lunes. 12.05.2025

Leo la edición digital de un periódico nacional con la esperanza de que la mejor noticia sea que no hay noticias. Una vez más me equivoco. “Al menos 23 muertos en un ataque aéreo israelí cerca de la frontera entre el Líbano y Siria”. Es el titular. Normalmente, para evitarme disgustos previos al fin de semana no suelo avanzar más. Me quedo ahí. Hoy tengo otra misión. Quiero escribir algo sobre el eterno conflicto de Oriente Medio. “El ataque ocurrió a plena luz del día en la localidad de Qaa, al noreste del país. Las víctimas eran trabajadores agrícolas que cargaban un camión de frutas y hortalizas”... Basta, es suficiente por hoy.

Resulta complicado escribir algo sobre el problema entre los árabes y los judíos sin caer en los tópicos de costumbre. Dependiendo del lado del mundo en el que se escriban las crónicas pueden ser más o menos antisemitas, más o menos antiislámicas. ¿Y quién tiene la razón cuando ambos bandos asesinan, cuando ambos bandos sueñan con aniquilar al contrario?

Cualquiera que conozca más o menos el conflicto sabe de la tremenda superioridad bélica de Israel, un pueblo que si no es el elegido por Dios, que es mucho decir, sí es el elegido por el dinero. Los judíos, ya lo sabemos, controlan gran parte de los negocios que mueven el mundo. Y con dinero, se puede ser extremadamente poderoso, se puede incluso tener de aliado al gigante americano. Atendiendo a esa superioridad militar, se supone que Israel va a tener siempre las de ganar, aunque aquí nunca ganará nadie. Todos pierden.

Me da la sensación de que no es una guerra entre buenos y malos. Es una guerra entre hombres, los más imperfectos de los seres que pueblan la Tierra. Y aquí hay intereses que están por encima de la razón, hombres a los que no les interesa que esta abyecta desgracia tenga fin.

Acabo de terminar de leer un magnífico libro cuyo título he cogido prestado para encabezar mi columna de hoy, “El guardián de los arcanos”, de Paul Sussman. Se trata de una formidable novela de intriga que tiene como telón de fondo el conflicto entre israelíes y palestinos, entre Israel y el mundo árabe. Todo gira en torno a la búsqueda de un arma tan poderosa como es el mayor símbolo de los judíos, la Menorah, que no es otra cosa que la Lámpara de Dios, un objeto similar a la Piedra Negra de La Meca que en teoría debe formar parte de los muchos tesoros que enterraron en alguna parte los cruzados o los nazis. Dos detectives, uno egipcio y el otro israelí, Yusuf Jalifa y Arieh Ben Roi, se afanan en la búsqueda de la Menorah con el objetivo de que no caiga en ninguno de los grupos más radicales de ambos bandos, Al-Mulatham por parte de los árabes y Los Guerreros de David por parte de los judíos. Se trata de un trepidante y entretenido análisis de lo que sucede en un lugar en el que la muerte está tan presente como la vida. Los dos detectives se odian, como se odian en general hebreos y musulmanes. Se odian hasta que se dan cuenta de que no hay motivos para odiar a quien no se conoce. Sin destripar más la novela, que recomiendo por supuesto que la gente compre y lea, diré que al final se llega a una maravillosa conclusión que parte de la boca de un entrañable anciano de barba blanca que es el guardián de la Lámpara de Dios. En un momento de notable incertidumbre sobre el futuro del conflicto, refiriéndose a la misión de la Menorah, asegura que “mientras los cálices ardan, siempre habrá luz en el mundo, por oscuras que parezcan las cosas”.

Deseo fervientemente que el anciano de barba blanca tenga razón, porque en estos momentos las cosas están muy oscuras. Da la sensación de que hay intereses en los dos bandos para que la guerra no termine nunca, una especie de cruzada absurda en nombre de un dios distinto que estoy seguro de que desaprueba que corra la sangre en su nombre. Creo que fue Edmund Burke, y si no fue él ya habrá alguien que me corrija, el que dijo un día que “basta con que los hombres buenos no hagan nada para que triunfe el mal”. De momento el mal va ganando la batalla, pero confío en que no termine ganando la guerra, en que aparezcan hombres buenos que dobleguen la voluntad del Señor de la Guerra.

El guardián de los arcanos
Comentarios