un tipo va a estar en una de las cárceles del que se supone que es el país más avanzado del mundo -ya sabemos que esto es bastante cuestionable- tres años más de los que le corresponden porque el bueno de Larry Bird llevaba en su camiseta un 33. ¿Qué habría pasado si el jugador hubiera llevado el 88, o el 99, también habrían aceptado aumentar la condena?

Insisto, como he sostenido otras veces, en que vivimos en un mundo lleno de tontos, más tontos incluso que el pobre Abundio, que ya saben, según cuenta su negra leyenda, que cuando iba a vendimiar se llevaba uvas de postre.

Pero esta no es la única tontería del día. La otra, tal vez no tan boba pero sí a escasos centímetros, que diría Jesús Vázquez en sus tiempos de destrozacanciones, tiene que ver con ese monumental amaño que son los premios literarios. Me sorprende que todavía haya centenares (más bien miles) de ingenuos que se gastan la pasta en enviar las costosas copias que exige la organización de concursos asignados a dedo. Pero para más coña, uno de estos fraudes, denunciado ya por activa y por pasiva por cantidad de escritores, ha encontrado este año la horma de su zapato. Me refiero al Premio Planeta, ese que está dotado con un montón de millones de las pesetas que tanto nos cundían antes y que siempre suele ganar, oh qué casualidad, algún escritor de reconocido prestigio, algún escritor de encargo o alguno de los “talentos” que la prestigiosa editorial fundada por el señor Lara -que en paz descanse- pretende promocionar. Es tanto el disparate, que algún ganador ha llegado a reconocer que a punto estuvo de no terminar a tiempo “el encargo”.

Algún día los engañados concursantes se deberían poner de acuerdo para demandar a la editorial por estafa. Pero, bueno, esa es otra historia, y bien larga. Me centro en la tontería de este año. Un miembro del jurado, Juan Marsé, se atrevió a criticar la mala calidad de los finalistas, diciendo que había votado porque no se podía dejar el premio desierto. ¿Entre tantos centenares de ejemplares no había nada potable? Pues sí, pero seguramente no dejaron que cayera en las manos de este señor. El caso es que el escritor peruano Jaime Bayly, finalista de la polémica edición del Planeta, ha respondido en El Mundo con una brillante carta que me hace reconciliarme en parte con un lugar en el que no hay tantos abundios como creo reconocer en mis momentos de más mala leche. Como no tengo demasiado espacio, recomiendo la lectura del artículo en la edición digital y me limito a contar que es el propio finalista el que bromea con lo ético y lo estético, con lo que significa recibir 150.000 euros que tal vez él mismo sabe que no merece. Pocos han hecho un ejercicio de estas características, aunque también es cierto que pocos tienen tanto morro como Jaime Bayly, al cual, por cierto, no puedo incluir entre los abundios.

Más tontos que Abundio
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