domingo. 11.05.2025

Creo que soy de las pocas personas de este país del que algunos ibarretxes y roviras de turno se quieren separar que realmente ve los documentales de animales que echan al mediodía en La 2. Soy de esas rarezas que se dan dentro de los homo sapiens hispanicus, especie plagada de mentirosos compulsivos que afirman tragarse las disputas de la morsa con el oso polar simplemente para no confesar por miedo a quedar como bobos que les gusta más dormir la siesta en el sillón al arrullo de la telenovela de la primera cadena o al chirriar de mentes de los programas del corazón que lo abarcan todo. Me gustan los documentales, especialmente cuando tratan la apasionante y enigmática vida de los leones o de los tiburones, tema con el que debo coincidir con la inmensa minoría que se traga veinte veces los mismos capítulos -es una pena que se repitan tanto- porque está comprobado que son los dos animales que más audiencia tienen. El rey de la selva y el rey del mar. Debe ser por eso del miedo que nos provocan en el consciente y en el subconsciente. ¿Quién no ha metido alguna vez los pinreles en el agua pensando que se los va a llevar de un bocado un tiburón tan malo y tan grande como el de la dichosa película de Spielberg que tanto daño ha hecho a la humanidad? Pues eso.

El caso es que ayer -y me centro ahora en el motivo que justifica la columna de hoy- interrumpí mi habitual siesta porque me llamó poderosamente la atención el documental de leones que estaban echando. Raro, pero no lo había visto antes. Un hombre con cola de caballo -con perdón- y algo de sobrepeso anunciaba a lo ancho de la pantalla que llenaba con su mofletuda cara que se iba a acercar sigilosamente y a cuatro patas a dos grandes machos dominantes -leones, se entiende- que se encontraban tranquilamente a la sombra de un frondoso baobab de la sabana africana reposando la cebra que se acababan de zampar. “¡Este tío está como una cabra!”, pensé con asombro. “No se atreverá”, me dije viendo sobre todo que como único sistema de protección llevaba un rollo de papel higiénico que se había metido en el pecho, supongo que al lado de un corazón que debía bombear sangre como una locomotora.

La tensión se apoderó del ambiente. Si aquello no estaba preparado, era una locura. Uno de los leones, supongo que sería uno de la especie de Rodolfo el de Mari Carmen y Sus Muñecos, se marchó asustado ante la presencia amenazante de aquel ser extraño. El otro, mucho más gallardo y curioso, se fue acercando sigilosamente. “Está loco, este tío está loco o se cree que es Jesulín de Ubrique”, me dije perplejo. Al final, y resumo la escena, el león estuvo a punto de zamparse al sujeto, algo que no sucedió en primer lugar porque no debía tener demasiada hambre y en segundo lugar porque al parecer, y por causas que desconozco, el rollo de papel le mantenía a distancia. Y no será porque no sean bien relimpios estos felinos, que lo son como cualquier rey de la selva que se precie. Debe ser algo parecido al rollo de la silla de Ángel Cristo, objetos que les achantan como achanta el ratón al elefante.

Después de semejante hazaña, el valiente o pirado leonólogo -imagino que se llaman así los expertos en leones- sonreía a la cámara confesando que pasó un momento de angustia. ¡Toma, y yo, pedazo de mamarracho!

Dos secuencias después, los responsables del reportaje emitían un documento gráfico estremecedor. Mientras este sujeto se jugaba la vida de esa forma tan boba, despreciando cualquier principio básico de la Naturaleza que advierte de que un león es un arma de matar y de triturar carne, un grupo de inmigrantes africanos aparecía con el rostro desencajado intentando atravesar el sendero que les tendría que llevar hasta la frontera de Sudáfrica. En el largo y polvoriento camino ya habían perdido a algún compañero por el ataque de una manada de feroces y hambrientos leones. Agachados, con el miedo reflejado en sus agotados rostros, escuchaban atentos el rugido que llegaba desde no demasiado lejos. Ni de broma querían toparse con el dueño de las mandíbulas que permitían semejante alarde.

¿Qué mundo es éste en el que los leones se comen a los inocentes y dejan vivir a los que de forma tan inconsciente se juegan la vida simplemente para salir en un documental de esos que algunos vemos al mediodía? El mundo de los sinsentidos y de las infinitas preguntas sin respuestas.

P.D: Siento tener que decirlo, pero tenía razón. El Madrid le dio un descomunal repaso al Barcelona en el partido del siglo de este año. Como le expliqué a mi amigo Chalo mientras el pobre sufría a mi lado la humillante derrota, como le dije a mi amigo Miguel Ángel de León por correo electrónico, parece que Capello no es tan manta como muchos pensábamos. Hay Liga, y habrá emoción. Este Madrid empieza a tomar forma, y el Barcelona va a echar mucho de menos a Etoo.

Plagio de nuevo un artículo que escribí en septiembre y que ilustra muy bien el sentimiento que ahora mantengo y que creo que anticipé con tino: "Como se ha puesto de moda criticar al Madrid y hablar de Capello como si hubiera inventado el “catenacho”, todo el mundo se cree con licencia para opinar sin mirar lo que ocurre en el campo y sin darse cuenta de que estamos comenzando la temporada.

Tienen razón los pocos que defienden al entrenador italiano y que recuerdan que fue con él cuando se empezó a gestar el equipo que conquistó la gloriosa Séptima, la que el viejo del anuncio de Mitsubishi supongo que ya habrá visto en color. Incluso tuvo que venir un puntal como es Samuel Etoo para explicarle a los que saben poco de fútbol que fue Capello el que le convirtió en la estrella que es hoy, simplemente explicándole cómo debía chutar a puerta y qué actitud debía tener en el terreno de juego.

Lo siento, pero ahora soy de Capello. Me gusta ver la confianza que le ha dado a Raúl en un momento en el que el gran capitán lo único que aportaba era su desmedida entrega y en el que los voceros que luego cambiarán de acera pedían su cabeza, me gustó escucharle decir que iba a inventar algo para que Guti jugara, me gustó lo que peleó para traer a un jugón como Reyes, me gustó que hiciera debutar a Ronaldo cuando está claro que todavía no está listo, me gustó que confíe en jugadores españoles como Míchel Salgado o Sergio Ramos, que haya resucitado al mejor Roberto Carlos, que utilice a Beckham el tiempo justo para que el inglés no se desespere en el banquillo, que le enseñe a Robinho que todavía tiene que pelear para ser titular... Son muchas las cosas que siguen sin gustarme, pero hoy me las ahorro, porque hoy, insisto, soy de Capello".

Los documentales de leones, el fútbol y otras machangadas
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