Hasta hace unos días estaba convencido de que Asafa Powell era el hombre que realizaba su trabajo a mayor velocidad. Nada menos que el tío corre los 100 metros lisos en 9,77 segundos. Estaba equivocado, porque me he encontrado a alguien que es capaz de batir esta marca en su especialidad. Lo cuento.
Aunque detesto que los periodistas nos convirtamos en los protagonistas de las noticias, algo que algunos narcisos hacen con verdadero deleite, aprovecho mi columna de opinión para explicar un acontecimiento que me dejó bastante perplejo. Mi mujer está embarazada de ocho meses. Es su primer embarazo, y el mío, y desde el principio, como bobos primerizos que somos, tratamos de asegurarnos de que todo marchaba bien, de que la niña tiene manos, piernas, ojos, dedos y todas las cosas que tienen los bebés. En seguida nos topamos con la cruda realidad de la Seguridad Social, al descubrir que en todo el embarazo únicamente te hacen dos revisiones, una al principio y otra al final, con lo que no tuvimos más remedio, como entiendo que hace la mayoría que se lo puede permitir, que acudir a la sanidad privada.
Todos los meses hemos estado yendo a un magnífico ginecólogo que nos ha atendido como entiendo que se debería atender a la gente en la sanidad pública, con meticulosidad, con simpatía y con mucha paciencia. Estamos tan contentos con sus servicios que ni siquiera nos hemos preocupado del coste que nos ha supuesto todos los meses acudir a su consulta. Merecía la pena.
La semana pasada, justo cuando se cumplían los ocho meses de gestación, nos llamaron para acudir al Hospital General a nuestra segunda revisión. Después de haber pedido el correspondiente permiso en el trabajo, cuando ya estábamos a las puertas del centro, nos llamaron por teléfono para anular la cita. “Vaya, qué mala suerte”, dije para quitarle hierro al asunto y para no crispar más el interior de una mujer que tiene el hígado donde tendría que tener el bazo. “¡Esto es una vergüenza!”, respondió mi mujer con más razón que una santa. Y es que no es normal que a uno le avisen el mismo día que va a una consulta que está esperando meses de que se anula, salvo por causa de fuerza mayor. ¿Quién compensa a las empresas que tienen que dar permiso a sus trabajadores para acudir a las consultas que se suspenden? Nadie, claro.
A pesar de todo, lo peor estaba todavía por llegar. Siempre se pueden empeorar las cosas, eso está claro. Nos citaron para unos días más tarde. Como sabíamos que nos tocaba la revisión del Hospital General, dejamos bastante espacio con nuestra anterior visita al médico privado. En todo este tiempo no hemos conseguido verle la cara a la niña, y teníamos ilusión por ver si esta vez sí se dejaba enfocar por el cacharro de las ecografías. Nuestro gozo en un pozo, y esta vez no por culpa de la niña. Entramos en la consulta y nos tropezamos con un médico que a una velocidad increíble de describir con palabras le dijo a mi mujer que se tumbara en la camilla. Con la misma velocidad, le echó medio kilo de gel en la tripa, colocó el cacharro encima y se puso a dar vueltas. Midió la cabeza, el fémur, nos dijo que la niña tenía un retraso de dos semanas en el peso ideal y le aconsejó a mi mujer que redujera el ritmo de trabajo. “Deles cita para dentro de dos semanas”, comentó a la enfermera como única explicación de su diagnóstico. El tío se levantó, dejó a mi mujer tumbada en la camilla con el medio kilo de crema y se puso a hacer otra cosa, dando por sentado que la consulta había terminado. Si no me falla el cronómetro, creo que tardó un minuto y veinticinco segundos. Toda una marca.
Nos marchamos de allí bastante enfadados, no sólo por la falta de tacto con la que había tratado un teórico problema de falta de peso de un bebé sino por la rapidez y desgana con la que este médico cumplió con su obligación del día. Entiendo que para él éramos un expediente más. Entiendo que la sanidad pública está desbordada. Lo que no entiendo es que este mismo médico luego trabaje en alguna clínica privada, o en una consulta particular, y allí atienda a la gente como realmente se merece. ¿Qué pasa con la gente que no tiene dinero para pagarse las caras consultas privadas, qué habría ocurrido si el problema de peso del bebé fuera algo más grave que hubiera requerido de un estudio más profundo que la simple medición del fémur y la cabeza?
Alguien me dijo una vez, ahora no recuerdo quién fue, que hay gente que va a los trabajos para cumplir con el expediente y hay gente que va a los trabajos a trabajar. Este médico, cuyo nombre no sé ni quiero saber, es de los que va a cubrir el expediente, sin duda. Eso sí, si sirve de algo, los del Guiness podrían acudir a su consulta, porque no creo que haya un ginecólogo que despache más rápido a la gente en todo el mundo.